La tragedia cotidiana de los años 50 y 60 en España ha
vuelto estos días durante ochenta minutos por la sala Francisco Nieva (la pequeña) del Teatro Valle Inclán, a través de
'La pechuga de la sardina', una obra del más puro Lauro
Olmo (Orense, 1921-Madrid, 1997), azote de esas costumbres enraizadas en este
país hasta el mismo tuétano que, sin embargo, ni censores, ni poderes
fácticos (como se decía entonces), ni
señoritos y señoritas de bien, que predicaban una moral pública que luego se
saltaban olímpicamente en sus acciones cotidianas, fueron capaces de mantener en
toda su esencia con la llegada de la democracia y la irrupción de los aires de
libertad .
Ninguna libertad, y sí mucha ira, desesperanza, fracaso,
resignación (sobre todo para ellas), clasismo, corrupción, abusos y amargura,
mucha amargura la que se destila en un montaje exquisito de Manuel Canseco al que no se le puede poner
ningún pero.
Canseco sitúa la acción coral (12 personajes, de los
21 en la obra original de Olmo, y casi permanentemente en escena) en una
pensión, situada en medio del escenario, y rodeada por el público en tres de
sus lados. La pensión está dividida en cinco espacios bien definidos: dos
dormitorios ocupados, uno de ellos por doña Elena, quien apenas sale de la cama
y si lo hace es para dedicarse a espiar y apuntar en una libreta las horas de
salida y llegada de Soledad (una chica ya entrada en años que tuvo un novio
durante doce años y que está deseando un hombre) y a controlar a los vecinos
con unos prismáticos, y a indagar en la habitación de la joven cuando está
ausente para probarse sus camisones y sus perfumes. Es también amiga de la madre de Concha, que odia a doña
Elena por chivata. El tercero, doble, que comparten Concha (soltera y embarazada)
y Paloma (vitalista y opositora). Un dormitorio-comedor de Juana y una cocina
con una cama plegable donde duerme la criada Cándida.
El ambiente de la pensión, y el que hay cerca de ella,
por las calles adyacentes, es el personaje principal: el pueblo llano, que
sufre la crisis, que padece la represión sexual de la época,... Suenan los anuncios
publicitarios en la radio (es el Cola Cao desayuno y merienda ideal..., los consejos de Elena Francis); las coplas populares que entona Cándida entre quehacer y
quehacer en la pensión y mientras, fuera de sus muros, chulos, prostitutas,
borrachos, vendedores voceando las últimas noticias de los periódicos (El Caso, Arriba, ABC o el Alcázar se vendían entonces a dos pesetas), el sonido de las
campanas tocando a misa, las beatas que
se apresuran para no llegar tarde, el cotilleo, el juicio ajeno y sin
fundamento... todos estos y muchos otros
aspectos, -que cualquiera que viviera la
época sabe que no puede desmentirme-, están presentes con la fuerza y el
desgarro que un autor tan descarnado
como Lauro Olmo no pudo ni quiso callarse.
Además de esta, otras 27 obras teatrales más han hecho
que la crítica hable del autor español como baluarte del realismo social en el
teatro. Pero también sus cuentos o sus poemas hablan de esa España triste en
blanco y negro.
Ellas y ellos
La obra es fundamentalmente femenina hasta el punto de que los hombres
que aparecen en ella ni siquiera tienen nombre. Doce son los actores que dan
vida a este cuadro-crónica de la España de los 50 y 60, pero que bien puede
también extenderse aún más de una década. Ellas llevan la peor parte de esa
realidad dibujada y contada por Olmo y por eso y porque, además, bordan sus
papeles, vamos a citarlas antes: María Garralón hace una Juana espléndida: "soy un fracaso de
arriba abajo"; lo mismo que
Amparo Pamplona en su papel de Doña Elena(no ha perdidoninguna fuerza
interpretativa Amparo, a pesar de que se
prodigamuy poco en los escenarios);Nuria Herrero
da vida a la vital y alegre criada de la pensión, Cándida; Natalia Sánchez es la
decaída Concha; Alejandra Torray, Soledad;Cristina Palomo, que encarna a una vitalista Paloma, yMarta Calvó y
Marisol Membrillo, que hacen varios papeles (beatas, prostitutas -la Chata y la
Renegá-), estupendas
en la escena que hablan de las crónicas de sociedad. El realismo en escena es total:
palanganas para asearse en vez de duchas (solo al alcance de unos pocos); mujeres
limpiando habichuelas, escogiéndolas, ("separando el trigo de la paja", como se
hacía antaño); la criada encerando el suelo; o los chismorreos entre vecinas,
hablando por la ventana.
Pero ellos también les dan la réplica al mismo nivel y
es una verdadera delicia verlos y escucharlos: Juan Carlos Talavera, el
borracho exmarido de Juana, a quien ella llama "el turco", es un tipo triste que vuelve
a pedirle dinero siempre, y que Juana acoge en su cama cuando la muerte lo llama; el vendedor
de periódicos, novio de Cándida,
es Víctor Elías; y Jesús Cisneros (hombre A, maltratador de Soledad) y Manuel Brun,
que interpretan dos figuras masculinas, machistas hasta la médula, muy propio de la época y, por lo que puede verse
en los informativos de hoy, tampoco andan escasos en nuestros días. Las voces
en off las ponen Maite Jiménez, Cristina Juan y David Sánchez.
'La pechuga de
la sardina' se estrenó en 1963 y no gustó a nadie. Enrique Llovet -por ejemplo-, que hacía crítica teatral entonces en ABC,
dijo de ella que no era "una buena comedia, ni siquiera una mediana comedia", y
que se trataba de un aburrido monumento escénico". Ni crítica
ni público llegaron, pues, a entender la fuerza
dramática del texto de Lauro Olmo. A nadie le gusta verse feo frente al
espejo. Desde entonces hasta hoy, que lo ha rescatado el Centro Dramático
Nacional, no había vuelto a subir a la cartelera. Doble razón para felicitar al CDN, a Canseco y a todos y cada
uno de los actores y equipo artístico y
técnico -permítanme que cite, al menos, la escenografía de Paloma Canseco-, porque
el resultado bien merece ese mes de estancia en el Valle Inclán. Lo que no sé
muy bien es qué podría hacerse para trasvasar el público veinteañero que puebla
la platea de la sala grande con 'La ola'
y este otro de 'La pechuga de la sardina', mayoritariamente mujeres, cuya
media de edad no baja de los 70, para que ambos hiciesen un intercambio de
banderines y se asomaran también a la realidad de abuelos o nietos, según se
mire. Claro, que uno no puede ir mucho
más allá que dejar constancia de ello para intentar remediarlo.
La pechuga de
la sardina,deLauro Olmo.
Teatro
Valle-Inclán, sala Francisco Nieva.
Hasta el 29 de
marzo.