La debilidad de negociar al margen del derecho
miércoles 12 de noviembre de 2014, 07:37h
Una enorme lección aprendida que nos dejó la
lucha contra el terrorismo es que no es posible combatirlo al margen del Estado
de Derecho. Utilizar otros instrumentos quebrando la ley no es legítimo y al
final es contraproducente. Esa lección aprendida debería valernos para captar
la lógica más amplia que conlleva: la acción política, sea del tipo que sea,
debe mantenerse dentro de las normas fundamentales de convivencia que encarna
el Estado de Derecho, o acabará deslegitimándose.
En esta oportunidad, la cuestión refiere al tema de
la negociación política (post 9 N) para encontrar una solución a la situación
creada en Cataluña. El editorial del diario El País repite este martes su
argumento del día anterior y lo enfatiza. Titulado "La fuerza de negociar", el
editorial sostiene: "Esta es sin duda la
hora de la política. La política democrática empieza en el diálogo, que debe
convocar el poder con mayores competencias: en este caso el Gobierno. El
diálogo debe desembocar en negociación para acordar las soluciones con el mayor
consenso posible. Y los acuerdos implican siempre algún grado de cesión mutua".
A primera vista tal argumento parece irrefutable.
Sin embargo, lo es únicamente si se toma aislado. Porque nadie puede suponer
que este diario esté sugiriendo que se puede negociar al margen del Estado de
Derecho. Es decir, no es posible negociar la comisión de un delito o el
entrampamiento del sistema judicial, por conveniencia política (claro, siempre
se puede, pero no se debe). Seguir esa lógica nos aproxima demasiado a las
grandes maniobras en la oscuridad que se han perpetrado en los altos círculos
financieros del país.
Desde luego, tampoco es legítimo hacer lo
contrario: usar el sistema judicial para resolver los litigios políticos. El
mencionado editorial señala: "Olvida esta gente que la defensa de la legalidad
debe hacerse sin forzarla a conveniencia; que los tribunales no deben obedecer
órdenes de los políticos". Obviamente, "esa gente" es la que está acusando al
gobierno de debilidad ante los soberanistas y que incluso sería partidaria de
usar las fuerzas de seguridad en Cataluña. Algo que, desde luego, hay que
rechazar de plano: coincidimos en que fue acertada la prudencia del gobierno y
la judicatura de no recurrir a la fuerza para impedir la colocación y el uso de
las urnas.
Sin embargo, el problema es que esa alusión a la
independencia de los jueces -que hace El País- no tiene una única dirección.
Los jueces no deben estar al servicio del gobierno, pero tampoco deben aceptar
cualquier tipo de negociación al margen del derecho. ¿No tiene entonces ningún
valor que los tribunales superiores hayan sancionado previamente en dos
ocasiones en contra la celebración de la consulta? ¿Cómo es posible que en los
días previos se haya coincidido, también desde ese diario, que la consulta se
celebraría al margen de la Constitución y las leyes, para luego cerrar los ojos
y decir que hay que regresar a la mesa de negociaciones?
Por ese camino vamos mal, entre otras razones,
porque estamos cargando de razón a la derecha dura partidaria de tomar acciones
coercitivas para resolver la cuestión. Y cuando eso sucede es que los demás no
estamos haciendo las cosas bien, o tal vez que la situación ya está más allá
del juego político. Esa es precisamente mi sensación. Muchos partidarios del
regreso a la negociación política no quieren darse cuenta que ya es posible que
se hayan cometido delitos sustantivos, susceptibles de ser examinados por los
tribunales de justicia. Y lo impulse el Gobierno o no, la ciudadanía y las
fuerzas políticas tienen el derecho de llevar este caso ante la justicia. En
otras palabras, que el tiempo de la política en torno a la cuestión del
soberanismo catalán, ya está mediado por el tiempo de la justicia. Ahora
defender la independencia de los jueces debe hacerse en todo sentido. Serán
ellos quienes deban examinar si hay o no comisión de delito y si hay
imputaciones que hacer respecto de los responsables de organizar la consulta. Y
tratar de impedir que esto suceda es tan violación del Estado de Derecho como
su contrario, empujarles a que establezcan culpables a como dé lugar. Por eso,
en medio de esta debacle creo que hay que rescatar la lección aprendida: no hay
acción política legítima y eficaz al margen del Estado de Derecho. Hay que
aceptar que la justicia entre a examinar la situación en Cataluña desde su
plena independencia.