Hace quince años, en Barcelona, no nos hicieron ni caso
viernes 05 de diciembre de 2014, 10:22h
Cuentan que al joven Simón Bolívar le dijeron en Caracas que tuviera
paciencia. "¿Es que trescientos años de paciencia no son suficientes?" parece
que contestó. Y de ahí salió la independencia de cinco repúblicas americanas.
Esto lo sabe el Madrid político y va a hacer todo lo posible para que a pesar
del huracán, no se mueva una coma. Si, ya sé que la Fundación Alternativas del
PSOE organiza reflexiones sobre cambios constitucionales porque es ahora que
Pedro Sánchez acaba de enterarse que existe la palabra "federal" aunque no
tenga ni idea que hacer con ella. Y no digamos el PP, que manteniendo a Franco
en el Valle de los Caídos, lo único que desea es que todo siga igual. No
digamos Susana Díaz y los socialistas valencianos.
Treinta y cinco años después, el bipartidismo monárquico, no ha aceptado
la idea de que el actual estado tiene tres naciones más, además de la española.
Y nunca lo aceptará. N hay un intelectualidad moderna ni valiente que lidere el
proceso.
Por eso quiero recordar hoy aquella idea que pusimos en movimiento en los
años noventa que venía de 1923 y que tanto temor y expectación creó, siendo
como era una aspirina política.
Álvaro Rodríguez
Bereijo, gallego de Cedeira era elpresidente del Tribunal Constitucional. En
agosto de 1998 estaba de vacaciones en su pueblo cuando en Barcelona nos
reunimos representantes de CiU, BNG y PNV y aprobamos un documento al que bautizamos
como Declaración de Barcelona. Los firmantes de aquel documento, al mes
siguiente, en setiembre nos reunimos en Bilbao y allí nos coincidió el acto con
la tregua de ETA. Cerramos el periplo en Santiago de Compostela en octubre.
Tras esto hubo mucha gente en Madrid y fuera de Madrid que se puso nerviosa.
Uno de ellos este hombre de leyes al servicio de una concepción de España en la
que no se admite una convivencia de naciones. «Aquí sólo hay una Nación que es
la española y el resto emanan de este concepto». Por eso cuando se enteró de
aquella Declaración y siendo como era nada menos que presidente del Tribunal
Constitucional, puso el grito en aquel cielo gallego de su pueblo y su voz
retumbó en toda la Península. «Sólo buscan romper el actual marco constitucional»
expresó en una entrevista que le hizo El
Correo Gallego. «La citada Declaración me produce perplejidad y
sorpresa.». Bereijo argumentaba que la Carta Magna había resuello muy bien los
problemas de convivencia en un marco plural y aquel documento confederal sólo
ocultaba ideas segregacionistas. «Para ello les animo a que si quieren inventar
algo nuevo que se diga: yo lo que
quiero es crear un estado independiente o quiero separarme»
aunque inmediatamente después nos advirtió muy claramente que para cualquier
reforma constitucional debía haber un consenso político en toda España pues la
soberanía reside en el pueblo español, no en el pueblo catalán, en el vasco y
en el gallego. Es decir, «ni se les ocurra, y si lo hacen los aplastaremos
legalmente».
Con aquellas
declaraciones el árbitro del partido nos sacó tres tarjetas
rojas de una tacada. Al poco intervino Rajoy, que era a la sazón ministro de
Administraciones Publicas y nos amenazó: «Se han situado fuera de la
Constitución». Vidal-Quadras pedía un frente PP-PSOE contra la Declaración de
Barcelona tras una reunión solemne. Gregorio Peces Barba, ponente
constitucional socialista nos decía que rompíamos el consenso y que aquello era
una provocación periférica que «creaba irritación, cansancio y desasosiego
susceptible por ella misma de proporcionar a los deudos del franquismo el
argumento legitimador que ansían para acabar con el sistema democrático». Y así
todo. Las radios y la prensa madrileña bramaron contra aquella Declaración a la
que dieron una importancia que el tiempo ha desmentido. Pero sirvió para poner
negro sobre blanco el distinto lenguaje y la distinta concepción que había de
lo español y de lo poco que se había hecho para que catalanes, vascos y
gallegos no fueran extraños en Madrid.
