Juan
Barranco, que era el presidente del PSOE en Madrid, además de diputado y
vicepresidente de la Asamblea
madrileña, ha anunciado que deja todos sus cargos y, con 67 años, se retira a
la vida privada. El que fuera alcalde de Madrid tras
Tierno Galván era el
penúltimo superviviente de la 'era
Felipe González' -el último es el ex
presidente andaluz
Manuel Chaves, que mantiene su escaño--: todos los demás
rostros han experimentado una profunda renovación en la dirección socialista y
en el grupo parlamentario.
Barranco,
cuya proximidad a
Pedro Sánchez era, parece, bastante escasa, se marcha, me
dijo, por voluntad propia: nadie le empuja, pero tampoco le otorgan un papel
relevante en esta 'nueva era', en la que parece que los rostros que llevan
muchos años en política ya no tienen lugar. De hecho, del Rey abajo, 2014
significó una enorme renovación de caras, aunque no tanto de ideas, e incluyo
en esta consideración general la irrupción de Podemos, cuyo programa ideológico
completo, más allá de la razonable crítica a 'lo que hay', confieso aún
desconocer: la formación de Pablo Iglesias es más una promesa de mudanzas no
concretadas que una realidad regeneracionista, por el momento. Pero buena parte
de la ciudadanía ha conferido a Podemos la pátina reformista que estima que
necesita el país, una pátina que el PSOE no ha conseguido darse del todo y a la
que el PP parece renunciar pura y simplemente.
La
renovación en los cargos ha sido, así, casi total en el PSOE y total en IU, con
un coste pagado de renuncia a veteranías y experiencias que nadie, de los
recién llegados, quiere. A ver ahora cuáles son los próximos pasos, incluyendo
esa no confirmada sospecha de elecciones autonómicas anticipadas en Andalucía:
se deshoja una margarita complicada en una coyuntura no menos complicada. Hemos
jubilado a decenas de personas que durante años representaron, mejor o peor, a
los ciudadanos. Le queda ahora la pelota en el tejado al partido gobernante,
que ya este fin de semana podría empezar a desvelar qué personas encarnarán las
principales candidaturas autonómicas y municipales en los lugares que aún son
una incógnita, como Madrid o la Comunidad Valenciana.
Ahí veremos hasta dónde llegan los afanes innovadores.
Pero
el PP, en todo caso, marcha a otro ritmo y la 'estabilidad' de la que tanto
habla Rajoy parece primar sobre cualquier voluntad de cambio o reformas. La
máxima ignaciana de que en tiempo de crisis no conviene hacer mudanzas ha sido
adoptada a rajatabla por el presidente y su equipo, y así me parece que ha
quedado plasmado en la entrevista periodística que Rajoy 'concedió' --me
gusta poco la expresión-este fin de semana. Esa estabilidad se plasma también
en la permanencia de los mismos rostros en sus escaños, de los mismos
responsables de áreas institucionales o gubernamentales y, desde luego, en la
voluntad de permanencia del propio presidente. Ello abre complicadas expectativas
de futuro, actuando contra esa previsibilidad que Rajoy se quiere dar, basando
toda la estabilidad en la mejora económica y fomentando el inmovilismo en la
política.
Estamos
ante dos modelos de país: el de Barranco, inscrito en un proceso de renovación,
y que ya ha visto cumplido su trayecto público -fue un buen alcalde y un
político honrado-, y el de Rajoy, que siente un legítimo deseo de perpetuarse,
sin mover demasiado el barco, por entender que eso es lo que conviene al país.
Y esos dos modelos, incluyendo el abrazo intergeneracional, son los que habrán
de entenderse cuando pase este bronco año electoral. Que, aunque hoy parezca
algo lejano, casi imposible, pasará.
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