lunes 13 de octubre de 2014, 10:20h
Se
publican encuestas que muestran la pérdida de votos del Partido Popular. Sin
darle más trascendencia de la poca que tienen los sondeos fuera del tiempo
electoral y del marco territorial, no cabe ocultar que son indicativas al
corroborar las pérdidas expresadas en las pasadas elecciones europeas. Suceda
lo que suceda en el futuro, se detecta un descenso en el presente de la
valoración del partido por parte de los mismos electores que hace tres años le
otorgaban una contundente mayoría absoluta.
El
error que parece anidar en el estado mayor del partido, reducido a estado
menor, es creer que esta depreciación se produce por mantener las ideas que le
llevaron al triunfo y que no coinciden con el punto de vista de sus adversarios
y rivales. Este cálculo equivocado le lleva a despreciar sus compromisos
programáticos y conductas coherentes para acomodarse a un ambiente artificial
promovido por quienes no les van a votar nunca. El error es debilitar la
adhesión y confianza de sus propios votantes que no son una minoría
alborotadora sino la gran base social que constituyó la mayoría más importante
lograda nunca por una oferta unitaria del centro-derecha español.
La
rebaja en la estima del electorado no es la normal consecuencia del desgaste
producido por la administración de una crisis ya que, en este terreno, existe
comprensión suficiente para valorar positivamente los sacrificios tendentes a
la recuperación que, aunque aún no se palpen sus consecuencias sociales, indican
que nos encontramos en un camino bastante mejor que aquel por donde transitaba
el gobierno socialista. Tampoco es achacable al hedor de corrupción que ensucia
la vida pública española pues, desgraciadamente, ese tufo se reparte, en mayor
o menor grado, por todos los colores del espectro político. La depreciación se
produce por la pérdida de confianza en la firmeza de los propios dirigentes y
por su falta de empatía para la comunicación y la argumentación política. Poco
claros, poco consecuentes y poco simpáticos, quienes pierden intención de voto
lo hacen por sus propios comportamientos y no por las agresiones de las burdas
campañas de un entorno rencoroso y descerebrado.
El
fenómeno sería explicable si, en estos tiempos, el Partido Popular tuviese enfrente
a líderes emergentes de gran categoría o irresistible carisma que presentasen
serias ofertas de renovación y progreso frente a un liderazgo añejo, mediocre y
discutido. Pero, por ahora, enfrente hay muy poco o casi nada, salvo un poso de
demagogia y rencor envidioso. Pedro Sánchez, como mascarón de proa de una oposición
tan o más devaluada como los gobernantes, no dice más que ambigüedades y
tonterías, hace el ridículo en Europa y parece dispuesto a acentuar el desarme
físico y moral de España cuando el mundo está siendo amenazado por los
conflictos más peligrosos desde el fin de la última Guerra Mundial. La tercería
son los delirios de Pablo Iglesias que, como otras actitudes reactivas,
rencorosas y anticonstitucionales, no merecen más atención que la inevitable por
su presencia mediática. Pero hay que notar que, como otras posiciones
extremistas en Europa, circula como pez en el agua por pantallas y portátiles.
No hay hacia la izquierda liderazgos serios para pensar que puedan secuestrar
por sí mismos el sentido común de una sociedad madura que viene demostrando su
sensatez, década tras década de democracia parlamentaria defectuosa pero
moderada. Al sistema no le está comiendo el terreno nadie con poderosas fauces.
Pero hay quien está devorando a su propia estirpe, como Saturno a sus hijos.
Ni
la representación corporativa, ni el tono del discurso, ni la gestualidad
individual de los gobernantes se corresponden hoy con el paisaje que configuró
una alternativa de gobierno en anteriores ocasiones. Con esta tropa no da la
impresión de que pueda repetirse la suerte si solo se dedican a limarse sus
propias garras. Hay que cultivar preferentemente al propio electorado, lo que
se llama el "electorado disponible", esa base social con potencia de holgada mayoría,
y no creer que difuminando los programas propios se pueden conquistar sectores
del electorado "indispuesto". La capacidad de superar los vaticinios de fracaso
de un partido reside en los principios de sus bases y en la lealtad a una
mayoría social determinante. La recuperación de expectativas está en su
interior, en su autenticidad, en sus principios y en la regeneración con recursos
humanos no contaminados por la suciedad del ambiente. El gran error es creer
que se pueden ganar indecisos con la indecisión propia mientras se desprecia la
lealtad electoral nadando entre dos aguas. El gran error es traicionar los
valores propios por miedo a la algarabía de las bandas vociferantes y de los
escritores de portátil.
Ex diputado y ex senador
Gabriel Elorriaga F. fue diputado y senador español por el Partido Popular. Fue director del gabinete de Manuel Fraga cuando éste era ministro de Información y Turismo. También participó en la fundación del partido Reforma Democrática. También ha escrito varios libros, tales como 'Así habló Don Quijote', 'Sed de Dios', 'Diktapenuria', 'La vocación política', 'Fraga y el eje de la transición' o 'Canalejas o el liberalismo social'.
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elorriagafernandezhotmailcom/18/18/26
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