Me
rebelo al escuchar en algunas tertulias, más o menos orientadas, hablar del
nacionalismo como "perverso". De la misma manera que me inquieta escuchar lo
que dicen ciertos tertulianos en ciertos medios más o menos relacionados con la Generalitat. Jamás,
en mis ya muchos años de mirón de la actualidad política, he visto menos deseo
social de concordia entre catalanes y resto de españoles, entre resto de
españoles y catalanes.
Discutí
en un plató televisivo con una de las máximas representantes del movimiento
'libres e iguales' acerca del tratamiento inflexible que esta iniciativa,
perfectamente legítima y hasta plausible, da al fenómeno nacionalista en
general y al proceso secesionista catalán en particular. Le dije que el
nacionalismo es, a mi modo de ver, un estado de espíritu, y que como tal debe
ser entendido desde los seiscientos kilómetros de distancia en Madrid. Sigo
considerando posible que los nacionalistas, cuya esencia vital consiste en no
cesar nunca en sus reivindicaciones frente al poder central, se encuentren al
menos razonablemente cómodos dentro del Estado. Entre otras cosas, porque el
último tramo, el que conduce a la secesión, no es compartido ni siquiera por
todos los que se reclaman meramente nacionalistas, pero no independentistas,
que unos son los efectos de una cosa y otros, muy distintos, los de otra.
Hay,
sin duda, muchos resquicios que se pueden aprovechar para el entendimiento,
aceptando que ambas partes tienen que perder algo, y ganar algo, en sus
reivindicaciones. Y aceptando también que algo de falseamiento histórico (que
se lo digan a
Henry Kamen, que acaba de publicar un volumen al respecto) existe
por ambas partes, especialmente, en este caso, y siento decirlo, por la del
nacionalismo catalán, instalado en el victimismo de quien se siente, o se dice,
injustamente derrotado y aplastado, cosa esta última que niega tajantemente el
historiador Kamen. Lo que pasa es que la Historia la escriben los vencedores...y los
vencidos, cada cual desde su óptica, porque la Historia es ciencia
interpretable. Lo que, en todo caso, carece de sentido práctico es lanzarse a
la cabeza cada una de las respectivas interpretaciones. Pelear por el
territorio en el que colocar una bandera puede ser discutible y, en mi opinión,
lamentablemente frecuente; batallar por una interpretación de la Historia, absurdo. Y en
eso, básicamente, es en lo que se nos ha ido convirtiendo, quizá por culpa de
uno y otro lado, la Diada. En
un inmenso absurdo cuyos orígenes y fines eran, creo, diferentes .
El
nacionalismo no es perverso, lo siento por los que, desde el 'lado de acá', van
pregonando planteamientos de dureza. Los que sí son perversos son algunos
políticos, y sus voceros, que se empeñan en enconar lo que, en el fondo, no es
sino una distancia de puntos de vista. Seiscientos kilómetros de distancia,
exactamente. Dos horas y tres cuartos en tren, menos en avión. O sea, que es
una distancia que perfectamente se puede recorrer si se quiere. Y si se paga el
billete.
-
El blog de Fernando Jáuregui: 'Cenáculos y mentideros'>>