Llega
un momento en el que ya no puedes más: los casos de corrupción y sus derivados
acaparan cada día más páginas de periódicos, más minutos en los noticieros de
radio y televisión. Los españoles nos enteramos de cosas que ni podíamos
sospechar, y mira que llevamos una trayectoria amplia y densa de historiales
corruptos desde que estallaron Filesa, el 'caso Naseiro',
Roldán y tantos otros
que parecen estar ya en la prehistoria y ser casi 'peccata minuta', en variedad
e imaginación, en comparación con -lo digo sin pretensión de exhaustividad-
los Gürtel,
Bárcenas,
Fernández Villa, ERE, tarjetas Caja Madrid,
Pujol o
'púnicas', que nos abruman cada día, sin darnos ya casi tiempo a reaccionar.
No
es tirándose los trastos a la cabeza en el Parlamento con el 'y tú más' o 'yo
el doble' como lograremos establecer un clima de confianza en el ciudadano,
asegurándole que esto, o cosas similares a todo esto, no volverá a ocurrir. He
escuchado demasiadas veces, en sede parlamentaria o partidaria, la palabra
"vergüenza" y hasta la palabra "disculpa", como para creer en que el propósito
de la enmienda, que juzgo verdadero, será, además, eficaz. Pienso que, en este
sentido, el bate parlamentario del pasado miércoles fue no inútil, sino
contraproducente: es vital que los políticos cambien ya su lenguaje.
Llevo
muchos años mirando la cosa política. Esa experiencia me hace pensar en que no
se trata solamente de que los gobernantes de turno se pongan a fabricar una
nueva legislación, o a reformar la precedente, aunque bienvenidas sean las
modificaciones parciales en las leyes obsoletas o incompletas, tal y como
enumeró la vicepresidenta del Gobierno tras el Consejo de Ministros de este
viernes.
No
es solamente la llamada 'clase política' -ya digo que yo me resisto, todavía, a
emplear otra terminología hoy de moda-la que ha de estar involucrada en la
regeneración. Es fundamental que también la sociedad civil, las
instituciones, las distintas organizaciones que puedan estar en riesgo de caer
en irregularidades, desde las corporaciones profesionales hasta los clubes
deportivos, por poner apenas un par de ejemplos, se pongan también a ello. En
este plano, me resulta muy difícil de entender lo que sigue:
-Que,
a la vista de la que está cayendo, PP, PSOE y las demás fuerzas políticas no
hayan llegado ya a una especie de 'pacto de La Moncloa contra la
corrupción', formalizado también en el Parlamento. Con plazos y contenidos muy
concretos y tasados. Creo que el espíritu de consenso, que todos dicen albergar
y ninguno pone en práctica, es muy importante como inspirador de la política
nacional, en lugar del vigente espíritu de la confrontación.
-Que
el funcionamiento de las organizaciones patronales, comenzando por la CEOE, CEPYME, CEIM, siga
siendo el mismo de siempre, si es que no es peor que nunca. Sobre el ya
inminente relevo en la cúpula de la patronal hay mucho que hablar, pero
trascendería de los propósitos y límites de este comentario.
-Que
el funcionamiento de las organizaciones sindicales, comenzando por UGT y CC.OO,
sea el mismo de siempre, si es que no es peor que nunca. Resulta casi increíble
que, tras todo lo que ha venido sucediendo con los cursos de formación en
diversas partes del país, por poner un ejemplo, no se haya producido ni una
sola dimisión, ni un solo replanteamiento global, en el vértice de estas
organizaciones.
-Que
los programas electorales de los partidos no se certifiquen ante notario, para
asegurar su cumplimiento. Que las resoluciones aprobadas tras los debates sobre
el estado de la nación se cumplan inexorablemente: resulta deplorable el efecto
de su sistemático incumplimiento y olvido.
-Que
no se hayan establecido obligatoriamente la limitación de mandatos en la Presidencia del
Gobierno, ni el desbloqueo de las candidaturas electorales, ni las elecciones
primarias, ni se haya avanzado en las medidas de regeneración política tantas
veces enumeradas por los propios dirigentes partidarios. Lo mismo puede decirse
en determinados aspectos de 'saneamiento' de la legislación civil, por ejemplo
regulando de manera más realista la contratación con el Estado, y procesal,
evitando las 'penas infamantes' gratuitas.
-Que
no se potencien por ley las normas éticas de obligado cumplimiento en todas las
corporaciones y colegios profesionales.
-Que
la restitución de lo mal habido no sea un requisito indispensable para la
reinserción del procesado.
-Que
el Consejo del Poder Judicial no ejerza una efectiva vigilancia sobre la
eficacia de los jueces, especialmente en la fase de instrucción. Tanto las
imputaciones como las prisiones preventivas deberían quedar reguladas de manera
que se dejase menor espacio al arbitrio del juez.
-Que
no se potencien las facultades de los órganos de vigilancia y control, tanto en
el ámbito de respeto de la competencia como en los posibles manejos en el
mercado de valores. Resulta fundamental agilizar las funciones del Tribunal de
Cuentas y dotarle de competencia sancionadora. Lo mismo sea dicho de la
vigilancia de conductas delictivas en medios de comunicación y redes sociales.
-Que
no se agilice el funcionamiento de la Fiscalía General
del Estado, sometiéndola a mayores controles y dotándola de mayor
representatividad y agilidad.
Son
apenas diez aspectos, poliédricos, de una realidad que tendría que cambiar. Si
de verdad tienen voluntad regeneracionista todos cuantos dicen tenerla, que
mediten en este decálogo, que nada tiene de original por mi parte: son todos
ellos puntos muy sentidos por la ciudadanía más consciente de que es preciso
salvar la democracia, amenazada por el desinterés de los ciudadanos sobre el
manejo de la cosa pública. Que la ciudadanía pueda pensar, aunque no sea una
realidad escrupulosamente exacta, que el conjunto de sus representantes está
corrompido, pone en riesgo el conjunto del sistema. Nada más, nada menos.
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El blog de Fernando Jáuregui: 'Cenáculos y mentideros'>>