El pacto de Sánchez con la cabeza de Lissavetzky
lunes 22 de septiembre de 2014, 13:29h
El 14 de julio de 1789 el pueblo de París tomaba al
asalto La Bastilla y comenzaba el fin de la monarquía de Luis XVI y María
Antonieta. Tres años y medio después sus cabezas caían bajo la guillotina.
Doscientos veinticinco años más tarde y en Madrid, el pacto de Pedro Sánchez
con Tomás Gómez para asegurarse su elección como secretario general del PSOE
representaba la guillotina política para Jaime Lissavetzky, el portavoz
socialista en el Ayuntamiento de Madrid que soñaba con repetir candidatura, y
que renunciaba al puesto apenas 48 horas más tarde de haber mostrado su deseo
de seguir.
Salvo sorprendentes sorpresas ( perdón por el pleonasmo )
el líder del PSM y ex alcalde de Parla será el candidato de su partido al
gobierno de la Comunidad madrileña; y el televisivo y catedrático de Economía
Antonio Miguel Carmona el que tenga que batirse por el sillón de la capital del
Reino. Es muy difícil, por no decir que imposible, que cualquiera de ellos
obtenga una victoria sobre los candidatos que finalmente coloque en liza el
Partido Popular. Su esperanza está en que, privados de las mayorías absolutas
de las que disfrutan, los populares pasen a la oposición por la suma de escaños
y concejales del resto de las fuerzas políticas. Confían en que desde Izquierda
Unida o Ganemos les den sus votos para gobernar, y que al no ser suficientes
reciban lo mismo desde Podemos, desde UPyD y desde Ciudadanos. Un sueño
transformado en pesadilla del que despertarán al día siguiente de la cita con
las urnas.
Será más fácil para el PP, si consigue un ticket
atractivo, obtener los apoyos de UPyD que el que el PSOE los consiga de las
otras tres organizaciones. Pensar que la Comunidad de Madrid y el Ayuntamiento
de la Villa y Corte pueden estar
gobernados por un tripartito o cuatripartito de distintas voces y aspiraciones
es uno de los mejores regalos que se le pueden hacer a los compañeros de
Mariano Rajoy.
Una de las personas que forman parte del círculo de
confianza de Pedro Sánchez me aceptaba hace apenas una semana la enorme
dificultad de ganar en Madrid y que ni Gómez ni Carmona eran los mas idóneos
para lograrlo, pero que el nuevo líder del PSOE iba a cumplir con su palabra y
que mantendría el compromiso contraído para su elección. Creen en la dirección
nacional que no hay condiciones para vencer en esa batalla y que la derrota no
se apuntará en el " debe " de Sánchez. Será - me dijo - la última
batalla de Tomás y la mejor manera de reemplazarlo sin hacer sangre. Habrá que
ver si ese juicio y análisis se mantiene a principios de junio con los
resultados de toda España sobre la mesa.
El líder del PSM ha logrado en estos años de derrotas
continuadas cambiar de apoyos con una facilidad de habla a las claras de su
único objetivo: mantenerse en el cargo y en la candidatura socialista a la
espera de la caída del PP. No aspira a ganar, aspira a llegar al poder en base
a las negociaciones post- electorales que no supo "amarrar" su
antecesor en el cargo, Rafael Simancas. Controlando el partido y los votos y
ofreciendo su apoyo bien a Carmen Chacón, bien a Pedro Sánchez, se cree a salvo
de sorpresas.
En el lado contrario, Jaime Lissavetzky, que ha sido un correcto y honesto opositor en el
Ayuntamiento capitalino, sin tirón popular, ni apoyos en la organización que le
permitieran presentar batalla interna, no ha tenido más remedio que rendirse de
la misma manera que lo hizo su amigo y padrino político Alfredo Pérez
Rubalcaba. La guillotina no descansa tras el vendaval de las elecciones
europeas y las cabezas de los líderes políticos siguen cayendo en el gran cesto
de las comadres de nuestra hispana plaza
de La Bastilla.