Se nos van a atragantar, a este
paso, las uvas, temen algunos. Y es que acaba el año prometiendo
inestabilidades sin cuento. Si Grecia se acatarra, todos podemos contraer una
neumonía. Europa ha dejado de ser un islote de paz y satisfacciones. Las
europrevisiones de cara a 2015 se complican con lo que pueda ocurrir en las
elecciones en Grecia, en Portugal, en España. Y desde ahora crecen las
aprensiones ante lo que pueda suceder luego en Francia, aunque allí las
elecciones presidenciales no tendrán lugar, en principio, hasta 2017, por más
que la ultraderechista
Marine Le Pen -que va en cabeza en los sondeos-pida la
disolución anticipada de la Asamblea Nacional.
Me dicen que la
preocupación en Alemania ante esta deriva electoral tan poco convencional es
máxima: pero quizá los afanes por el ajuste del superministro
Schäuble, ese
ansia de aplicar la austeridad a los demás, han sido excesivos. Quizá la
supervisión de la marcha económica a cargo de los 'cabezas de huevo' de la UE
ha sido, hasta ahora, deficiente, como lo ha sido, y en grado máximo, la
coordinación política. Puede que Grecia no haya sabido hacer los deberes -nunca
los hizo, por otro lado--, puede que, de nuevo, una gestión deficiente de los
políticos esté sirviendo para hundir la economía. Pero aquí no hay un solo
culpable, ni es esta una película de buenos y malos.
No me asustan ni Syriza en
Grecia, ni Le Pen en Francia, ni Podemos en España, ni UKIP en Gran Bretaña
-que también tiene elecciones en 2015-- ,suponiendo que se puedan hacer
equiparables unos fenómenos políticos que tienen escasa relación entre sí: pero
ocurre que todos son fenómenos relativamente nuevos, que están amenazando a los
partidos confortablemente establecidos. Como no me asusta la posibilidad de que
este 2015 albergue unas elecciones anticipadas en Cataluña en las que la
independencia tenga un carácter plebiscitario. Por no asustarme, ni siquiera me
asustaría una victoria (improbable), allá por 2016, de alguien como el
republicano
Jeb Bush en los Estados Unidos, y eso sí que sería acaso más
preocupante, sobre todo porque en Rusia está ese remedo de zar belicista que se
llama
Vladimir Putin: choque de trenes seguro. Menudo panorama, atizado por el
fin de la 'primavera' en el norte de África, las atrocidades de los fanáticos
islamistas y la evidencia de que sí, existe ese conflicto de civilizaciones
radiografiado por Huntington, por más que algunos se empeñasen en negarlo.
Pero que no nos den las uvas.
El destino de España, de Grecia, de Europa... será el que quieran y decidan sus
habitantes. Creo en la sensatez de los pueblos y en la madurez de la
ciudadanía, globalmente considerada. De la misma manera que creo que se está
produciendo un corte radical entre una manera antigua de gobernarnos y lo que
venga, sea lo que fuere. El miedo al cambio puede ser tan dañino como abrazar
sin más fórmulas nuevas que ni siquiera sabemos de verdad en qué consisten, más
allá del afán por derribar lo existente. Frases como la de
Alexis Tsipras, el
líder de Syriza, que dice que "hoy en día, toda lucha social debe desafiar la
estabilidad del poder" pueden ser una buena patada en las espinillas de ese
poder, pero no sirven para gobernar al conjunto de la sociedad. Como no sirve
arrogarse la representación única y exclusiva de todos los griegos, de todos
los españoles, de todos los catalanes: asumir la pluralidad, reconocer que
otros también pueden tener una parte de razón, es también una nueva forma de
gobernar, la más democrática.
Dicen -yo lo practico-que con
la llegada del nuevo año hay que proponerse algo bueno, cosas que nos hagan
superarnos. Tomaré las uvas una a una, expresando un deseo para este 2015 con
cada una de ellas, que nunca deberían ser las uvas de la ira que dieron título
a la magnífica novela de
Steinbeck y, luego, al filme de
John Ford. Sino las
uvas de la confianza, de la estabilidad, de la fe en nosotros mismos. De un
nuevo diálogo desde las entrañas de la ciudadanía. De la unidad, dentro de
todas las discrepancias que usted quiera. Del afán regeneracionista: hay que
construir un mundo nuevo para nuestros hijos, mejor de lo que lo encontramos.
De la tolerancia y el respeto a los demás. Del afán por emprender una
revolución en la educación y en las pautas culturales. De la necesidad de
entregar nuestra representación a los mejores, para que ellos gobiernen con
nosotros, no solamente para nosotros. Del fortalecimiento de la sociedad civil.
De la recuperación de valores cívicos y morales, que alejen las prácticas de
corrupción que tan extendidas han estado entre nosotros, y desde luego no solo
aquí, en los últimos años.
Mi última uva irá destinada a
pedir una mayor fraternidad, que haga disminuir las desigualdades que están en
el origen de todos los conflictos. Habrá quien me diga, para amargarme las uvas,
que son deseos 'buenistas'. ¿Y qué? Luego, pediré que no ocurra lo de siempre,
que todos nuestros buenos propósitos caen en saco roto, como cuando nos
prometemos adelgazar o dejar de fumar. Así, armado con mi saco de uvas
idealistas, permítame compartirlas con usted y felicitarle, desde esta columna,
este año 2015, que será mejor que el 2014 solamente si nosotros de verdad lo
queremos. Porque somos nosotros quienes hacemos y deshacemos los
acontecimientos, que obviamente son incapaces de gobernarse por sí mismos. Que
los malaúva no nos den las uvas. Brindo por eso.
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Cenáculos y mentideros, blog de Fernando Jáuregui>>