Bilbaíno, casado, dos hijas, economista
por la Universidad de Deusto y con
estudios de posgrado en el Instituto Tecnológico de Massachusetts, 59 años, Juan Ignacio Vidarte es, además,
director del Museo Guggenheim Bilbao desde 2006, cargo que simultanea, desde
octubre de 2008, con el de Director General de Estrategia Global de la Solomon
R. Guggenheim Foundation. Vinculado al proyecto desde 1992 como responsable de la construcción e instalación
del Museo, ha vivido como nadie sus
dificultades iniciales, pero también disfruta como el que más sus
avances y sus logros, que no son pocos.
Por ejemplo, a Bilbao acuden anualmente un millón de visitantes más de los que
acudían antes de que el Guggenheim existiese.
Bajo su gestión, el Museo ha recibido
numerosos premios y galardones desde su apertura en octubre de 1997, entre
ellos la Medalla de Oro al Mérito en las Bellas Artes en 1999, y el Museo
Europeo del Año 2000 concedido por el European Museum Fórum. Pero vamos a
preguntar también a alguien que ha sido elegido como Vasco Universal 2007, y
que también ha publicado numerosos artículos e impartido conferencias, entre
otros lugares, en las Universidades de Deusto, Salamanca, Valencia, Coruña,
UNED, Universidad Menéndez Pelayo o Harvard, acerca del funcionamiento del
Museo, su impacto económico o el denominado 'efecto Guggenheim'.
Como ve, nadie mejor que Juan Ignacio
Vidarte para hablar de museos, y de su importancia en el legado cultural de un país, de una región,
de una ciudad...
J.M.V.- Cada museo es
insustituible. No hay uno igual a otro. ¿Qué diferencia al Guggenheim Bilbao de los demás museos de
España?
J.I.V.- Son varios los factores que nos diferencian. En primer
lugar, el propio origen de Guggenheim Bilbao, un museo que surge como
consecuencia de un proyecto ex novo, de crear una infraestructura cultural con una dimensión
internacional en Bilbao como parte de una estrategia más amplia de
transformación y de cambio de la propia ciudad. En segundo lugar, creo que es
también un museo diferente en el sentido de que, desde su propio origen, nació
ya con la vocación de ser una
institución que iba a trabajar en red, con otras instituciones, en concreto y
bajo el paraguas de la fundación
Guggenheim, con el museo Guggenheim de Nueva York y con el museo
Guggenheim de Venecia. Es, pues, un museo que surge con esa vocación de
formar parte de una red de instituciones a nivel internacional para tener una
presencia en el mundo, con todo lo que eso conlleva de compartir formación,
nuevas colecciones y toda una filosofía
de funcionamiento. Somos también un museo con una clara vocación de tener una
audiencia internacional, al margen de nuestra localización y esto nos
diferencia también de muchas otras instituciones en España. Y, por último,
somos un museo que, desde el principio, ha dado mucha importancia al espacio
que habita, al edificio que nos acoge porque entendemos que forma parte
intrínseca de lo que es nuestra actuación, porque creemos que el museo es
contenido, pero es también manera de reflejar y de trasladar ese contenido a
los visitantes y por eso los espacios que acogen ese contenido deben tener una
importancia sustancial y, de hecho, en nuestro caso, la tienen.
¿Es muy distinta la gestión de un museo
antiguo, como el Prado, y uno moderno como el que Vd. dirige?
Compartimos lo esencial. Somos museos y, por
tanto, somos un instrumento educativo, de conexión entre el arte y la sociedad,
a través de sus visitantes y, en ese sentido, nuestra misión fundamental es
similar. Pero hay elementos que nos diferencian como instituciones y eso
también afecta a la gestión. Nosotros, por nuestro propio origen, además de ser una institución
cultural, somos un instrumento de revitalización, de transformación, de
proyección... Y eso nos obliga también a ser sensibles a ese papel que jugamos
dentro de nuestra comunidad. Luego la delimitación temporal y cronológica de
nuestro ámbito de actuación puede tener también diferencia, en la medida en que
nosotros somos un museo centrado en el arte moderno y contemporáneo, del siglo
XX y del siglo XXI, y eso hace, por un lado, que tengamos una relación intensa
con artistas que están vivos, con todo lo que eso conlleva y, además, que eso tiene un efecto en muchos de los
proyectos que trabajamos porque el arte contemporáneo expresa una escala muy
diferente de lo que es el arte tradicional y eso tiene también unas implicaciones en la gestión del museo que nos diferencian de los museos tradicionales.
