Para eso están los que mandan
viernes 20 de febrero de 2015, 09:03h
Enterados del zafarrancho interno que terminó por aparcar en
vía muerta a Tomás Gómez, muchos se preguntan cómo se deberían elegir en cada
partido las candidaturas electorales más adecuadas. Derivado de tal
interrogante, que no es más que una parte del dilema, todos tendríamos que tener muy claro a quién se
deben las fuerzas representativas que articulan políticamente a la ciudadanía.
Parece lógico que se deban al ideario ideológico que justifica su existencia y
a la militancia comprometida que trabaja para llevarlo a la práctica, pero
ambos instrumentos parecen insuficientes para conquistar el poder. Son
necesarios también, como es sabido, dirigentes indiscutibles y capaces,
organizaciones perfectamente engrasadas y fuertemente disciplinadas,
estrategias inteligentes, simpatizantes proselitistas que se muevan con
eficacia en la estela de la formación y el apoyo mayoritario de un electorado
que crea en el modelo de sociedad propuesto por el partido. Cuando se intenta
progresar primando alguno de los factores sobre el conjunto de ellos, la
maquina comienza a petardear y termina por colapsarse.
Por ese camino iba Tomás Gómez, imbatible como parecía
después de esquivar los empujones de Zapatero y Rubalcaba, mostrando sus estatutos en un desierto despoblado de
convencidos, pretendiendo que prevalecieran los avales de una parte de los
afiliados sobre las pésimas impresiones de muchos seguidores independientes del
PSOE, sobre los planes globales de la dirección nacional y sobre los
pronósticos que le aseguraban un
desastre sin precedentes en las urnas madrileñas. Así las cosas, considerando
además el enclave emblemático donde se iba a desarrollar el drama, podemos
criticar el procedimiento utilizado para descabalgar a Gómez de su caballo
renco, discutir hasta la saciedad si la intervención se ajustó o no a las
reglas de juego establecidas de antemano, pero nadie debería negar a Pedro Sánchez
la necesidad de evitar una derrota estrepitosa en Madrid de las siglas que
representa.
Solo se atreven a descalificar a Sánchez los que colocan el aparato partidista de Gómez por encima de
los objetivos perseguidos por el Partido Socialista en toda España. En otros
tiempos, cuando en el PSOE se aplicaba cierto centralismo democrático de
inspiración marxista, la Ejecutiva Federal decidía, el Comité ratificaba las
decisiones adoptadas por la cúpula dirigente y las agrupaciones acataban y
cumplían con lo establecido. El que se movía no salía en la foto y aquella
advertencia lapidaria simbolizaba una forma eficaz de gestionar los asuntos
internos, por mucho que disgustara a los responsables más díscolos. A los
socialistas no les fue nada mal durante muchos años: ganaron seis elecciones
generales, tres de ellas con mayoría absoluta.
Todo lo expuesto puede parecer políticamente incorrecto, pero
la izquierda democrática debe permanecer fiel a sí misma. Lo que ahora se
lleva, lo más moderno y estiloso, es declarar que los partidos se hacen de
abajo a arriba, a base de multitudes superpuestas, sabiamente adiestradas en
repetidas veladas mediáticas y perfectamente
ordenadas en las redes sociales. La democracia interna consiste entonces, según
los nuevos apóstoles de la modernidad, en culminar procesos asamblearios,
reales o virtuales, tanto da, transversales y multitudinarios, abiertos y
populares, donde cada vecino propone soluciones improvisadas a los problemas
reales que la coyuntura plantea. Luego aparecen los líderes naturales, vengan
de donde vengan, apañando el cotarro, rechazando lo que ellos consideran
desechable, organizándose como la competencia y tomando las medidas que
consideran oportunas. Tomen nota señores de la izquierda, sus alumnos
aventajados saben perfectamente que para eso están los que mandan.