miércoles 20 de agosto de 2014, 11:04h
Verano. Buen momento para
releer aquello devuelto por las olas de la actualidad a las orillas de la
memoria. Como algunas páginas de la obra de Robert Michels: "Los partidos
políticos. Un estudio sociológico de las tendencias oligárquicas de la
democracia moderna", publicada en 1911. Ahí formula su famosa Ley de
Hierro sobre las oligarquías políticas, llegando a la inevitable conclusión de
que a más afiliados más organización, y por lo tanto se hacen inevitables los
comités, las castas y los liderazgos jerarquizados. Déjenme transcribir algunos
párrafos desordenados para refrescarles las inteligentes observaciones de quien
se situaba políticamente en posiciones revolucionarias sin pretender ser ciego
a la realidad:
"El partido revolucionario se
ha convertido en un rival de los partidos burgueses por la conquista del poder.
Por eso abre sus puertas a todos aquellos que puedan ayudarle a alcanzar este
objetivo, o que puedan simplemente engrosar sus batallones para la lucha en que
está empeñado".
"El estudio de las
manifestaciones oligárquicas en la vida partidaria es muy valioso y muy
decisivo en sus resultados, si lo emprendemos en relación con los partidos
revolucionarios, pues estos partidos representan, en lo que a su origen y a su
programa se refiere, la negación de tal tendencia, y además han nacido sin
oposición. La aparición de los fenómenos oligárquicos en el propio seno de los
partidos revolucionarios es una prueba terminante de la existencia de
tendencias oligárquicas inmanentes en todo tipo de organización humana que
persigue el logro de fines definidos".
"Como regla general, cabe
enunciar que el aumento de poder de los líderes es directamente proporcional a
la magnitud de la organización (...) El asunto estriba en que la democracia es
sólo una forma de organización, y en que cuando deja de ser posible armonizar
la democracia y la organización, es preferible abandonar aquélla y no ésta".
"El advenimiento del
liderazgo profesional señala el principio del fin para la democracia (...) Un
partido de lucha necesita una estructura jerárquica".
"Hay otro factor, de aspecto
moral más importante, que contribuye a la supremacía del líder: es la gratitud
que experimenta la multitud hacia quienes hablan o escriben en su defensa. La
masa alienta una gratitud sincera hacia sus líderes, y considera que esa
gratitud es un deber sagrado. Por lo general ese sentimiento de gratitud se
manifiesta en la reelección continua de los líderes que lo han merecido, con lo
que el liderazgo por lo común se hace perpetuo. La adoración de los conductores
por los conducidos es latente, por lo común. Se revela por signos apenas
perceptibles, tales como el tono de veneración con que suele ser pronunciado el
nombre del ídolo, la perfecta docilidad con que obedecen al menor de sus
signos, y la indignación que despierta todo ataque crítico a su personalidad".
Y entre las cualidades más apreciadas en el líder está el conocimiento amplio "que
impresiona a los que rodean al líder; viene luego una fuerza catoniana de
convicción, fuerza de ideas que a menudo linda en el fanatismo, y que infunde
respeto a las masas por su misma intensidad; luego la autosuficiencia aunque se
acompañe de un orgullo arrogante, mientras el líder sepa cómo hacer que la
multitud comparta su propio orgullo; en casos excepcionales, por último, están
la bondad de corazón y el desinterés, cualidades que evocan en la mente de la
multitud la figura de Cristo, y avivan sentimientos religiosos olvidados, pero
no muertos.
"Sin embargo, la cualidad que
impresiona por sobre todas a las multitudes es el prestigio de la celebridad.
Para las masas es una cuestión de honor depositar la conducción de sus asuntos
en las manos de una celebridad (...) Una larga experiencia nos ha demostrado que
entre los factores que aseguran el dominio de las minorías sobre las mayorías
-el dinero y sus equivalentes, la tradición y la transmisión hereditaria-
debemos reconocer el primer lugar a la instrucción formal de los líderes (la
superioridad intelectual). En los partidos del proletariado, en cuestión de
educación, los conductores son muy superiores a los conducidos. Los desertores
de la burguesía se hacen líderes del proletariado, precisamente por esa
superioridad de instrucción formal que han adquirido (...) Cuando los obreros
eligen a sus propios líderes, están forjando con sus propias manos nuevos amos,
cuyos medios principales de dominio están en las mentes mejor instruidas".
"Los líderes, que en un principio estaban sujetos a
obligaciones hacia sus subordinados, a la larga llegan a ser sus señores. El
mismo partido que lucha contra la usurpación de la autoridad constituida del
Estado, se somete, como por necesidad natural, a las usurpaciones de sus
propias autoridades constituidas. Las masas están mucho más sujetas a sus
líderes que a sus gobiernos, y soportan abusos de poder de los primeros, que
nunca tolerarían a estos últimos.
"Hay ocasiones en que se entronizan nuevos
liderazgos. Lo único que revelan es que hay un nuevo líder que está en
conflicto con el anterior y, gracias al apoyo de la masa, ha prevalecido en la
lucha y ha logrado la destitución del viejo líder, y reemplazarlo. Con esta
sustitución la democracia no gana prácticamente nada. Tan pronto como los
nuevos líderes han logrado su objetivo, tan pronto como triunfan (en el nombre
de los derechos lesionados de las masas anónimas), al derrocar la odiosa
tiranía de sus predecesores y al alcanzar el poder a su turno, vemos que sufren
una transformación que los hace muy semejantes a los tiranos destronados".
Pero inevitablemente
la necesidad de organización y liderazgo entronizan nuevas castas. Se quiere
vender como solución mágica el fundamentalismo de la ciberdemocracia directa,
con las bases votando continuamente todo en tiempo real, ignorando de modo
consciente los problemas que presenta: el variable interés de los ciudadanos
por la política, la desigualdad entre quienes son asiduos usuarios de la
informática y quienes no lo son, el desconocimiento técnico de la mayoría
cuando se trata de problemas complejos como la economía, los afiliados
indefensos por estar aislados entre sí frente a una pantalla y un teclado, la
imposibilidad del voto secreto a través de la red, la facilidad de alterar con
un clic el resultado de cualquier votación sin que queden registros materiales
en papel para comprobar los resultados... Todo eso hace más factible disfrazar el
dominio de las oligarquías en los partidos políticos que propugnan la
ciberdemocracia hoy que cuando Robert Michels escribió su obra. Por otro lado
los medios de masas, inexistentes en 1911, potencian los liderazgos haciéndolos
mucho más peligrosos, actualizando la oportunidad de la Ley de Hierro. Es sólo
un aviso para navegantes en verano, entre lectura y relectura.