¿Hay cierto pique entre
museos para destacar por encima de los demás? Supongo que ese también es un
asunto muy ligado al tema turístico del territorio donde está enclavado, ¿no?
Sin ninguna duda. Yo creo que
los museos, en general -luego unos
cumpliremos ese papel con más o menos intensidad que otros-, somos una parte
importante de la riqueza que una zona, o un país, ofrece a sus visitantes, sea
por turismo o por cualquier otro motivo. En cuanto al nivel de competencia,
creo que sí, que puede haber un cierto nivel de competencia, pero muy peculiar
porque, por otro lado, también hay
muchas sinergias porque, en la medida en que los museos están dirigidos a un
colectivo de personas que tiene un marcado interés por el mundo de la cultura,
el hecho de que existan muchos más museos en una determinada zona geográfica
hace de ella (ya sea un país, comunidad autónoma, provincia o ciudad), que sea
mucho más atractiva y favorece que esas personas vengan aquí en lugar de ir a
otro sitio. Luego, también depende del tipo de visitante. Si pensamos en
un visitante internacional, el
hecho de que en España haya una buena infraestructura cultural y una alta
densidad de instituciones culturales relevantes puede favorecer que todos estos
visitantes que vienen de lejos se inclinen por venir a España en lugar de ir a
otro país, y eso hace que en la medida que estamos aquí tengamos más
posibilidades de llegar y de captar a este tipo de visitantes. Y, si
restringimos este tipo de análisis a una región o a una
ciudad, pasa exactamente lo mismo.
El Guggenheim es un museo 'desubicado',
con varias sedes en el mundo. ¿Es una de las alternativas de los museos
modernos para poder sobrevivir, por un lado, frente a los grandes museos
(Louvre, El Prado, MOMA, Pompidou),.), y por otro, para sobrevivir también a lo largo del tiempo?
Para nosotros, desde luego, es una
manera de responder tanto al reto que usted comenta, como al de la
globalización, una forma de poder tener presencia desde la periferia, desde una
ciudad como Bilbao, en un mundo cada vez más globalizado. Una ciudad como la
nuestra, al no ser capital de un estado, es mucho más difícil si no se hace a
través de la pertenencia a una red, como es en nuestro caso la pertenencia a la
familia Guggenheim. Pero, al mismo tiempo, es una manera de poder responder a
esos retos que tienen todos los museos y que nosotros, con un tamaño menor,
podamos tener también acceso a una programación, a nuevas colecciones, a
proyectos que si fuéramos un museo circunscrito a nuestras propias limitaciones
de tamaño y presupuesto... Entonces yo, más que un museo desubicado, lo que creo
es que nuestra presencia en esta red nos afianza como un museo enraizado en
un lugar concreto, pero que está enlazado a otros también integrados en sus
lugares correspondientes (en nuestro
caso Nueva York y Venecia), aunque cada uno de nosotros con una personalidad específica, con un carácter concreto, con un
discurso específico, pero formando parte de una misma familia, aunque eso no
implique la pérdida de identidad como institución porque creemos que un museo
(nosotros también) se entiende dentro de su unicidad, del carácter único que
puede proporcionar a sus visitantes,
porque como repetición un museo no tiene sentido.
Cuál es la reacción de los
visitantes cuando van al Guggenheim por vez primera?, ¿y en veces sucesivas?, ¿les preocupa cómo lo encuentran,
conoce su grado de satisfacción?
Sí, por supuesto que nos preocupa. Un
museo es un espacio en donde se generan experiencias con el visitante y nuestra
finalidad es conseguir que esas experiencias sean lo más interesantes,
atractivas y gratificantes posible para él y que eso le mueva a repetir la
visita más adelante. Nosotros no diferenciamos entre la primera y las sucesivas
visitas al museo, pero es de sentido común pensar que la primera vez que
alguien viene al museo lo primero que percibe es su relación con el edificio y
con los espacios y, en la medida en la que se profundiza en la visita, y en la
que se repite, es cuando se empieza a valorar más y a entender mejor esa
relación entre los espacios y el
contenido y la programación que ofrece el museo. Nosotros, como todos los
museos, estamos muy preocupados por el grado de satisfacción, lo medimos de
manera permanente y, en general, el grado de satisfacción de nuestros
visitantes es muy elevado (el año pasado, por ejemplo, estaba por encima del 8,7
sobre 10) y, desde luego, creo recordar que
el 99 por ciento de ellos recomendarían la visita a sus conocidos después de haber pasado por el
Guggenheim Bilbao.
