domingo 12 de octubre de 2014, 17:42h
A veces hay que hablar de lo importante y no
sólo de lo urgente. Cuando todos tenemos ganas de apagar la luz y
bajarnos de este país de pésimas noticias, hay que poner la vista en
otros españoles de los que sí debemos sentirnos orgullosos. Son los que
están allí donde son necesarios; los que trabajan sin medios para salvar
la vida de cientos de miles de personas sin agua, sin comida, sin
medicinas; los que construyen escuelas y hospitales donde sólo hay
miseria; los que se enfrentan a las guerrillas para salvar vidas incluso
a costa de la suya; los que recogen de la prostitución o impiden que
lleguen a ella -una lata de sardinas puede comprar la virginidad de una
mujer-, a miles de niñas y niños víctimas de la esclavitud del siglo
XXI; los que luchan por la libertad de las personas...
Los que no se van
cuando todos se han ido. Son los 13.000 misioneros españoles, el 54,7
por ciento mujeres, que están en 130 países, enviados por 440
instituciones religiosas.
Estos días he podido hablar con uno de ellos, Juan José Aguirre,
cordobés, 60 años, obispo de Bangassou, República Centroafricana. Casi
35 años en África, desde que se ordenó sacerdote. Aguirre construye
hospitales, escuelas, dispensarios, orfanatos, centros para acoger a
enfermos terminales de SIDA con apenas 25 o 30 años. Y cuando la
guerrilla o los militares las destruyen, vuelve a levantarlos.
Habla de
violaciones masivas delante de los maridos, como arma de guerra; de
poblados enteros quemados para meter el miedo en el cuerpo a sus
pobladores y que huyan a ninguna parte; de epidemias como el ébola
apenas a 300 kilómetros, o del SIDA, "el genocidio silencioso que está
viviendo África. "Cualquier remedio, dice Aguirre, si es aconsejado por
la OMS, si es eficaz, debemos usarlo en buena conciencia porque estamos
ante un drama en el que las discusiones valen poco". En Europa es una
enfermedad crónica; en África sigue siendo una enfermedad mortal que se
extiende imparable. En Centroáfrica, dice Aguirre, "entre el 8 y el 12
por ciento de la población está contaminada". Pero hay muchos más como Aguirre.
Enrique Figaredo, en Camboya,
donde había diez millones de personas y once millones de minas
antipersonas que han dejado sin piernas a miles y miles de inocentes. O
los dos misioneros españoles que acaban de entregar su vida, contagiados
por el ébola después de atender a los que necesitaban su ayuda. Como
Covadonga Orejas, carmelita de la Caridad, que con los salesianos
mantiene un centro para niños vulnerables, recogidos de la calle, en
Libreville, Gabón. O como Manos Unidas en el Estado indio de Karnataka,
donde recoge a las mujeres devadasi, utilizadas desde la niñez. como
objetos sexuales, esclavas de la diosa Yallamma.
Las violaciones
extremas de los derechos humanos siguen siendo constantes en pleno siglo
XXI. Y casi siempre, allí donde la vida no vale nada, hay un misionero,
muchas veces un misionero español, tratando de poner amor donde hay
odio. Esta es la semana de los misioneros, la semana del Domund. Una
semana grande para hombres grandes.