LA DECLARACIÓN
DE SANTIAGO
El gallego Mariano
Rajoy era en noviembre de 1998 ministro de Administraciones Públicas
del Gobierno de Aznar. Finalizando aquel octubre terminábamos CiU, PNV y el
Bloque Nacionalista Galego la ronda de encuentros que habían dado comienzo con
la Declaración de Barcelona en agosto de ese año. Aquella primera reunión había
soliviantado de tal forma al centralismo madrileño que al final de este encuentro
en Santiago, Rajoy respiró aliviado: «La noticia más positiva es que han dicho
que no volverán a reunirse hasta el año 2000». Para el ministro resultaba
curioso que los representantes de los partidos nacionalistas hubiéramos elegido
Santiago de Compostela para nuestro encuentro «ya que es la ciudad más
universal del mundo y por tanto no es el lugar más adecuado para hacer la
reunión de unos partidos que tienen una visión reduccionista». Rajoy se
felicitó no obstante del tono más moderado de la Declaración de Santiago que
de la suscrita en Barcelona, aunque se opuso a la relectura de la Constitución
que reclamábamos mientras exponíamos la necesidad de cambiar los criterios
interpretativos «uniformistas» utilizados por el Tribunal Constitucional y la
forma de elegir a sus magistrados.
Fue curioso porque
esta agresividad del ministro no se compadecía en nada con la
necesidad que tenía aquel primer gobierno Aznar para sacar adelante sus
proyectos en las Cámaras. Pero se ve que les importaba un bledo. Lo importante
era que no tocáramos las esencias hasta el punto que el entonces líder del BNG
se vio obligado a decir que para nada la Declaración de Barcelona era la
propuesta de un pacto confederal que en el fondo hubiera sido lo pertinente.
En aquel documento
de Santiago, las tres formaciones nacionalistas mostrarnos nuestra intención
de avanzar hacia una alternativa programática conjunta para las elecciones
europeas así como formalizamos una cooperación permanente que se ha dado en contadas
ocasiones. Ni hubo relectura de la Constitución, ni grandes iniciativas
conjuntas salvo la proposición de la utilización de los idiomas cooficiales en
el Senado. La sentencia del Tribunal Constitucional en relación al Estatut
cambiaría esta dinámica cuando vimos la fea cara del centralismo madrileño
aparecer entre la penumbra una vez más.
En el eje que va del españolismo al independentismo, la mayoría social comienza
poco a poco a decantarse cada vez más hacía la segunda opción. Un espacio más
centrado y más soberanista. La clave la tenía el socialismo en estas comunidades.
Decía M. Dolores García que el PSC actuaba como una manta justita, que cuando
te tapas las ideas, te quedas con los pies a la intemperie. «Es su debilidad y
su virtud, porque si se dieran estos pasos ¿qué diferenciaría al PSC de CiU?».
Y lo mismo podría ocurrir en Galicia y en Euzkadi.
Los humoristas
Ricardo y Nacho dibujaban su viñeta con estos debates. Un crío
le preguntaba a su padre: «Papá, ¿por qué los conflictos territoriales en lugar
de resolverse con violaciones masivas, cal viva, secuestros, matanzas,
torturas, ametrallamientos, bombas, no se arreglan siempre con referéndums?».
No se puede decir más cosas con menos palabras.
En marzo de 1981 se
había aprobado el estatuto gallego en el Senado. Tomó
la palabra en nombre del Grupo Vasco su portavoz Mitxel Unzueta. Tras mostrar
su apoyo incondicional recordó lo que había significado Galeuzca:
"Yo he sentido la
tentación de traer aquí múltiples citas de ese otro proceso
autonómico que precedió al presente, pero evidentemente ésta es una ocasión o
intervención parlamentaria y no es un
simposio de Historia. Sin embargo, por el simbolismo que encierra esta intervención,
no puedo por menos de traer a la memoria aquel proyecto que catalanes, gallegos
y vascos articularon como defensa de sus intereses autonómicos bajo el título
de «Galeuzca». Y lo voy a recordar, no con palabras de catalanes ni de vascos,
sino con palabras de un gallego insigne, que fue Castelao, y que decía así:
«imaginemos que "Galeuzka"
fuese hoy algo más que una coincidencia sentimental y que la
solidaridad de catalanes, vascos y gallegos llegase a ser, en la hora presente,
un hecho tangible, noblemente manifestado y sostenido con un programa de acción
común, con un ideal peninsular difundido, con un plan de solución justa y
sensata del problema hispano, con un martilleo constante sobre la conciencia de
los demás españoles.
"Un Castelao que en
otra ocasión y en carta que en momentos difíciles escribía al
que fuera presidente del Gobierno vasco, Aguirre, añadía una nota de humor, que
también hay que recordar. Y decía en aquella carta, una larga carta: "En
esta semana -le decía a Aguirre- he auscultado el ánimo de algunos de los
prohombres de la República y, aunque no creen en la providencia, sólo esperan
que se produzca un milagro». Y seguía diciendo Castelao: «Vosotros los vascos,
que creéis en la providencia, resulta que sois los únicos que no creéis en los
milagros».