'Un cuento de invierno', otro de los clásicos de William
Shakespeare (posiblemente su penúltima obra) ha subido el
telón en la madrileña sala Nave 73 el último día de enero pasado y permanecerá
en cartel hasta el 22 de febrero próximo. Es una producción de la compañía SioSi Teatro, que ya pudo
exhibirla en el último Festival de Almagro y en El
Corral de Comedias de Alcalá de Henares. El montaje está dirigido por Carlos
Martínez-Abarca (por cierto, el ayudante de dirección de Blanca Portillo en el
'Don Juan Tenorio' que se representa en el CTNTC, http://www.diariocritico.com/ocio/teatro/blanca-portillo/don-juan-tenorio/critica-de-teatro/472021), y
bien se nota porque su
intervención ha conseguido que este sea un espectáculo
perfectamente homogéneo en el que todos
los elementos de la dramaturgia del mismo se conjugan para dar aún más fuerza a
la obra del genio inglés.
La acción de
'Un cuento de invierno' discurre
entre Sicilia y Bohemia, y el eje central de su historia tiene como trasfondo
el tema del uso irracional del poder. El
montaje, de unos 120 minutos de duración y sin ningún intermedio, para no
romper el ritmo de la acción, está
dividido en dos partes muy claras. En la
primera, Leontes, rey de Sicilia, recibe la visita del rey de Bohemia,
Políxenes. Leontes sospecha de su mujer,
Hermione, al creer que esta se excede en las atenciones con su invitado. Los
celos se adueñan del corazón de Leontes y nublan su razón hasta el punto de
que, de manera compulsiva y caprichosa,
ordena a su consejero, Camilo, que envenene a Políxenes, pero Camilo revela
la verdad a Políxenes y huye con él a Bohemia. El burlado rey de Sicilia
decide entonces encarcelar a su mujer
embarazada y abandona a la niña recién nacida sin reconocerla como hija.
La segunda
parte baja el nivel de la tragedia para discurrir por caminos y aires más bucólicos y pastoriles. Todo gira en torno
a Perdita, la niña que abandonó el rey Leontes, que fue encontrada y criada por
unos campesinos. La acción avanza 16 años y se traslada a la adolescencia de
esta jovencita, a la que vemos enamorada del hijo de Políxenes y, por tanto,
heredero del trono de Bohemia quien, por miedo a la incomprensión de su padre,
no ha revelado su verdadera identidad a Perdita. La trama se enreda primero en
la discordia del rey de Bohemia con su propio hijo y la familia que acoge a Perdita,
para terminar después en una reconciliación, en la que intervienen también
elementos sobrenaturales. Y todo ello, en medio de las pillerías y las
canciones de Autólico, un joven pícaro que no tiene nada que envidiar a nuestro
Lazarillo de Tormes a la hora de saber hacer uso de su fortuna y frente a sus adversidades.
Sus peripecias, en cualquier caso, contagian su alegría y ganas de vivir a todo
el público asistente, que no se resiste a cantar a coro con el pícaro, cada vez
que este se lo solicita.
Ocho actores, veinte personajes
Sobre la escena, ocho espléndidos actores, que se ponen en la piel
de casi veinte personajes. Ellos son Carlos
Lorenzo (Leontes,
con un registro dramático imponente, arrastrado por la
irracionalidad y la locura de sus celos); Zaira Montes (la reina, estupenda,
contenida, resignada a su fatal destino
frente a un marido déspota y cruel que no ve en ella la perfección, la
hospitalidad y la atención al huésped, sino la complacencia y la excitación del
deseo); Rocío Marín (el hijo del pastor -al que da vida también Carlos
Lorenzo-, deliciosa interpretación de un muchacho tan atolondrado como
inocente, tan generoso como cazurro, y objeto de las implacables pillerías de
Autólico); Carlos Jiménez-Alfaro (Autólico, un personaje entre vagabundo y
pícaro, capaz de atesorar las habilidades sociales de quien, por naturaleza y
por necesidad, ha tenido que convertirse
tanto en sutil, hábil, sagaz, listo e
inteligente, como lúcido, agudo,
ingenioso, diestro, intuitivo, socarrón y malicioso); y Óscar
Ortiz, David Lázaro, Paula Ruiz y Luis Heras completan el fabuloso grupo.
'Un cuento de invierno' es, en fin, una verdadera fiesta teatral de principio a fin, en donde hay
cabida para todos los registros posibles de este arte, que van desde la
tragedia inevitable ("¿qué queda vivo de todo aquello que dañé sin causa, y qué
cabe esperar reconstruir?") hasta la comedia más sutil y divertida o, como dice Carlos Martínez-Abarca, una obra en la que "coexisten fantasía y
realismo, tragedia y comedia, corte y campo, nobleza y picaresca, antigüedad
griega y modernidad isabelina". Una obra que ningún aficionado al teatro debiera perderse.