Cataluña: en defensa del Estado de Derecho
martes 11 de noviembre de 2014, 08:15h
El llamado proceso participativo del
9-N no ha descubierto nada nuevo: que un tercio de los catalanes están a favor
de una separación de España era algo archisabido. En realidad, el verdadero
problema refiere a que los otros dos tercios no se deciden a mostrar claramente
su desacuerdo con los independentistas (y, a los efectos, da igual que en vez
de ser un 30%, los separatistas sean un 40% o incluso un 50%). Sin embargo, lo
que se juega a partir del 10 de noviembre es otra cosa mucho más grave: la
posibilidad del quiebre del Estado de Derecho.
Es curioso que una gran cantidad de
observadores, sobre todo en los medios de comunicación, parece no reparar en
ello. Desde el editorial del diario El País, hasta el de Diariocrítico, todos hablan
de que ha llegado la hora de regresar a la política con mayúsculas. Claro, a
esa solución nos apuntaríamos muchos. Pero la realidad es algo más tozuda y no
tiene sentido ponerse ahora a disimularla.
Puede parecer muy obvio y elemental,
pero resulta necesario recordar que el Estado de Derecho se basa en la
independencia de poderes y que eso debe ser enfáticamente así en el caso del
Poder Judicial. Pues bien, aunque el sistema judicial haya tenido la prudencia
de no tomar medidas cautelares para impedir la votación, no podrá hacerse a un
lado ante las querellas que le van a llegar por los delitos de desobediencia,
prevaricación y mal uso de fondos públicos. Y ello independientemente de que
tome o no la iniciativa al respecto el Gobierno del Estado. En breve, cualquier
grupo de ciudadanos o fuerza política puede, si lo estima procedente, solicitar
que eche a andar la rueda de la justicia en Cataluña.
Algunos invidentes dicen que "no es
hora de usar los tribunales para resolver el problema de Cataluña". No se dan
cuenta de que, en el fondo, eso significaría impedir que la justicia haga su
trabajo; es decir, que se truncara la actuación plenamente justificada de uno
de los tres poderes del Estado de Derecho. En el fondo, no se dan cuenta de que
la ruptura del pacto constitucional y las leyes no puede quedar impune, por más
que se prefiera una solución política. El drama ahora es que la cosa ha ido
demasiado lejos. El tiempo de la política en Cataluña ya está mediado, nos
guste o no, por el tiempo de la actuación de la justicia.
No podemos ser contradictorios y
exigir la actuación rigurosa de los tribunales para unos delitos y no para
otros. Supongo que alguien como Bárcenas podría decir con justicia que está
sufriendo un agravio comparativo. ¿Por qué debe caer todo el peso de la ley
sobre un caso de corrupción y no sobre uno de prevaricación (que en fondo tiene
algo de corrupción política)? Y visto desde el acceso a la justicia, sería una
incongruencia permitir que unos ciudadanos practiquen el voto contra la ley y
luego se impida que otros ciudadanos ejerzan el derecho de llevar ese caso a
los tribunales. No, definitivamente, estamos ante una situación en que el juego
político ha sobrepasado los límites de la legalidad y ahora le toca hablar a la
justicia. A ella le corresponde decidir si el caso tiene o no mérito o si una
vez llevado a juicio hay responsabilidad de las autoridades de la Generalitat.
Pero si hay imputación por parte de algún tribunal, todos tendremos que
atenernos a las consecuencias: si no parece lógico que Rajoy reciba en la
Moncloa a un imputado de su partido, no se entendería fácil por qué habría de
recibir al imputado Artur Mas, en caso de que llegara a serlo.
Las reglas del Estado de Derecho son
precisamente los límites del juego político. Podremos hacer un balance político
en el que culpemos a Mas y a Rajoy del entuerto. Pero lo que no podemos es
irrespetar los fundamentos del Estado de Derecho. Si, como parece irremediable,
la rueda de la justicia comienza a rodar, tratar de detenerla sería extremadamente
peligroso, además de igualmente ilegal. Eso es lo que sucede cuando se juega alegremente
con las cosas de valor.