Cuando la bolsa suena, la bolsa es buena
martes 30 de septiembre de 2014, 11:54h
Ahora
resulta que enriquece a la Nación frecuentar los numerosos lupanares
que hay por aquí, jugarse a las cartas el patrimonio familiar en una
timba clandestina, comprarse un cartón de cigarrillos en el sótano
de cualquier barucho de barrio, regatear en la trastienda de un bazar
el precio de una prenda de marca falsificada o procurarse una
papelina de polvitos blancos en una esquina suburbial. Así de
paradójico se nos presenta el tema. Así de fácil se legitima lo
indigno. De una forma tan peculiar nos imponen los mercaderes
comunitarios las nuevas normas que deben utilizarse para cuadrar las
cuentas públicas. Todos sabíamos que circulaba mucho dinero sucio
por las cloacas de los países europeos, pero pocos pensábamos que
algún día ese flujo apestoso incrementaría el producto interior
bruto generado por los estados miembros de la Comunidad. "Todo es
posible en domingo", decían nuestros padres, coplilla cotidiana
que hoy podría rememorarse en algo parecido a "todo es posible en
Bruselas cuando la soga aprieta". Así es como lo hacen para que
los capitales de los bajos fondos maquillen los porcentajes
nacionales en lo que podría ser una nueva coyuntura de recesión.
Ya no
parecerán tan malvados los tahúres malandrines que se guardan un as
en la manga, ni los solitarios que se alquilan un cuerpo joven para
satisfacerse, ni los proxenetas traficantes de carne trémula, ni los
consumidores que mantienen a los narcos, tampoco los aprovechados que
se burlan del fisco y venden sus mercancías de contrabando. Ahora se
han transformado en agentes económicos que aportan su granito de
arena a la riqueza común. Gracias a sus vergonzantes aportaciones
bajará el déficit público, adelgazará la deuda, creceremos más y
pagaremos menos intereses a los usureros de los llamados mercados
internacionales. Así será como la redención les alcance por la vía
financiera y no por el cumplimiento de las merecidas penas.
Enterado de
tales apaños contables, me pregunté cómo se calcularía el monto
total de tanto dinero fraudulento. Me contaron que tal proceso no
plantearía demasiadas complicaciones a los burócratas económicos y
que todo era muy sencillo. Consiste en cuantifican en cifras los
informes estadísticos que se archivan en la Agencia Tributaria, la
policía y la judicatura; procesarlos convenientemente en la
batidora informática, combinarlos adecuadamente, cocinarlos como
corresponde y apuntar finalmente la suma total: más de nueve mil
millones de euros. En otros países vecinos, más didácticos y
transparentes que el nuestro, las cosas se explican mucho mejor. En
el Reino Unido, por ejemplo, han calculado los millones de libras que
mueve la prostitución y para ello han utilizado un procedimiento
realmente simple. Parece que allí trabajan en el oficio más de
sesenta mil putas, que prestan a sus clientes una veintena de
servicios a la semana y cobran por cada uno de ellos cuarenta libras
de media. Basta con multiplicar los factores y de tal operación
aritmética sale el montante que los británicos invierten en tales
menesteres.
En esta
España nuestra, donde siempre hubo ministros milagreros de Economía,
aplicándonos los tratamientos que la Comunidad receta a sus socios,
hemos arañado algunas décimas a los balances públicos. Bajará la
deuda pública más de dos puntos y nuestro déficit algunas
decimitas, pero seguiremos debiendo una pasta gansa a los
prestamistas internacionales y tendremos que pedir fiados otros
setenta mil millones de euros para compensar lo que nos gastamos de
más en este año. Mejor sería que aflorase el multimillonario
fraude fiscal que nos ahoga y dejarnos de tantos paños calientes. En
cualquier caso, el dinero nunca tuvo color y siempre vale lo que
pesa, venga de donde venga. Como diría el que fuera muy honorable
Jordi Pujol, tan catalán él, "cuando la bolsa suena, la bolsa es
buena".