Cuando
escribo esto, el mundo se llena de rumores, la inquietud invade las conciencias
de todos. La operación en Francia contra el terrorismo asesino ni siquiera se
ha cerrado del todo, pero los debates ya se han abierto. Tienen a los límites
del periodismo como telón de fondo: ¿se pueden publicar caricaturas de
Mahoma
que hieren la sensibilidad de muchos creyentes? Y ya que estamos: ¿se podría
hacer lo mismo con el
Papa, con
Buda? ¿Hasta dónde la crítica -o la burla-a las
instituciones? ¿Cuáles son los límites del buen o mal gusto?
El
debate es casi eterno: ¿dónde fijar la raya entre la libertad de expresión y lo
intolerable? He escuchado voces, afortunadamente minoritarias, que dicen que
'Charlie Hebdo' había traspasado a veces ese umbral. Claro que también se oyen
voces, por suerte las menos, pidiendo una restricción en la tolerancia a las
costumbres y usos de los que piensan diferente a la civilización occidental. Y
yo pido tolerancia a quienes se creen en posesión de la verdad occidental, que
debe estar contrapesada con la tolerancia desde el lado de la 'otra'
civilización de Hungtinton, que tantas veces se piensa con la exclusiva de la
luz. Los asesinos, los verdugos, los torturadores, sean islamistas o lo que
fueren, están excluidos de cualquiera de estas consideraciones, desde luego.
Mi
concepto de lo que ha de ser la libertad de expresión incluye también lo
exagerado, especialmente si viene del campo del humor. El propio, heroico,
director de 'Charlie Hebdo', ese 'Charb' para quien pido el máximo reconocimiento
y honores hasta donde él los hubiese admitido, resumió de una manera a mi
entender luminosa esa concepción tan indefinible, tan inaprehensible, que
resume muchas contradicciones aparentes: "humor o muerte", nos dejó dicho.
Frase tremenda, que resume siglos de peleas en la humanidad: nada hay que
separe más a un hombre de otro que un diferente sentido del humor. Lo que trae
aparejado un diferente sentido del honor. Y aquí sí que con la Iglesia hemos topado,
amigo Sancho.
Claro
que no voy a resumir en el humor -ni siquiera en el honor-- la tragedia
colectiva que hemos vivido todos en París, y que podría haber sido en otros
muchos sitios. Simplemente, digo que depositar la más mínima culpa en
pretendidos 'excesos' periodísticos, buscando así una razón para el crimen, es
un grave desenfoque. Sería como justificar los crímenes de ETA porque hay
vascos a los que les gusta Madrid y lo proclaman. Los periodistas no podemos
dar ni un paso atrás en las conquistas que hemos ido logrando a lo largo de
siglos, y que siempre se topan con la dialéctica entre derecho al honor versus
libertad de expresión. El problema comienza cuando vemos quiénes son los que
ponen el listón al derecho al honor. Porque los límites a la libertad de
expresión ya están contemplados, a veces muy severamente, en los códigos
penales y hasta en esa frase genial de un dibujante y periodista también
genial: "humor o muerte".
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El blog de Fernando Jáuregui: 'Cenáculos y mentideros'>>