miércoles 27 de agosto de 2014, 14:19h
La
crisis política que está sufriendo Francia -cuatro Gobiernos en dos años, una
absoluta desmoralización, una total ineptitud para resolver los problemas de
los ciudadanos- y la clara división del socialismo francés no difiere mucho de
lo que sufre hoy toda la izquierda europea: saben de dónde vienen, pero ignoran
dónde están y dónde quieren llegar. Saben quiénes y por qué les votaban, pero desconocen
cómo recuperar a los que se han ido a otros patios. Quieren seguir fieles a sus
raíces, pero el mundo exige respuestas nuevas y diferentes que no tienen. Al
menos, por ahora.
El
dramático fracaso de Hollande, como el de Zapatero o el de Renzi -que prometía,
pero no avanza- es grave porque a su derecha hay políticos que están dispuestos
a gestionar la escasez, a pagar el precio de la crisis y a repercutirlo sobre
los más débiles, y, a su izquierda, nacen
populismos que si tocaran poder -y me temo que lo harán- pueden sumirnos
en otra noche oscura de la economía. El socialismo se debate en una pura
contradicción: ser fiel a su historia (sus principios "obreros", la lucha de
clases, la defensa a ultranza de lo público y la demonización de lo privado...) o
buscar los nuevos retos de la izquierda en un mundo radicalmente distinto al
que dio lugar al socialismo actual. Si opta por la moderación, es posible que a
corto plazo, la izquierda "real" les empuje al precipicio. Si opta por la
radicalidad, la derecha moderada y pragmática les superará siempre.
El
PSOE optó por cambiar los nombres antes que el proyecto y el nuevo secretario
general tiene todo por demostrar: que hay ideas nuevas y cercanía a los
ciudadanos, que va a promover la vertebración de la sociedad civil, que va a
apostar por la austeridad y la ejemplaridad. El peligro es que se convierta en
una Zapatero bis, lo que no es descartable, aunque hay que esperar que él y los
suyos hayan aprendido del error que nos llevó a una de las peores crisis
económicas de la historia. Si los dirigentes socialistas -y los demás- se
callaran hasta que tuvieran algo inteligente que decir, no sólo se haría un
gran -y positivo- silencio en la vida pública española, sino que ganarían mucho
en credibilidad. Decir, como ha escrito, el nuevo número 2 del partido, Cesar
Luena, que "cambiar España es derogar la reforma laboral que desempolva en el
siglo XXI condiciones del XIX" no sólo es una simpleza demagógica, sino una bobada.
Lo que necesitamos es que nos digan su fórmula para crear más empleo, mejor
retribuido y más sólido.
Es
posible que Pedro Sánchez pueda "acabar con los males de nuestra economía" que,
según él mismo, "la política no ha resuelto durante los últimos 30 años", 10
del PP, claro, pero también 20 del PSOE... ¿Y cómo lo hará? Recuperar un
socialismo inteligente y pragmático, pegado a las necesidades sociales de 2014 tanto
como a la realidad de nuestra economía, es un problema de supervivencia. De la
suya y, seguramente, también de la nuestra. Que aprendan del "mal francés".