En 1966, Ingmar Bergman
estrenó una de sus obras cumbres, 'Persona'. Contaba, en blanco y negro, y
en ese tono hermético, intimista, a veces incluso agobiante, rodada en
interiores, lahistoria de unaactriz,
Elisabeth Vogler (interpretada por Liv Ullmann), que se encuentra en un hospital después de perder
la voz mientras estaba interpretando en el teatro el personaje de Electra. Una
enfermera llamada Alma (Bibi Andersson), es la encargada de cuidar a la actriz y permanecer atenta a cuantos avances o retrocesos
pueda tener en la evolución de su extraña enfermedad Elisabeth, a quien los
doctores no encuentran causa alguna de su silencio. En esa situación comienza una estrecha relación entre las dos
mujeres. La fusión y la sintonía de ambas mujeres acabará siendo tal, que en
realidad las dos son como dos caras de una misma mujer.
En 2015, un jovencísimo director teatral, Arturo Turón
-su primera obra como director sigue representándose en Madrid, 'Confesiones a Alá' y con permanente éxito de público y crítica- se ha atrevido a
llevar a la escena una versión bastante fiel de la película de Bergman. Desde fuera podría pensarse que esa
iniciativa no deja de ser una osadía, y hasta puede que quien así piense no le
falte razón. Pero el resultado del montaje es una verdadera delicia. Una obra
llena de poesía, silencio, inquietud, sensualidad, belleza y fascinación, de lo
mejorcito que puede verse en estos momentos en el teatro madrileño.
Ahora, Elisabeth Vogler es Rocío Muñoz Cobo (la fantástica Lady Macbeth de MBIG),
y a Alma la interpretaAndrea Dueso. El duelo
interpretativo de las dos actrices es soberbio, antológico, sublime. Ambas
alcanzan cotas de expresividad gestual, corporal y verbal tales que se hace
difícil pensar que puedan ser fácilmente sustituidas. Y eso que sus personajes
son muy distintos inicialmente aunque al final, como sucede en el film de
Bergman, las dos se acaban convirtiendo
en las dos caras de una misma mujer.
¿Y cómo solucionar el
problema de trasladar una historia de cine a
otra sobre un escenario? Turón ha recurrido a Juan Divasson para diseñar la escenografía y la ambientación,
que es tan sobria como sencilla. Milimétricamente
estructurada, con espacios muy bien diferenciados, pintados sobre el suelo,
como si se tratase de un plano. Una terraza de la casa de campo, que sirve a la
actriz para tomar el sol mientras lee. Dos habitaciones, una de cada una de las
dos protagonistas, y una cocina, que sirve de punto de encuentro entre las dos
mujeres.
Al fondo, en una gran pantalla
empiezan proyectándose escenas de ojos, tijeras,..., que asocié inmediatamente
a la película de Buñuel 'El perro andaluz', para continuar, a lo largo de
la obra, con las proyecciones de distintas emociones surgidas de la cara de
Elizabeth. Al final, vuelven esas proyecciones. Alma acaricia la cara de
Elizabeth en la pantalla y la imagen sonríe. El cuidadísimo
espacio visual y la fotografía es obra de Sergio Lardiez y el diseño de
la luz, de Jon Corcuera. Por último, Ana López Cobos ha diseñado un vestuario
tan sencillo como elegante.
Y por si todo eso fuera
poco, Turón ha introducido también la danza contemporánea dentro del montaje,
de la mano de Cristina Masson, coreógrafa y bailarina.
El resultado de todo este
trabajo es de una belleza fascinante en donde el tiempo se detiene y el gesto,
la luz, el sonido (hermosísimas las
canciones a las que ha acudido Turón para subrayar los sentimientos íntimos
que transitan por el escenario), y la
palabra se conjugan para hacer vivir al espectador noventa minutos de pasión y
belleza inolvidables. Una verdadera delicia para los sentidos más refinados y
cultos. Y dos interpretaciones, las de Rocío y Andrea, que perdurarán en la
memoria de cuantos se quieran acercar a
Nave 73 para ver a ambas actrices en acción. Yo, desde luego, volveré a hacerlo
porque esta es una de esas obras que
merece la pena volver a ver.