miércoles 18 de febrero de 2015, 16:31h
Aquí hablamos de fracaso escolar, de niños que no quieren estudiar y abandonan prematuramente la escuela. Allí tienen hambre de aprender porque saben que es la única salida para tener algún futuro. Aquí se llevan el smartphone a las clases y tuitean distraídos mientras el profesor explica. Allí una tiza o un lápiz es un tesoro y el profesor, un maestro. Aquí llegan en coche o en autobús al colegio y al salir van a clase de judo o de inglés y luego sus padres se tienen que pelear para que hagan los deberes. Allí algunos tienen que caminar cada día hasta 22 kilómetros para ir a la escuela y otros 22 para regresar, con lluvia, frío o un sol de 40 grados. Aquí, algunos padres se desentienden de lo que hacen o dejan de hacer los niños en el colegio. Allí, cuando les necesitarían para trabajar, para llevar algo de comer, muchos padres renuncian a ello para que sus hijos puedan estudiar. Aquí, las niñas son iguales que los niños y tienen los mismos derechos. Allí, que una niña vaya a la escuela, a veces es causa de violencia sobre ellas o sobre sus padres. A veces, incluso, puede morir por ello.
"Aquí" es España o cualquier país de Europa. "Allí" puede ser la India, Marruecos, la Patagonia argentina o Kenia. Ellos, los niños de allí, se llaman Samuel, Zahira, Carlitos o Jackson. Este último es paralitico y sus hermanos, más pequeños que él, le llevan cada día a la escuela arrastrando la silla de ruedas durante cuatro kilómetros por un terreno casi insalvable. Pero Samuel sonríe porque es feliz y quiere estudiar para ser médico y curar a otros niños como él. Y a sus hermanos no les importa el peso de la silla. Zahira y otras dos amigas recorren 22 kilómetros para llegar a la escuela. Pero se arriesgan. Carlitos va a caballo hasta la escuela llevando detrás a su hermana pequeña, dos horas para ir, otras dos para volver. Y Jackson hace lo mismo con su hermana atravesando tierras donde los animales salvajes pueden acabar con ellos.
Sus escuelas son barracones y no tienen medios. Sólo pizarras y tiza. Pero es la última esperanza para cambiar su mundo, tan diferente del nuestro, tan desigual, como sus vidas comparadas con las nuestras. Sólo la educación les puede salvar. Sólo la educación y el enorme esfuerzo de cada uno de ellos pueden cambiar la desigualdad creciente en el mundo y acabar con la pobreza, el fanatismo y la intolerancia de tantos.
Si no han leído el libro o no han visto todavía el documental "Camino a la escuela", no dejen de hacerlo. Aprenderán que nos sobra casi todo, que estamos haciendo muchas cosas mal y que hay millones de niños que merecen una oportunidad. Al menos, una. Si en los colegios de sus hijos o de sus nietos no les han puesto todavía esta película pidan, exijan, que lo hagan. Mi nieta Sofía, 8 años, en mitad de la película, dijo: "abuelos, esta película tenían que ponerla en el colegio". Los niños son sabios. A veces no es tan importante que haya ordenadores en las escuelas ni pizarras electrónicas. Basta con el hambre por aprender. Cuando la educación no llega a todos, acaban ganado siempre los que predican la intolerancia o el odio.
francisco.muro@planalfa.es