Llamar
"proetarra" a alguien no atenta contra el honor del ofendido; es un acto de
libertad de expresión. Al menos, para un Juzgado de Barcelona, que desestimó la
demanda presentada por la 'activista' (así la llaman en los periódicos)
Ada
Colau contra la delegada del Gobierno en Madrid,
Cristina Cifuentes, que así,
de proetarra, calificó a la mujer que tanto se ha distinguido en su lucha
contra el maltrato hipotecario y en otras iniciativas, y que ahora encabeza la
plataforma electoral 'Ganemos'.
Yo
creo que 'proetarra' es lo peor que te pueden llamar, trátese de Ada Colau, de
Pablo Iglesias (también he escuchado que así le calificaban en un programa muy
sesgado de una televisión) o de quienquiera. A mí mismo, en una ocasión en la
que defendía que
Arnaldo Otegi no debería seguir en prisión, al menos no en
atención a los cargos que se le imputan, un oyente del programa radiofónico en
el que así me expresé también me increpó de la misma manera. Y no es que sienta
un amor apasionado por Colau, ni por Iglesias. Y no digamos ya por Otegi, y
perdón por meterlos a todos en el mismo saco, que no es, desde luego, mi
intención. Porque Otegi sí es, o mejor ha sido, proetarra.
Ni
siento tampoco, Dios me libre, afecto alguno por
De Juana Chaos, ese siniestro
personaje a quien, sin embargo, se intentó cargar de cadenas fiscales con
cargos que no correspondían, en un afán de equilibrar los desvaríos de un ya
afortunadamente superado Código Penal. También por decir algo parecido a esto
me encasillaron como simpatizante de la banda del horror y del terror, esa
banda que tanto ha hecho sufrir a amigos míos y, por cierto, a mí mismo.
No,
no estoy con ellos, pero tampoco con quien, por muy simpático que me caiga (y
Cristina Cifuentes me cae simpática, lo reconozco), se permite descontrolar los
adjetivos, o incluso los sustantivos, con los que etiqueta a los rivales, o
enemigos, políticos. Simplemente, pienso que estamos necesitados de
mesura, sea para dirigir nuestros dardos contra quien no piense como nosotros,
sea para arrasar a otras ideologías políticas o sociales. Estamos instalándonos
en la barbaridad verbal (de momento, solamente verbal: las palabras luego las
carga el diablo). Y lo mismo he escuchado a una muy piadosa comunicadora decir
que "este Gobierno mata a la gente", solo porque no ha hecho aprobar la
'reforma Gallardón' al aborto, que a otro importante personaje asegurar que el
'nacionalismo es miserable' y 'cleptócrata', como si todos los nacionalistas se
apellidasen
Pujol o
Ferrusola.
Estamos
entrando ya, de hecho, en una larga etapa preelectoral, que es época propicia
para la exageración, la sal gorda en los insultos y hasta el desvarío. O la
injuria. O la calumnia. No quiero yo, por supuesto, que nadie, y menos la buena
de Cristina Cifuentes, salga judicialmente malparado. Pero sí quisiera
manifestar mi máximo respeto por el honor de cuantos merecen que se les
respete. Y, desde luego, puede que vote -o, más probablemente, no-a Ada Colau o
a Pablo Iglesias: lo que no me parece aceptable es que se les llame
'proetarras' u otras cosas que no son: si equivocamos el diagnóstico, mal
podremos dar con la solución. La libertad de expresión en la lucha política no
debería amparar lo que, simplemente, es falso; es, al menos, mi concepto de
libertad de expresión, que ya veo que no coincide con el de algún togado. Pero
que sepa Su Señoría que, por mucho menos, a algunos periodistas nos ha caído
una buena encima, según dictamen de algún otro juez, catalán, por supuesto.
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El blog de Fernando Jáuregui: 'Cenáculos y mentideros'>>