Existe como una pasión que incita a mudar rostros viejos por
otros aún incógnitos, lo cual no estoy seguro de que implique que tal pasión se
extiende a la mudanza en las ideas. Alcaldes que parecían eternos anuncian que
se retiran para dejar paso a otras gentes. Los cuadros del principal partido de
oposición han experimentado un violento tsunami, y algunos, el último
Antonio
Carmona en Madrid, se lanzan valientemente a la pelea de las elecciones
primarias, que, por cierto, deberían ser obligatorias para todas las
formaciones. Lo mismo que la limitación de mandatos. O que el desbloqueo de las
candidaturas. Eso sería el comienzo de una verdadera regeneración; lo otro,
parches.
Porque la regeneración política no va a venir solamente, ni
principalmente, del rejuvenecimiento de los dirigentes y representantes políticos.
Ese es un dato: lo cierto es que sí estamos viendo caras nuevas que llegan y
caras conocidas que se van. Lo que no vemos es ese afán de renovar estructuras,
de abrir partidos y sindicatos -que esa, ahora que hablamos de mudanzas,
es otra-a una mayor participación ciudadana. Diría aún más: no pocas
veces, las caras nuevas que llegan a las fotografías de los periódicos nos
demuestran que no tienen nada inédito que decir. ¿Para qué el cambio, pues, si
las doctrinas, los mensajes, son los mismos?
Compruebo, con cierta angustia, que la sociedad civil no
acaba de dar el paso de incorporarse a la tarea política: la vida pública ha
perdido reputación. Estoy deseando ver que, como ocurría en tiempos de la Unión de Centro Democrático,
lo mejor de esa sociedad civil se muestra dispuesta a servir a sus
compatriotas. Sin ánimo de desmerecer a nadie, y reiterando mi aplauso a
quienes se lanzan al ruedo, constato que esta no es la renovación en la que
muchos pensábamos. No es eso, no es eso.
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El blog de Fernando Jáuregui: 'Cenáculos y mentideros'>>