domingo 21 de septiembre de 2014, 14:00h
Decía
Leonardo da Vinci que "donde se grita no hay verdadero conocimiento". Una de
las diferencias entre Escocia y Cataluña, entre Escocia y España, es que aquí
gritamos todos y casi nadie escucha. Tal vez por eso, perseguimos el
conocimiento, pero éste siempre corre más que nosotros y no lo alcanzamos. Se
grita en la calle, en los campos de fútbol, en las televisiones o en la
política. Lo importante es que tu voz se escuche más alto que las de los demás,
que tape las restantes voces, aunque no haya nada que decir. Donde se grita no
solo no hay conocimiento, es imposible el diálogo. A algunos a les interesa que
se grite, porque no buscan el acuerdo ni la solución mejor para todos, sino la
defensa de intereses particulares. El bien común es un concepto que algunos han
abandonado en el camino o que han utilizado en beneficio personal. El caso de
Jordi Pujol es paradigmático. Pero los políticos siguen pensando que la vida se
decide en sus despachos -con casi ninguna transparencia- y no se enteran de que
"la vida social es convivencia", como decía Ortega.
Tras la
victoria del no en Escocia, no se cierra el camino del independentismo ni en
Europa ni en España. El caso catalán sigue abierto y Artur Mas firmará en cualquier
momento la ley de convocatoria del referéndum secesionista -consciente tanto de
que no se celebrará como de su ilegalidad- y el Gobierno se apresta -como es su
obligación- a impedir que se viole la Constitución que Artur Más prometió
defender. Entre el empecinamiento y la ley, el problema va a enquistarse y la
fractura social va a crecer. Aunque el referéndum no se produzca, la división
de la sociedad catalana tendrá un grave coste social -a lo que hay que añadir
la frustración de los que creyeron en esa posibilidad- y la relación entre
Cataluña y España, entre catalanes y españoles, tampoco será la misma.
Por eso,
hacen falta gestos. Los que, durante años alentaron el progreso del
nacionalismo y miraron hacia otro lado en el enriquecimiento ilícito de unos
pocos a costa de todos los ciudadanos, deberían pedir perdón. El presidente
catalán debería rectificar, plantearse
su dimisión y reconocer su error ante el pueblo catalán. No se puede
gobernar en el vacío y la ilegalidad ni llevar irresponsablemente a los
gobernados hacia el abismo. El presidente del Gobierno español debería hacer un
gesto inteligente, reflexivo, responsable hacia Cataluña y sus ciudadanos. Ahora
mismo. El diálogo es posible en el mismo momento en que se de marcha atrás en
la convocatoria del referéndum. En las situaciones límite, todos arriesgamos
más. Ésta es, sin duda, una de ellas y es en estos casos cuando se ve la altura
de los hombres o su bajeza, su inmoralidad o su conciencia ética.