Casi un mes ha estado hospitalizada Teresa Romero, la auxiliar de
enfermería española que ha vencido al ébola. Toda una heroína y, por supuesto,
como todo el mundo, me alegro infinitamente de su recuperación y espero que, en
breve, pueda reanudar su vida normal y volver al hospital, no como enferma,
sino como profesional de la sanidad.
A unos metros del hospital de Teresa, el Carlos III, otro joven héroe,
Jesús Rodríguez Díaz-Meco,
se ha debatido entre la vida y la
muerte durante los últimos tres meses en
el hospital de "La Paz", de Madrid. Jesús, sin embargo, no pudo vencer a
su enfermedad. Ni a la original, epidermólisis bullosa (la enfermedad de la "piel de
mariposa"), ni a la última transformación que ha tenido, un maldito cáncer de piel, que acabó con su vida -solo
25 años, ¡Dios mío!- el 3 de noviembre, justamente dos días antes de que Teresa fuese dada de alta. Al final,
perdió la guerra contra su enfermedad. Pero ganó la de la dignidad, la
valentía, el pundonor, la inteligencia y
la fuerza de un joven héroe de verdad, no de esos que pueblan las pantallas
de televisiones y cines, los mandos de
las "Play Station", o los campos de
fútbol (excepción hecha del Manzanares, porque Jesús era del "Atleti").
No sé si por la
planta 5ª del Hospital General "La Paz", la de cuidados paliativos, habrá
pasado un enfermo que, ni en un solo momento, durante esos tres meses de
estancia, haya emitido ninguna queja, ningún lamento, por su situación. No ha
habido médico (médica, mejor, porque el equipo era enteramente femenino), ni
enfermera que las
haya escuchado de su boca. Al contrario, la sonrisa y el fino humor han acompañado siempre sus
preguntas, sus dudas, sus sugerencias, y, cuando ha sido necesario, también sus defensas hasta el último día.
Enfermedades raras
Jesús era uno de los 1.000 españoles afectados por esa
enfermedad rara de la piel, la epidermólisis bullosa. Y, además, una de
las poco más de 150 personas que la ha padecido en su variante más grave. De pequeño, no ha podido recibir abrazos y
"achuchones" como todo niño, porque, aun con los cuidados más
extremos, cualquier roce podía rasgarle la piel. Su madre, su padre, su
hermana, lo saben muy bien porque los tres han ayudado
con sus cuidados permanentes y
extraordinarios a que la vida de Jesús se prolongue bastante más tiempo de lo
diagnosticado desde el primer momento. Ni
dormido se libraba de las ampollas, que se producen espontáneamente o con el
roce de las sábanas. Con la ropa podía sucederle otro tanto. Y esto porque padecía el peor tipo de la
enfermedad, el distrófico, y las heridas se le formaban en el estrato más
profundo de la piel: la dermis. Y también dentro de su cuerpo, sobre todo en el
esófago, así que, como no podía comer casi nada por la boca, había que
inyectárselo a través de un catéter que llevaba el alimento disuelto directamente
al estómago.
La
necesaria contención física en los afectos de sus padres, el baño, las curas de
dos o tres horas diarias, el cole, la comida..., son solo algunas batallas cotidianas y permanentes en las que
Jesús se ha visto inmerso a lo largo de todos y cada uno de los días de su vida,
sin comerlo ni beberlo. Y así 25 años. Curas, revisiones, intervenciones
quirúrgicas,... Y en todo ese tiempo, ni una sola queja, ni un solo mal gesto.
Un enfermo ejemplar, un ser humano excepcional, en el seno de una familia 10.
Así y todo, terminó la carrera de Derecho y comenzó a
llevar sus primeros casos en un bufete de abogados, al que tenía que
desplazarse en tren durante casi 45 minutos. Desgraciadamente su aventura profesional,
coronada después de tantos y tantos años de esfuerzos familiares y personales, le ha durado poco.
Pero sí el tiempo suficiente para hacerse querer por sus clientes y compañeros.
El
control mental del joven Jesús era
tal que, cuando en febrero de este mismo año, le diagnosticaron por primera vez
el cáncer que ha acabado con su vida, sabía perfectamente que podía ser el
principio del final (ni siquiera en eso se equivocó), escribió un último poema
en un blog de poesía que tenía en la red (Versos abandonados,
http://versosabandonados.blogspot.com.es/), que tituló 'Epílogo'.
Pero
a Jesús hay que juzgarlo por su
calidad humana, sobresaliente cum laude,
y la calificación es unánime en todos los que le hemos conocido y que, con
ello, no olvide tampoco que hay muchos otros héroes cotidianos, que nadie
conoce, en quien nadie repara, si no es su familia directa, o sus amigos y compañeros, y
esos son los héroes de verdad.
Y, si hay alguna forma práctica de ayudar a Jesús, y a tantos otros chicos, chicas, niños, niñas, como él, la
mejor quizás sea la de colaborar
aportando fondos que hacen falta para que se investigue y trate esta y
otras enfermedades raras, esas
enfermedades que proporcionan una herida mucho mayor a quienes la padecen por
el aislamiento a que se ven condenados o por la estigmatización que les produce ciertas actitudes sociales ante
la enfermedad y, lo que es peor, ante los enfermos.
¡Gloria y honor a un gran hombre que,
desgraciadamente, nos ha abandonado con el silencio que acompaña a quienes más tienen que decir! Que
su ejemplo sirva de espejo y acicate para todos. Descanse en paz.