sábado 20 de septiembre de 2014, 10:27h
La llegada del otoño se ha adelantado en
Madrid. Y no solo porque aún resuenan los ecos de las
reivindicaciones nacionalistas catalanas de la última Diada -que
también- o porque los sindicatos ya están hartos de tanto ajuste
salarial y tanta contención de costes siempre a cargo de los mismos
-que también-, sino porque caen las hojas y hasta ramas enteras de
plataneros, arces, acacias y otras mil especies más que integran los
dos millones de ejemplares diseminados por toda la ciudad. ¿Las
causas? Están muy claras: decenios de abandono y unas políticas de
conservación de árboles manifiestamente mejorables por parte de
todas y cada una de las corporaciones municipales -de uno y otro
signo- que se han ido sucediendo a lo largo de estos últimos
decenios.
Esta vieja, hermosa y callada ciudad,
que asiste impertérrita a abusos, desmanes, oprobios, fiestas y
excesos ciudadanos, soporta también ahora
continuados accidentes
de caídas de ramas sobre tranquilos viandantes o cansados viajeros
que, con todo el derecho del mundo, han optado por dar un paseo por
el Retiro o hacer un alto en el camino para tomar unas cervezas en la
terraza de turno. Si la cosa se quedara en el susto, vale. Lo malo es
que ha habido ya varias personas muertas y heridas y, esto ya, de
bucólico no tiene nada.
Uno, que es de pueblo, ha visto, por
mucho menos, talar árboles sin ninguna mala conciencia ecológica,
ante situaciones como esta. Y no creo que por sugerir salida tan
drástica como la que pongo sobre la mesa para eliminar cualquier
ejemplar que, a juicio de técnicos y expertos, sea irrecuperable
con una simple poda, vaya a pedir mi cabeza algún grupo de
exaltados y fervientes militantes ecologistas. Y, si es así, ¡qué
le vamos a hacer! Proclamar la verdad a los cuatro vientos, a veces,
trae consigo efectos tan indeseables como predecibles. Pero,
recuerden también ustedes, señores ecologistas, callar al
mensajero no acabará con la causa del problema.
Descafeinada
Tengo para mí que, en estos últimos
años hemos asistido progresivamente a una especie de
descafeinización social, en virtud de la cual, llamar a las cosas
por su nombre, o tener conciencia de determinados hechos, por muy
cotidianos que sean, es mejor no verbalizarlos si uno no quiere
caer en el riesgo de ser calificado como grosero, maleducado,
sádico o hasta fascista. Y solo porque buena parte de nuestra
sociedad se ha convertido en hombres y mujeres de pitiminí,
que se horrorizan ante la sola idea de tener conciencia de que el
hecho de que uno disfrute de una buena comida, lleva inevitablemente
aparejada otra serie de hechos. A saber, que alguien ha tenido que
matar, desplumar o despellejar -según los casos-, cortar, sazonar y
cocinar un pollo, un conejo o un corderito. Pensar en ello, no, por
favor, ¡qué aguafiestas! Pero nadie renuncia a degustarlo con
fruición, acompañado de unas patatas, que lo mismo han crecido
cerca de uno de esos árboles, cuya sola idea de talar, les horroriza
tanto como despellejar al animal que se comen sin mala conciencia.
Seamos objetivos: Si hay pudriciones en
ramas y troncos, continuarán cayéndose ramas y árboles. ¿Cuántos
muertos más habrá que aguantar antes de proceder a la única
solución posible si se quieren evitar más accidentes como los que
estamos viviendo en Madrid? A veces, si se quiere prevenir, no hay
más remedio que adoptar soluciones tan drásticas como esta de
talar, o la de hacerse vegetariano si uno no quiere pensar en que
degustando un corderito, está colaborando en la práctica de
acciones tan bárbaras como antiguas, pero que tanto placer
proporcionan a quienes -conscientes o no- se comen frecuentemente
una tapa de jamón, un cochinillo al horno o un cordero.
Columnista y crítico teatral
Periodista desde hace más de 4 décadas, ensayista y crítico de Artes Escénicas, José-Miguel Vila ha trabajado en todas las áreas de la comunicación (prensa, agencias, radio, TV y direcciones de comunicación). Es autor de Con otra mirada (2003), Mujeres del mundo (2005), Prostitución: Vidas quebradas (2008), Dios, ahora (2010), Modas infames (2013), Ucrania frente a Putin (2015), Teatro a ciegas (2017), Cuarenta años de cultura en la España democrática 1977/2017 (2017), Del Rey abajo, cualquiera (2018), En primera fila (2020), Antología de soledades (2022), Putin contra Ucrania y Occidente (2022), Sanchismo, mentiras e ingeniería social (2022), y Territorios escénicos (2023)
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