No sé si tendré una
percepción equivocada, pero he observado, como visitante, que en los
museos españoles hay más extranjeros que
españoles y, dentro de estos últimos, mucho más adultos que jóvenes. ¿Cuál es la tipología del visitante medio del
Guggenheim y, en todo caso, ¿qué hay que hacer para acercar a los jóvenes a los museos?
En relación con la primera parte de su
pregunta, nosotros el año pasado recibimos un 64 por ciento de visitantes que eran
de origen extranjero, es decir, casi 2 de cada 3 visitantes. Esta misma
circunstancia, en nuestro caso, ha venido siendo así prácticamente desde el principio y, en los
últimos 5 años, la cifra de visitantes ha sido prácticamente la misma que la
del año pasado. Esta cifra, por un lado, llama la atención, pero por otro
quizás no tanto. Para nosotros, una quinta parte del total de visitantes (un 20
por ciento), son franceses ya que la cercanía de la frontera hace que para una buena parte de ellos el museo
constituya casi una experiencia de vida. Otra quinta parte de los estudiantes o
de los educadores que forman parte de nuestras actividades educativas son
también franceses que, en su mayoría, vienen a pasar el día en el museo y luego,
a la tarde, vuelven a sus lugares de origen... Pero bueno, es verdad que,
efectivamente, nuestro público mayoritariamente es extranjero. Y en cuanto a la
edad, poco menos de la tercera parte de nuestros visitantes tenían menos de 30
años y un poco más de la mitad tenían
menos de 40. En el Guggenheim Bilbao, en
esa franja de hasta cuarenta y tantos años es donde se concentra la mayor parte
de nuestros visitantes, aunque está bastante distribuida en los diferentes
rangos de edad. Pero es cierto que los jóvenes de menos de 25 años no representan
un porcentaje suficientemente alto y para nosotros eso constituye una preocupación
en el sentido de que ellos son el futuro del museo y es vital que sepamos
captar su atención. Ahí todos los museos tenemos un reto difícil porque estos
jóvenes son nativos digitales, su relación con el mundo viene marcada por su
fácil relación con la tecnología y con todos los instrumentos que esta ha
puesto a su alcance, y esto hace que el tipo de experiencia, de relación que
pueden buscar en un museo viene ya predeterminada por su propia manera de
relacionarse con el mundo y el museo no puede ser ajeno a eso. Para el museo,
esta circunstancia supone una cierta contradicción porque el museo es una
experiencia física, mientras que los jóvenes están muy acostumbrados a que esa
relación con el mundo sea tecnológica, virtual y los museos tenemos que ser
capaces de afrontar ese reto, el de incorporar los elementos que la tecnología
nos ofrece para encajarlo de una forma más natural con las expectativas de ese
tipo de público, pero, al mismo tiempo, hacerla compatible con lo que es el carácter
fundamental que tiene la experiencia de visitar un museo que es la relación directa, física, con unas obras
que están en la pared, y que son reales, no virtuales. En los próximos tres años,
para nosotros, esa es desde luego, una
prioridad: intentar buscar ese equilibrio entre lo
digital con la experiencia real de la visita al
Guggenheim.
El gobierno ha descartado
para esta legislatura una revisión de la actual Ley de Mecenazgo. ¿Qué aspectos
le parece a Vd. que habría que modificar y en qué sentido?
Es verdad que esta ley se ha quedado
muy corta para las expectativas que todos
podíamos tener. La reforma de una ley como esta supongo que es difícil
de acometer en épocas de vacas flacas, como la que estamos atravesando pero,
cuando puedan volver ciertas alegrías presupuestarias, me gustaría que cuando
se aborde un nuevo proyecto de ley sea
con una visión más integral de todo lo que supone el apoyo a la cultura, la
relación de colaboración que tiene que haber y que hay que estimular entre la iniciativa pública y la iniciativa
privada, en apoyo de las actividades culturales, del coleccionismo, de las
propias instituciones como los museos... Yo creo que el futuro está por esta vía, la de la colaboración. No
es realista pensar que las instituciones culturales se vayan a mantener por la
vía exclusiva de las aportaciones públicas y para eso hay que generar una
cultura del mecenazgo y de los incentivos fiscales que haga que sea más natural, y que cada vez sea más
recurrente que la iniciativa privada apoye a las instituciones culturales.
