Claro que también los
socialistas catalanes tienen motivos para inquietarse ante el estallido de este
último capítulo de lo que ha sido una desastrosa gestión en una caja de
ahorros, concretamente, en este caso Catalunya Caixa, de la que
Narcís
Serra fue nombrado presidente, en 2005. Es decir, gobernando el país
José Luis
Rodríguez Zapatero y siendo presidente de la Generalitat
Pasqual Maragall, que
iba a ser inmediatamente sucedido en el cargo por
José Montilla. ¿Qué dirá
ahora
Miquel Iceta, cuyo antecesor remoto como primer secretario del PSC fue
Narcís Serra?¿Qué
Pedro Sánchez ante este último capítulo, tan desastroso para
el contribuyente, de la corrupción catalana, que, por supuesto, no es exclusiva
de Cataluña?¿Callará nuevamente Mas para no revivir los rescoldos de Banca
Catalana y, en definitiva, del paso de la familia
Pujol por el poder?
Lo cierto es que esa
"desastrosa gestión" (el fiscal anticorrupción dixit) al frente de la más
importante de las cajas que dieron origen a Catalunya Banc es, sin duda,
achacable en primer lugar a Serra y, posteriormente, a sucesor,
Adolf Todó,
quien, encima, al cesar, se llevó seiscientos mil euros en concepto de
indemnización. El Tribunal de Cuentas y la Fiscalía Anticorrupción pusieron
abundantemente de manifiesto que las subidas inapropiadas de sueldos de los directivos
de Catalunya Caixa, que presidió el socislista Serra, constituían un escándalo
en momentos en los que los órganos del Estado se veían obligados a sanear a la
entidad con casi doce mil quinientos millones de euros. Claro que la pregunta
que ahora cabría hacerse es: ¿cómo es posible que Serra, un hombre que hubo de
dimitir de la vicepresidencia del Gobierno de Felipe González en 1995, tras un
sonado escándalo de espionaje a personajes públicos por parte de los servicios
secretos, el CESID, que el 'número dos' del Ejecutivo controlaba? Eso, claro,
sin contar con otros pasos sospechosos en su trayecto por el poder, incluyendo
el Ministerio de Defensa.
Serra, sugieren algunos medios,
como el digital Voz Populi, se habría sentido a salvo gracias a algunos
'papeles' conocidos en sus tiempos de máximo responsable del espionaje.
Solamente eso, y la incuestionable benignidad con la que Cataluña trata -y
olvida-- los 'affaires' de corrupción, y en esa benignidad hay que incluir a no
pocos jueces, explica la buena aceptación que el enigmático, sinuoso, distante
y distinto Serra sigue encontrando en la 'buena sociedad' barcelonesa, de la
que él forma parte desde hace varias generaciones, a pesar de su muy
cuestionable paso por el poder político y económico.
Pero las cosas, estiman muchos,
no pueden seguir así mucho tiempo. No se puede seguir mirando hacia otro lado
tras los escándalos de aquel 'tres por ciento' denunciado por un Maragall que
pronto habría de retractarse; de los 'casos Pallerols' y tantos otros; de las
escuchas de 'Método 3'; de los Pujol en su conjunto...y un largo etcétera, del
que hago gracia al sufrido lector. Envolverse en la bandera independentista
para acallar una corrupción que galopa desde hace demasiados años por el
territorio catalán -recordemos al president Jordi Pujol clamar contra la
"querella política" en Banca Catalana, inspirada, decía, precisamente por
Serra-. Hacerse cómplice de este enmascaramiento supondría, opinan muchos,
tanto como intentar involucrar a toda la sociedad catalana en las numerosas
irregularidades cometidas por sus representantes.
Si Artur Mas quiere, como
consta que quiere, potenciar por el mundo la 'marca Catalunya', primero tendrá
que moralizar las instituciones, decir la verdad, toda la verdad y nada más que
la verdad a la ciudadanía y abrir un debate libre, a fondo, sobre lo que
realmente está ocurriendo en Cataluña antes de plantear cualquier consulta a la
población, suponiendo, claro, que legalmente pudiera plantearla. Porque lo
primero que no puede un dirigente político hacer -y ya lo hizo el catastrófico
Montilla-- es saltarse la legalidad y, encima, vendarse los ojos, y vendárselos
al contribuyente, cuando la corrupción se pasea de norte a sur de una
Comunidad. Así, desde luego, no se forja un país. Ni se forjará.
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