La Historia cambia según quien la cuenta, ya lo sabemos. Las mujeres hemos estado demasiado calladas, así que la mitad de la Historia está casi sin contar. Como si no la hubiéramos hecho, la Historia, digo. O padecido. Me hago esta reflexión al hilo de los dos libros con los que abro este nuevo curso de mis "Lágrimas" amargas: No quise bailar lo que tocaban, de Pilar Aguilar Carrasco, y El libro de mi destino, de la iraní Parinoush Saniee.
No quise bailar lo que tocaban, es un emocionante libro de memorias. Una autobiografía de infancia y
juventud, que arranca en el franquismo nacionalcatólico y termina en los
albores de la restauración democrática. Pilar
Aguilar Carrasco recorre, rebelde y
tenaz, el camino de lo mejor de su generación que es, más o menos, la mia. Me
he identificado mucho con su historia, aunque creo que tuve más suerte, porque
yo no pasé por comisaría ni por la cárcel ni por el exilio..... Pero la miseria
de nuestra educación sentimental, el machismo y el puritanismo, y, sobre todo,
la irracionalidad circundante, sentidas desde la más tierna infancia, eso, si.
Desde el absurdo de la obediencia, hasta el estigma -sí, estigma- de la
inteligencia..... Y luego, la emoción de
la militancia en la extrema izquierda, sentida como una manera de vivir; el
descubrimiento del amor, pero también el del miedo, los miedos. Y después, el
cansancio, el agotamiento, y, no obstante, la imposibilidad de dejar de ser
quién eres. De seguir viendo el mundo con tus ojos.
Pilar Aguilar Carrasco no sólo narra -lo que ya sería
bastante: es que analiza, contextualiza, critica. Así que este libro que Oliva Blanco ha tenido la sabiduría de
publicar (en la Biblioteca Añil Feminista, de la editorial Almud) y que ya ha
sido presentado en Asturias por mis amigos Amelia
Valcárcel y Ovidio Parades, es
una mirada a nuestra vida y a la de este país nuestro. Y es una mirada contra
la interpretación oficial del franquismo, de su final, de la transición. Es un
grito que dice: oiga, que nosotras también estábamos. Es más: que sin nosotras,
la democracia no hubiera podido ocurrir.
Aunque, a decir verdad, si por nosotras hubiera sido, la Historia, y no sólo su
relato, hubiera sido distinta. Que vaya cambiando la perspectiva del relato es,
en cualquier caso, fundamental. Y eso es lo que hace Pilar Aguilar Carrasco.
Es
fundamental porque las mujeres vamos pagando todos los patos. He escrito alguna
vez, antes, hablando de la necesidad de la memoria expresa de las mujeres, de
su testimonio, que es para echarse a temblar. Víctimas sempiternas. Y
silenciosas. Que levante la mano la que no haya sufrido, alguna vez, agresión, mobbing, desprecio y falta de respeto
intelectual por el hecho de ser mujer.... Nuestra mirada a la Historia, la que
nos tiene en cuenta como mujeres, la incontestable versión de lo que (nos)
pasa, es absolutamente necesaria. Sin
ella, es sencillamente falsa.
Parinoush Saniee, una mujer iraní de la misma
generación (nacida en 1949) cuenta prácticamente la misma historia. Cambia el
catolicismo por el Islam, cambia a Franco por el Sha, y cambia lo que es
memoria personal por una novela en primera persona. Y.... bueno, cambia el final,
que no es lo mismo la democracia pactada que el Imán Jomeini.... Pero todo el proceso, la intensa sensación de
traición, están en esta novela en la que una mujer recorre, esta vez de manera
vicaria en lo que se refiere a la militancia, pero absolutamente vívida en
cuanto a víctima, toda la historia reciente de la vieja Persia. El peso de la
religión, de la familia -ay, los hermanos!- de la maledicencia y el espionaje,
del sentido del honor, que ya se sabe que está bajo las faldas femeninas. La
presencia, silenciada por la historia oficial, de los revolucionarios marxistas
y laicos, y su manipulación por los ultrarreligiosos, en fin. También ellas, y
ellos, estaban ahí. Y El libro de mi
destino (Salamandra) es un novelón que aclara y limpia un proceso histórico
casi incomprensible, y que lo hace desde una perspectiva mujer.
Para echarse
a temblar, efectivamente. Pero hay que hacerlo, hay que hacer memoria. Sólo
haciendo que nuestro testimonio forme parte del conocimiento del mundo,
podremos cambiar el relato. Y la Historia. Que buena falta le hace.