El dramaturgo y autor de relatos en lengua
rusa, Antón Pavlovich Chéjov (1860-1904), es una de las figuras más
destacadas de la literatura de finales del XIX. Nació en Taganrog (Ucrania) y
en estos tiempos que corren entre los dos países vecinos, conviene afinar mucho a la hora de apuntar con toda propiedad
cuanto afecta a un hombre que, como tantas otras cosas, es también objeto de
disputa entre Rusia y Ucrania, las dos
naciones eslavas ahora enfrentadas.
Chejov estudió Medicina en la Universidad
Estatal de Moscú y, mientras estaba en la universidad, publicó relatos y
narraciones humorísticas en revistas. Después de terminada la carrera,
prácticamente no ejerció la medicina porque pronto alcanzó el reconocimiento
público como escritor. La primera colección de sus escritos humorísticos, 'Relatos de Motley', apareció en 1886, y
su primera obra de teatro, 'Ivanov',
se estrenó en Moscú al año siguiente.
En 2012, ciento veinticinco años después, y en Madrid, en el bajo de un local que, en su día, fuera la casa de los
porteros de la finca situada en la calle
Abades,24, un mallorquín, José Martret,
inauguraba una pequeña sala que denominaría justamente así, La Casa de
la Portera. Y la primera obra que puso en cartel fue todo un éxito. El
mallorquín era el responsable de la versión al tiempo que dirigía la adaptación de esa primera obra
dramática de Chejov, a la que cambió ligeramente el título, 'Iván-Off', toda una declaración de intenciones en la que no se podía
apuntar más cosas con menos palabras. La esencia y la historia eran las mismas,
pero Martret actualizó el tiempo en el que ocurría la
acción (el nuestro), la indumentaria de los personajes (totalmente actual también), y su lenguaje ("¡Me alegro de verte, tío...!). Tres pequeños pero
determinantes detalles que serían la marca de la casa que inauguraba con la actualización de la obra de Chejov un
tiempo ubérrimo, preñado de creatividad, respeto y actualización de los
clásicos - véase, si no, por ejemplo, el Macbeth, de Shakespeare, su 'MBIG' (http://www.diariocritico.com/ocio/teatro/macbeth/459351)-, alternándolos con
autores contemporáneos, actores nuevos e interesantes para brindárselos a un público seguidor del buen teatro. El
resultado: hacer de La Casa todo un estandarte del arte dramático alternativo madrileño.
En unos meses, La Casa de la Portera echará el cierre, y ha querido rescatar la
representación del mismo montaje con el que empezó, 'Iván-Off', después de que en conjunto y
en las temporadas anteriores llegaran a escenificarla 287 veces.
Algo
se muere en el alma
La vida es circular, ya se sabe, siempre
volvemos donde solíamos, y Martret ha querido terminar la historia de La Casa
de la Portera del mismo modo, es decir, con la misma obra que la comenzó. El
domingo 22 de marzo, tuve la fortuna de poder asistir a una de esas
representaciones en el mismo espacio que la vio nacer, junto a otros 24 espectadores o, por ser más precisos aún,
23 y el mismo director que, con la emoción a flor de piel, tampoco
quiso perdérsela por el altísimo grado de simbolismo que tenía. Aunque el
proyecto continúa ahora en La Pensión de las Pulgas y, probablemente, tampoco
esa será su ubicación final (¿hay algo definitivo en esta vida, más allá de la
muerte?), también 'algo se muere en el
alma, cuando un teatro se cierra'.
La estupenda versión y la dirección de
este 'Iván-Off', ya lo hemos dicho,
corresponde al infatigable José Martret; el espacio escénico a Alberto Puraenvidia, y en el reparto -todos
estupendos en sus papeles respectivos- Raúl Tejón (Iván); David
González (Miguel, primo de Iván); Sabrina Praga (Ana, mujer de Iván); Roberto
Correcher (Constan); Javier Delgado (Mateo, tío de Iván); Rocío Calvo
(Doña Bárbara); Carmen Navarro (Silvia Leyva), Germán Torres
(soberbio Carlos Leyva, papel por el que
consiguió en 2013 el Premio Unión de Actores a mejor actor secundario) y Cristina
Alarcón (Sara Leyva).
Iván-Off es un drama en cuatro actos, dos
de los cuales (primero y tercero) se desarrollan en la casa de Iván, y los
otros dos (segundo y cuarto) en la de los Leyva. Cada uno de esos espacios se
representan en dos habitaciones distintas de La Casa de la Portera, y los
espectadores deben trasladarse tres veces de la una a la otra y hasta
participan (sándwiches y aperitivos incluidos) del cumpleaños de Sara, la hija
de los Leiva.
Raúl Tejón, un creíble Iván, lleva el gran
peso interpretativo de la obra y su tendencia a la melancolía y a la soledad lo
van transformando poco a poco en un personaje con un carácter extremadamente
reservado, taciturno y hasta sombrío. Es lo que en estos momentos llamaríamos
un personaje depresivo hasta la médula, cuya patología psicológica no llega a
esconder su egoísmo permanente. Su
mujer, Ana, está muy enferma y cinco años después de su matrimonio, cada día le
importa menos a Iván , a pesar de que ella
tuvo que renunciar a su religión -musulmana- para poder casarse con él. Ana, sin embargo, está profundamente
enamorada de Iván. En una de las frecuentes visitas a la casa de los Leyva,
Iván sucumbe a los encantos de la única
hija de estos, veinte años menor que él. El drama se desata cuando Ana conoce
los amoríos de su marido y ella muere de tristeza y abatimiento. Unos meses
después, Iván va a casarse con Sara, pero su sentimiento de culpa se va
haciendo cada vez mayor, hasta el punto
que no encuentra más salida a la situación que la
del suicidio.
La Casa de la Portera inauguró en Madrid un espacio en el que se
hizo patente esa filosofía bonaerense del 'actúa donde y como puedas' y, con ella,
se ha revolucionado el panorama teatral
madrileño. Hoy son más de cien las salas que, de una u otra forma,
siguen esta misma óptica teatral y en
ellas el teatro experimental, los autores nuevos, y los actores que aún no han
alcanzado gran proyección comercial (aunque , a veces, también lo hacen
actores de gran nivel) siguen acercando a un público cada vez más joven
y cada vez son más numerosas sus propuestas. La creatividad que
hemos ido viendo a lo largo de los últimos meses -y de cuya constancia damos aquí pruebas
frecuentes-, deben, al menos en parte, ese florecimiento a un Martret creativo del que
esperamos muchos más montajes en La
Pensión o en donde sea. El teatro lo
merece y Martret lo necesita.
Un arte que va cumpliendo, milenio tras milenio, con el
sambenito de su fragilidad, de su fecha de caducidad. Que siga así, porque es
la mejor garantía de su pervivencia, de su permanencia, porque mientras haya
alguien con algo que contar, otro alguien que se atreva a escenificarlo, a representarlo y un tercero
que esté dispuesto a acudir a presenciarlo en vivo y en directo, tenemos teatro
para unos cuantos milenios más. La Casa de la Portera echará pronto el cierre, pero se queda en nosotros como un
recuerdo imborrable: ¡Viva La Casa de la Portera!