Hay preguntas que son un verdadero tsunami. La que da
título a esta pieza de Jota Linares,
quien en 2012 adapta, junto a Paco Anaya, su corto '¿A quién te llevarías a una isla desierta?' en una versión
larga de teatro, es una de ellas. Se
formula cada sábado a las 22:30 h. en Nave 73, la sala de teatro
de la calle Palos de la Frontera.
El argumento probablemente refleje las vivencias de
buena parte de nuestros jóvenes urbanitas
en torno a la treintena (acaso, por eso mismo, la función a la que pude asistir
estaba repleta de espectadores entre los veintitantos y treinta y pocos, que llenaban, al menos, el
noventa por ciento del aforo de la sala). Cuatro jóvenes -dos chicas y dos
chicos- Celeste, Eze, Marcos y Marta, que son amigos desde hace varios años, comparten
piso en un barrio universitario de Madrid. Han terminado ya sus estudios, han
dejado la adolescencia atrás y se disponen a cerrar ese capítulo decisivo de su
vida para emprender nuevos rumbos. Esas
paredes del viejo apartamento han visto
como los amigos han compartido aventuras
sexuales, amor, amistad, y momentos tan felices como tristes y
amargos. El acuerdo previo a la fiesta
de despedida era que ese día, además de celebrar el cumpleaños de Marcos, iba a
vivirse a tope, sin malos rollos, ni
preocupaciones estériles. Pero una pregunta, que Celeste introduce en el grupo a modo de juego
psicológico (¿A quién te llevarías a una isla desierta?) provoca una despedida
tan inesperada como amarga.
Maggie Civantos (Celeste), Juan Blanco (Marcos), Abel
Zamora (Eze) y María Hervás (Marta) dan
el nivel exigible a los actores frente a sus personajes. Desenfadados,
naturales, desinhibidos, todos ellos se ajustan como anillo al dedo al perfil
medio de muchos jóvenes que vemos día a
día en nuestras calles, en nuestras clases o en nuestros bloques de viviendas, y
su personalidad no nos sorprende nada porque -quien más quien menos-, tiene o ha tenido uno
cerca que, por afinidad, nos recuerda a alguno de nuestros hijos, sobrinos
o hijos de nuestros amigos.
La
escenografía recrea también, a las mil maravillas, lo que podría ser un piso
típico habitado por jóvenes estudiantes: A la izquierda, habitación de Marcos y
Marta, con una cama, donde están durmiendo los dos al empezar la obra. Al
fondo, una azotea con ropa tendida y una barandilla para asomarse a la calle y
un banco de madera, donde está sentado Eze, con los pies metidos en una pequeña
piscina hinchable de plástico llena de agua para intentar defenderse del
sofocante calor de ese día veraniego madrileño. A la derecha, sofá, mesa baja
de salón, cajas de cartón, sobre las que se encuentra un pequeño equipo de música. Allí está
Celeste, oyendo música con unos cascos,
ensimismada, pintándose las uñas, sentada sobre una alfombra roja.
Sueños truncados
Pero
la vida es como es, y no como nos gustaría que fuese porque solo Marcos, que ya ha acabado la carrera de
Medicina, aprueba el MIR con 27 años y parece que va a poder ejercer la
profesión que quería. Los demás, sin
embargo, no. Marta, bailarina, al final termina
siendo actriz. Eze estudió Comunicación Audiovisual y quiere ser
director de cine, pero acaba trabajando en lo mismo que hace 4 años cuando
dejaron de vivir juntos los 4 amigos, haciendo fotos de niños recién nacidos en
el hospital. Celeste ha estudiado Arte Dramático y quiere ser actriz, pero
después de 4 años sigue trabajando en un restaurante infame de comida rápida,
donde venden pollo frito. Real como la vida misma, en donde las frustraciones
ocupan buena parte de nuestro yo.
'¿A quién te llevarías
a una isla desierta?'
es un drama con tintes de comedia en algunos momentos del montaje, que retrata
muy bien a toda una generación de jóvenes cuyo
lema, explícita o implícitamente autoconfesado, carpe diem, acaba haciéndose añicos sencillamente por el paso de
los años.
Los
jóvenes, desde luego, se sintieron
tocados por cuanto sucedía en escena porque sus reacciones -en especial el
aplauso final y los comentarios posteriores a la obra que se escuchaban a la
salida en animados corrillos-, son ya motivo de alegría para quien, como el que
suscribe, tanto defiende la escena y a cuantos la hacen posible. Solo por esto,
porque todos ellos han quedado invitados a acudir nuevamente a presenciar otra obra, se
justifica este montaje.
Pero
otra cosa es querer descubrir en él valores universales e intemporales como los
que adornan los textos de los clásicos. Eso no. La obra retrata muy bien una
generación, y los fantasmas (la crisis, el hedonismo, la despreocupación por el
futuro, el vive como quieras, etc.) que la acompañan. Pero esta misma historia
puesta en otro tiempo o en otro lugar,
no estoy muy seguro de que resistiese. Con todo, lo repito, se deja ver y,
desde luego, los jóvenes encontrarán en ella un toque de realidad y de cercanía
que, acaso los que pasamos el medio siglo de vida, no hayamos sabido encontrar
en toda su plenitud. Probablemente, porque en lugar de disfrutar esas situaciones venimos más a padecerlas y por
eso mismo nos vamos más impregnados del tinte trágico que del cómico. Tampoco
somos perfectos. ¡Qué le vamos a hacer!