La noticia de que
Teresa Romero está limpia
del virus del ébola no puede ser más alentadora para una población que
se creía a salvo de este tipo de males, pero sobre todo para los
investigadores, para esos médicos y enfermeras que aún a riesgo de
contraer la enfermedad exponen su vida a diario, sabiendo como saben que
les puede ocurrir lo mismo que a la auxiliar del enfermería del Carlos
III de Madrid.
Unos profesionales de cuya valía, preparación y
generosidad todos o casi todos tenemos constancia. Cada uno desde sus
propias experiencias en una sanidad pública que ha demostrado estar a la
altura de las circunstancias, pese a los intentos de algunos políticos
por desprestigiarla, por minusvalorar el trabajo de tantos buenos
profesionales como hay en nuestro país, a muchos de los cuales no se
permite seguir investigando enfermedades como el ébola que se ha cobrado
la vida de miles de personas en Africa, por falta de medios económicos.
Una situación que debería hacer recapacitar seriamente al gobierno
de la Comunidad de Madrid que preside
Ignacio González, sobre si la
política de privatizaciones emprendida en su día por
Esperanza Aguirre,
es lo que demandan los ciudadanos o se trata simplemente de favorecer a
unos cuantos empresarios de la salud.
Nada tengo contra la Sanidad privada, tan necesaria por otra
parte, pero sí contra quiénes engañando a sus votantes han adoptado unas
medidas que no llevaban en sus programas y que afectan a la salud y el
bolsillo de miles de ciudadanos que, ellos sí, pagan religiosamente sus
impuestos.
Nadie con dos dedos de frente puede oponerse a que los hospitales,
los centros de atención primaría, la sanidad en general se gestionen y
se gestione bien, sin que por el camino se quede un solo euro. Y es que
los usuarios de lo público estamos deseosos de que en vez de nombrar a
políticos sin experiencia, nombren a expertos que sepan donde hay que
recortar para evitar que el sistema se colapse.
En Madrid no hemos tenido suerte con los consejeros de Sanidad,
que sobradas muestras han dado de su ineficacia a la hora de gestionar
lo público. Interesados como estaban todos ellos en favorecer a quienes
les podían asegurar su futuro profesional una vez que abandonan los
aledaños del poder. Para cualquier persona con un mínimo de sensibilidad
resulta intolerable la actitud de
Javier Rodríguez acusando a Teresa de
mentir, mientras esta se debatía entre la vida y la muerte. Pero siendo
eso muy grave, lo peor es que Ignacio González todavía no le haya
cesado.
Dice
Javier Limón, el marido de Teresa, que a la angustia de saber
que su mujer podía morir, se sumó la de comprobar cómo le estaban
atacando quienes tenían la obligación de velar por su salud. Una
situación rocambolesca que nunca debería haberse producido, y que
demuestra la escasa sintonía que tienen algunos políticos con los
ciudadanos de a pié.