viernes 21 de noviembre de 2014, 12:34h
Cuando entonces, cuando
el PSOE vestía pana y reclamaba la nacionalización del sector energético y
predicaba que a la OTAN "de entrada no", el fax era el último grito, los
telegramas azules estaban a la orden del día y lo más global que había era el
DOMUND. El mundo -y España- han cambiado de una forma vertiginosa desde
entonces: la caída del muro de Berlín y lo que supuso, el auge de de las nuevas
tecnologías, los países emergentes, la nueva Unión Europea, la crisis y un
largo etc. han hecho verdad palpable lo que McLuhan sólo esbozó caso como una
profecía lejana en la famosa idea de la aldea global a la que se sumaron otras
metáforas como lo del efecto mariposa o la vieja y conocida teoría del dominó. Y
si el mundo ha cambiado radicalmente habría que empezar a diferencias entre lo
que queremos y lo que podemos.
Quien esto
escribe hace años que escandalizó a un buen amigo contertulio y empresario
pidiendo la nacionalización si no de la baca, si de algún banco que atendiera
las necesidades que las entidades financieras rechazaban. También defendí la
necesidad de controlar más eficazmente sectores básicos como el energético. He
clamado contra las herencias de rentistas improductivos -que no de todo los
ricos por el hecho de serlo siempre que generen puestos de trabajo- y podría
seguir contando aquí mis -seguramente- contradicciones que me han puesto
siempre en contra a los liberales pero
también a los socialistas cerriles y anquilosados sin ninguna visión de futuro.
Y digo todo esto
porque ya me harta un poco que unos cuantos teóricos de las aulas me vengan a
enseñar el camino del bien con recetas tan maravillosas como inviables y sus
seguidores me coloquen dentro de "la casta" por seguir creyendo que el
"papelito" de la Constitución que tanto costó redactar y consensuar es hoy
carne de hoguera como lo somos todos los "viejos" tan sólo por el hecho de
serlo, por el hecho de haber contribuido con entusiasmo a que España fuera, de
una vez, una democracia.
A mí ya
lecciones, las justas y descalificaciones generacionales, ninguna. A mi edad -y
escribo esta columna en primera persona- no me sirven ni los titulares ni los
eslóganes, ni los tópicos ni las demagogias populistas sin ninguna base ni las
promesas imposibles de cumplir. Lo mismo que, a mi edad, me repugna la
corrupción nuestra de cada día, la conversión de los partidos que iban a
transformar la sociedad en groseras empresas de poder que sólo engendran votos,
controlan los pilares en los que se basa la democracia y se suceden a sí mismos
para perpetuarse en el sillón. Se ponen de acuerdo en lo más opaco que les
beneficia pero son incapaces de consensuar un sistema de educación o una
sanidad con derecho a futuro.
Estoy tan harto
de líderes carismáticos que descubren de pronto la penicilina como de
antilíderes que con la excusa de manejar los tiempos lo que haces es perderlo
miserablemente. Estoy harto de los obsesos a los que la buena voluntad les
ciega y ni se enteraron de la tormenta que ya estaba cayendo. Estoy harto de
los que hablan y no explican porque tal vez ni saben lo que quieren. Estoy
harto no de la política sino de estos políticos y de los que se presentan
reclamando destruirlo todo sin que sepamos que van a poner en su lugar. Estoy
harto de esta política de todo a cien que se escribe en 140 caracteres o ni se
escribe. Y como yo, creo que hay mucho ciudadano, que no gente, como bien
distinguía en una columna Rafael Torres:
"La suma de los ciudadanos da la
democracia, la de los súbditos, el reino, y la de la gente, el gentío".
Nunca me he
considerado súbdito, no quiero ser gentío pero nadie ya me da la oportunidad
ser ciudadano.