sábado 01 de noviembre de 2014, 10:08h
He escrito tanto sobre la muerte que ya somos como dos viejos amigos.
La he visto algunas veces a mi lado, pero aún no sé cuál es su
verdadero rostro, aunque conozco ese flujo blanco que la precede en los
rostros, y sé que se deja imaginar sin protesta. Me he sentado con ella
en la penumbra de cualquier hospital, en el lujo áspero de los fríos
tanatorios, o en la dicción amarga que con su nombre aparece en los
crueles telediarios. En mi libro "Cuarenta latidos" la quise vencer
creando un Epílogo. El texto sucede cuando ya se ha ido y en el vacío
comienza a vivir la luz que da energía a todo lo que sucede. No sé si
será verdad, pero mi esperanza la llenan muchas bellas palabras, y si la
sombra agria de su dolor asoma, leo lo que dijo Sócrates antes de
morir, y en verdad que os digo que me entra un consuelo.
Un día leí que Cicerón decía que la vida de los muertos
consiste en la memoria de los vivos, y entonces cree una ciudad en mi
memoria en la que viven los que amaba y partieron. Allí habitan felices,
y sé que les cuesta salir del país hermoso de mi sueño. Sentí que la
frontera entre la vida y la muerte era difusa cuando Hamlet se preguntó,
antes de morir, por los sueños que habría en el sueño de la muerte.
Intentando responder a esa pregunta escribí "El sueño de la muerte", libro
en el que vive mi padre, mi madre, mi amado perro, el hermano de mi
mujer, y mucha más gente que viajaron hacia el país sin descubrir. En
ese libro quise vencerla con palabras, pensando que ella solo es una
palabra, y dentro de mí tengo la certeza de no saber quién de los dos ha
vencido. Sin embargo me calma Eurípides cuando dice que quién sabe si
lo que llamamos muerte es vida, y nuestra vida es muerte. ¿Quién lo
sabe?
Leyendo a mi amado Proust sentí que acaso la nada sea la
única verdad y no exista nuestro ensueño, pero que entonces esas frases
musicales, esas nociones que en relación a la nada existen tampoco
tendrían realidad. Que pereceremos, claro, pero que nos llevaremos como
rehenes esas divinas cautivas, que correrán nuestra fortuna, y que la
muerte con ellas parecerá menos amarga, menos sin gloria, quizá menos
probable.
Creo, como dice Gide, que por encima de la muerte sopla un
sueño. Y quiero creer, como Goethe, que somos un destello de Dios que
viaja por la oscuridad. No sé qué es verdad o mentira, solo sé que
escucho a mis seres amados que se fueron con la imaginación, ese sentido
humano que nos llevó del árbol a la llanura, del instinto al
conocimiento. Como dice Maqroll el Gaviero, el único orden en el que
podemos confiar, el único cierto y definitivo, es el de la muerte. Un
orden que seguro contendrá la nada o la misericordia. Que cada uno
encuentre en su corazón la respuesta.
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Comentarios
Últimos comentarios de los lectores (1)
31193 | Rosa Paredes - 01/11/2014 @ 12:19:24 (GMT+1)
Se arraiga la permanencia y cuando ya se han dado muchos pasos en la vida y la misma está a punto de desaparecer, es cuando intentas hacer un trato con la que tiene la última palabra y mendigarle y suplicarle que te regale un poco más de esa vida que te pertenece. Ella es la que decide si te vas a conocer otros "paraisos" o te deja que sigas viviendo lo que hay por estos lares y derramando tus lágrimas y las de otros...
La muerte es la dueña de la vida.
En cierta ocasión en que me encontraba en un día como hoy a las puertas de un cementerio, presencié una escena triste y dura. Una madre reñía a su hijo entrado en años. El joven, triste y mirando al suelo, llevaba en las manos un ramo de flores de diverso colorido, posiblemente para depositar al ser querido que esperaba dentro.
Alejándome del lugar, no pude dejar de pensar:
- Flores para los muertos... gritos para los vivos.
Reflexionando, llegas a la conclusión que es preferible que te sigan gritando... aunque hay momentos que cuando la derrota hace presa de tu ánimo, piensas "que es más fácil morir que vivir..."
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