Reformar donde hace falta
lunes 03 de noviembre de 2014, 10:00h
Como
aquella película tragicómica, "aterriza donde puedas", hay entre nosotros
abundancia de políticos ocurrentes que hablan de reformar la Constitución sin
precisar dónde ni porqué de estas urgencias. Buscan el aterrizaje de emergencia
de un proceso político que vuela normalmente por encima de los nubarrones como
si pensasen que un aterrizaje forzoso iba a despejar esas tormentas que se
producen por debajo de su ruta.
Las
tormentas no se producen en la altura constitucional sino en el nivel "municipal
y espeso" de los partidos. Son consecuencia de conductas apestosas en el nivel
doméstico de la baja política, coincidentes con el desasosiego por una
recuperación financiera que no repercute en la realidad social y con la
desafección que rodea a dirigentes sin carisma que han tolerado el desajuste de
las piezas del mecanismo territorial del Estado sin respuesta ideológica a los
virus desintegradores de la estabilidad nacional. Tenemos una España con infecciones
purulentas en varios órganos de su cuerpo pero que conserva sana su columna
vertebral que es la Constitución. En ella hay que apoyarse y no perder el
tiempo y distraerse en debates sobre lo que está en pie.
Si
miramos a nuestro alrededor no veremos ninguna nación de categoría parecida a
la nuestra que dedique un discurso político a cambios constitucionales. Ni en
Estados Unidos, ni en Alemania, ni en Francia, ni en Suecia, ni en Polonia, ni
en las Quimbambas encontraremos ningún ejemplo de expectativa de reforma
constitucional como el medicamento adecuado para curar los males de nuestra
época. En España llevábamos muchos lustros en que a nadie en sus cabales se le
ocurría descubrir una hipotética reforma constitucional como solución a
nuestras cuitas. Hubo, en un pasado ya muy lejano, experiencias que conducían a
la balcanización de España como consecuencia de rupturas de la legitimidad
constitucional. Pero aquellas historias parecían superadas porque nadie sensato
consideraba positivo poner hoy en juego los beneficios que, a pesar de todas
las infecciones, emanan de la estabilidad de un Estado que no está puesta en
trance de desequilibrio por su propia población, a pesar de todos los pesares.
De
cuando en cuando surge un ingenioso sujeto, más o menos político, contándonos
que la apertura de una reforma constitucional "por los cauces previstos en ella
misma" sería capaz de resolver nuestros problemas cotidianos. Cuando se les
pregunta cuál sería el contenido de esta hipotética reforma solo salen referencias
vacías. La primera e inevitable es suprimir la preferencia del varón en la
sucesión a la Corona, asunto cuya urgencia es perfectamente prescindible cuando
la Princesa de Asturias es una niña. La segunda es la conveniencia de poner
cierto orden y proporcionalidad en la financiación de las Comunidades
Autónomas. No es fácil comprender que dificultad tiene un gobierno con mayoría
absoluta para aprobar las medidas que coordinen mejor las Haciendas
territoriales desde sus facultades como administrador general del Estado.
Preocupa mucho más a los ciudadanos las sangrías provocadas por la corrupción
delictiva que las deficiencias de coordinación administrativa de los entes
públicos. La tercera referencia proviene de observar que el Tribunal
Constitucional parece atiborrado por un exceso de conflictividad, lo que no es
cierto. El Tribunal Constitucional, como otras piezas esenciales del sistema,
funciona y recibe múltiples apelaciones no a causa de su propia naturaleza sino
porque no funcionan debidamente los órganos ejecutivos capaces de hacer cumplir
sus sentencias. Si la jurisprudencia constitucional se aplicase rápida y
eficazmente se producirían menos
violaciones de los derechos protegidos por la Constitución. El Tribunal
Constitucional no es una especie de "muro de las lamentaciones" donde vaya a
llorar el Gobierno sino que debiera ser, por el contrario, el recurso de
garantías a que pudieran acudir quienes se sintiesen perjudicados por los actos
de un Gobierno con autoridad.
Va
siendo hora de que alguien se ocupe de plena dedicación a pilotar correctamente
el vuelo de España y que se olviden de buscar aterrizajes de emergencia en
espacios constitucionales ignotos que nadie les ha pedido y que están más allá
del tiempo programático de que disponen en estas fechas. No se puede distraer
al público hablando de un marco sólido que a nadie molesta en vez de limpiar a
fondo la costra que cubre las figuras del cochambroso cuadro. Confundir el
sucio paisaje con la moldura es una artimaña perversa. Lo que urge limpiar con
detergentes éticos es el paisaje y el paisanaje ya que, por el momento, una
cuarta parte del electorado en activo no ve más que la mugre.
Ex diputado y ex senador
Gabriel Elorriaga F. fue diputado y senador español por el Partido Popular. Fue director del gabinete de Manuel Fraga cuando éste era ministro de Información y Turismo. También participó en la fundación del partido Reforma Democrática. También ha escrito varios libros, tales como 'Así habló Don Quijote', 'Sed de Dios', 'Diktapenuria', 'La vocación política', 'Fraga y el eje de la transición' o 'Canalejas o el liberalismo social'.
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elorriagafernandezhotmailcom/18/18/26
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