Sentimiento de extranjería
viernes 28 de noviembre de 2014, 13:17h
No
sé si solo me pasa a mí, conceptualizado como raro en mi entorno, o sea poeta,
o a más gente, mucha más gente, que comienza a tener en este país un
sentimiento creciente de extranjería. El primer síntoma consiste en sentirse
apabullado, sorprendido, incómodo ante muchas situaciones públicas que, un día
sí y otro también, van volando por las ondas hasta llegar a nuestros ojos, y
claro también a nuestro cerebro y a nuestro corazón. Pongo como ejemplo
palmario de esta realidad las hazañas picarescas, o sombrías, de la comedieta
del tal Pequeño Nicolás, trasunto extraño y personaje extraño que están llenando
periódicos y telediarios. Después de ver montañas de información sobre este
vodevil no sabe uno si está más enfermo el tal Francisco Nicolás (en el sentido
verborreico de la palabra), o el propio Estado (en el sentido diarreico).
Además, considerar este relato urbano como esperpéntico o surrealista es algo
muy generoso.
El asunto independentista de parte de
Cataluña es otro aldabonazo más para la ajenidad, aunque en este caso copiamos
a Oriol Junqueras, pero en el sentido de independizarnos de su perenne letanía.
Pues tanto si observa uno a Mas, como si observa la torpeza nihilista, o
huidiza, o sorda, de Rajoy, presiente que arde ya con pirotecnia y fuego real
un entuerto que deja a bastante gente con el culo al aire. Es gente que está en
situación de no saber qué hacer, pues se ha llegado a la estrambótica situación
no de que un catalán no se sienta español, sino de que muchos catalanes tampoco
pueden sentirse catalanes. Al menos desde el pensamiento único que ha difundido
la matraca publicitaria de la Generalitat. Ya se ha hecho el vademécum de lo
que es ser catalán, de manera oficial, y se deja fuera a dos terceras partes de
los catalanes, los cuales pasan a situación de apátridas. Decía Ortega que la
terca mula es el animal español por excelencia, y por mucho que se sienta no
español nadie gana a terco a Mas, personaje que ya ha gastado todas las formas
posibles de tocadura gratuita de cataplines al resto de España.
Y si se observa la tragedia de que los partidos
mayoritarios no se enteran de que manejan un modelo agotado, y de que lo que
viene se bambolea entre Venezuela y Dinamarca, y se transforma un programa
económico en una carta a los Reyes Magos, pues apaga y vámonos, que a los que
pretendemos mantener la lógica viva, la serenidad enhiesta y el corazón abierto,
nos destierran a los fríos hielos de la soledad cada vez que encendemos la
tele. Y termino diciendo lo que ya he dicho en otro artículo, que a esta
historia solo le falta Valle Inclán para escribir una obra de teatro, y
Berlanga para dirigir una película, y sin embargo solo tenemos a Santiago
Segura para que nos lo cuente. Con Valle y Berlanga al menos gozaríamos de un
arte sublime.