Nosotros siempre hemos defendido esta colaboración y, a pesar de las
limitaciones que pueda tener la ley actual en este sentido, seguimos
manteniendo unas tasas de autofinanciación muy elevadas (cerca del 65 o 70 por
ciento) gracias a que hay un nivel de aportación privada muy importante, y con
la presencia de empresas en nuestro patronato, de amigos, en torno a 16 000 que
apoyan al museo renovando su aportación todos los años. Este creo que es el
modelo del futuro, pero es verdad que un entorno legislativo más generoso y,
sobre todo, con una visión de conjunto y de futuro, ayudaría a que esto
funcionara mucho mejor.
Me gustaría que ahora me
dijera qué cree Vd. que el Guggenheim debe a Bilbao, y viceversa...
El Guggenheim debe a Bilbao su razón de
ser. La ciudad lo incluyó en su
estrategia de transformación porque lo
consideró que podía tener un papel fundamental como catalizador de esa estrategia y, por tanto,
le debe su existencia. Ese apoyo inicial, tanto público como privado, se ha
mantenido a lo largo de estos más de veinte años de existencia de este proyecto
y de sus 17 años de funcionamiento. Y Bilbao al museo yo creo que le debe mucho también porque el museo ha cumplido sus objetivos, ha respondido a lo que Bilbao esperaba de él y ha servido
como catalizador e impulsor para que las otras transformaciones se hayan podido
llevar a cabo de forma más rápida que si el museo no hubiera existido. Creo también que el Guggenheim ha
dado a Bilbao una proyección exterior
muy importante, una institución cultural que Bilbao no tenía, con capacidad de
atracción, de interés, con la presencia de un millón anual de visitantes, lo
que ha dado a Bilbao un elemento de cosmopolitismo
y de desarrollo ciudadano muy importante, y ha ayudado psicológicamente a darle
confianza, tanto a la ciudad como a sus ciudadanos a seguir en ese proceso de
transformación que pasó, al principio sobre todo, por momentos muy delicados,
de crisis profunda (económica y de identidad). Y como consecuencia de todo
esto, el museo aporta anualmente a Bilbao un movimiento económico que puede
cifrarse en unos 340 millones de euros.
Finalmente, ¿cuál es su obra
favorita en el Guggenheim Bilbao?, ¿qué
piezas le gustaría tener a su director y no tiene todavía?
Es difícil elegir. Si tuviera que
hacerlo, creo que la obra que representa, que simboliza muy bien nuestras
claves de identidad y de funcionamiento diría que 'La
materia del tiempo', de Richar
Serra, un conjunto escultórico que el museo encargó y que está aquí desde 2005. Creo que, además de ser una
de las grandes esculturas de finales del siglo XX y principios del XXI, aporta
al visitante del museo una experiencia única e inolvidable, y que solo se puede
tener aquí al enfrentarse a esa obra, al contemplar la obra y su relación con
los espacios del museo, de alguna manera nos transforma. Creo, como decía, que
simboliza muy bien el espíritu de este museo y que espero que no pierda nunca... Respecto
a la obra que me gustaría tener... ¡Hay tantas! Nuestra colección tiene obras
creadas a partir de 1950; dentro de ese ámbito cronológico hemos intentado
tener obras significativas de los grandes artistas de la época y, aunque lo
hemos conseguido en general, hay algunos que no hemos sido todavía capaces de
tener, fundamentalmente por razones económicas. Por ejemplo, no tenemos aún
obra de Yaster Yous, ni de Edward Kelly,
ni de Francis Bacon. Incorporar alguna obra de estos artistas es una ambición
del museo que a mí me gustaría cumplir.
Solo una más: ¿la Responsabilidad Social Corporativa (RSC) del
Guggenheim Bilbao es algo más que una simple declaración?, ¿el museo hace cosas
concretas por colectivos desfavorecidos, por ejemplo?
Para nosotros, esta es
también una cuestión esencial. Nuestra labor educativa de cara a la sociedad
estaría incompleta si a los colectivos que puedan tener mayores dificultades
(físicas, sensoriales o económicas) de acercamiento al museo no se lo facilitáramos en la medida de nuestras
posibilidades. Tenemos bastantes programas dirigidos a colectivos de personas
con discapacidad, de voluntariado para ayudar también a estas mismas personas,
de tercera edad, de colectivos marginados, a personas que están en situación de
desempleo... Todo esto creemos que forma parte de nuestra responsabilidad como
institución y nuestra voluntad es seguir profundizando en ello.