Tengo
por cierto, y sé que me aventuro mucho al hacer este pronóstico, que el 'no' a
la independencia ganará en el referéndum escocés, un acontecimiento que acapara
el interés de cientos de enviados especiales de todos los medios de Europa, muy
especialmente de España. Que ganara el 'sí' tendría consecuencias altamente
indeseables, sospecho que, en primer lugar, para la propia Escocia. Como dijo
Mariano Rajoy este miércoles, dejándose de disquisiciones acerca de si una y
otra cosa son muy diferentes, "los procesos de Escocia o Cataluña son un
torpedo a la línea de flotación del espíritu europeo". Pocas veces he estado
tan de acuerdo con un diagnóstico del presidente del Gobierno, que ya se ve que
¡por fin! empieza a dar la sensación de que se involucra públicamente en la
conducción de uno de los trenes que de ninguna manera deben chocar el próximo 9
de noviembre.
Pero,
claro, una cosa es proclamar, desde el micrófono del escaño en el Congreso de
los Diputados, que ninguno de los países de la Unión bendeciría la independencia escocesa -y
¿por qué muchos no lo dicen de una vez?--, y otra, muy distinta, ponerse a
trabajar para que eso mismo que tememos en Escocia no acabe ocurriendo en
Cataluña. Que es, por cierto, una región europea aún más importante, económica
y culturalmente, que la 'nación' -porque así quiere, también, denominarse-que
aún pertenece y, según mi vaticinio, seguirá perteneciendo, al Reino Unido.
En
función del resultado de la votación de este jueves, asistiremos a multitud de
interpretaciones, reclamaciones, impugnaciones y conclusiones. Muchas ocurrirán
en España y, especialmente, en Cataluña, donde parecerá casi un anticipo de la
consulta que trata de celebrar la Generalitat dentro de siete semanas. Pero muchas
otras cábalas suscitará, está suscitando, este referéndum en toda la Unión Europea, precisamente en
los momentos en los que el 'club' necesita más cohesión y fortaleza ante los
retos que le vienen, tanto por el Este como por el Sur.
A
Cameron hay quien le elogia por haber permitido el referéndum y también quien
le denigra por lo mismo. El caso es que la consulta, allí, ha dividido
profundamente a la sociedad escocesa y, hasta cierto punto, a la británica.
Aquí, sin duda, esa división ya existe, aunque la consulta de Mas esté muy en
el aire, y el escenario A para el 9 de noviembre es pavoroso: de enfrentamiento
entre vecinos, casi. Pero hay que construir el escenario B y el C, y hasta el D,
si preciso fuere.
Hace
bien, insisto, Rajoy revelando que los 28 países de la UE vetarán la integración de
Cataluña (y de Escocia, se supone). Ha hecho bien el trabajo 'diplomático'
subterráneo, procurándose declaraciones contrarias a las pretensiones independentistas
de
Artur Mas, por ejemplo de la señora
Merkel o de
Manuel Valls. Pero hay que
insistir una vez más en que ya no puede aplazar la hora de crear esos
escenarios 'B', 'C', 'D', o los que fueren precisos para contener la aprensión
de los cada vez más ciudadanos que empiezan a creer en que, efectivamente, ese
tópico 'choque de trenes' puede convertirse en una muy desgraciada realidad.
De
momento, a ver si acierto en mi pronóstico sobre esa Escocia, tan lejos y tan
cerca. Ojala no me equivoque, oiga. Porque la sombra escocesa es alargada y se
proyecta hasta en Barcelona.
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