lunes 21 de julio de 2014, 10:49h
Pedro
Sánchez, elegido secretario general del PSOE, ha iniciado atropelladamente sus
funciones con un error de bulto: separar al socialismo español de la
socialdemocracia europea, situándolo a la vera del hedor antieuropeísta de los
extremismos de izquierda y derecha. A pesar de esta lamentable pérdida de
fiabilidad, incumpliendo un pacto nacional e internacional, su elección fue, en
sí misma, un síntoma de normalidad en un partido imprescindible para el
funcionamiento de un bipartidismo más o menos perfecto, única fórmula capaz de
mantener una democracia viable. Lo que no debería olvidar Sánchez es que los
afiliados de su partido, un colectivo al que se le supone un izquierdismo más
arraigado que al conjunto de su electorado, no tan comprometido, lo eligió
entre tres opciones personales entre las que, por mucho que se empeñe en
desvirtuarlo con gestos fuera de tono, representaba la opción más templada,
distinta de la tóxica amargura de Madina y el contradiós de Pérez Tapias. E
inclusive los más frívolos votantes que lo prefirieron por más guapo creyeron
que su guapura era una vacuna actual contra la cursilería de coleta y los
descoloridos clichés de los tiempos del cuplé: república, federalismo y
anticlericalismo.
Los
socialistas de carnet eligieron a quien parecía menos propicio a caer en el
espejismo de que los votos perdidos en las recientes elecciones europeas lo
fueron como consecuencia del banderín de enganche caribeño de "Podemos" y no
por una desafección política provocada por la crisis socioeconómica y la
corrupción que dañó a izquierda y derecha, desplazando grandes sectores del
electorado hacia el cabreo y la abstención. Si aquellos ciudadanos se hubiesen
mantenido en sus tendencias habituales no hubieran alcanzado un relieve absurdo
y desproporcionado los charlatanes de la antipolítica. Con la elección de
Sánchez da la impresión de que la militancia socialista intentó corregir el
rumbo votando a quien parecía más inmune al virus de la demagogia, con mayor
formación económica y más clara conciencia de la unidad nacional.
En
campaña todos los políticos dicen majaderías y más cuando la campaña es dentro
de la propia casa. Pero a Sánchez no se le ocurrió, como a Madina, abrir la
puerta a una consulta legal en Cataluña, ni mucho menos hablar de un estado
plurinacional como el inoportuno Pérez Tapias, dispuesto a promover un nuevo
proceso constituyente que incluiría el dilema Monarquía-República,
introduciendo la inestabilidad institucional cuando más necesitamos lo contrario.
Sánchez no dijo tantas insensateces y es una lástima que, a la primera ocasión,
haya escandalizado con el incumplimiento de un pacto a Europa y a su propio
partido, al que quizá ha minusvalorado al tratar de encandilarlo con cantos de
sirena vieja en vez de con expectativas de renovación y solvencia.
Hasta
ahora, la única objeción que se argüía contra el triunfo de Sánchez era que
había ascendido bajo la tutela de Susana Díaz, lo que no es nada deshonroso.
Susana Díaz no necesita justificar su apoyo a Sánchez con estrategias
personales conspiranóicas. Es evidente que coincide con el mejor tono político
que se atribuía a Sánchez. Pero, además, debido a circunstancias sobrevenidas
anteriormente, se ve al frente de una responsabilidad de gobierno que la invita
a comportarse con sentido institucional y realista. El respaldo de un
socialismo gobernante en un gran territorio es mejor que la resaca de otros
socialistas despechados por fracaso. Pero a Susana Díaz tampoco puede haberle
gustado mucho que, en el nivel europeo donde se deciden intereses para la
agricultura y la pesca en Andalucía, los representantes socialistas se hayan
visto forzados a encerrarse en el baúl de los desechos políticos.
Es
de esperar que Sánchez que, como antiguo jugador de baloncesto, ha sido capaz
de lograr una canasta tan espectacular como pasar de diputado de sustitución a
secretario general de su partido, sea capaz de subsanar sus errores de novato.
Las bases socialistas lo alzaron como un símbolo para evitar la morbosa tentación
de competir por la izquierda con la demagogia populista. Sería bueno para
España que Sánchez entendiese el mensaje de los suyos. También sería bueno para
España que, en los excluyentes cuarteles de la derecha entendieran el mensaje
de sus bases ausentes sin confiarse en sus estadísticas y sus inercias. Detrás
de Sánchez, aunque él no lo interprete correctamente, late un viento de
renovación que afecta a todos. O se renueva o lo renovarán. Esto vale para
todos porque, para bien o para mal, con este Sánchez se abre un capítulo
político diferente.
Ex diputado y ex senador
Gabriel Elorriaga F. fue diputado y senador español por el Partido Popular. Fue director del gabinete de Manuel Fraga cuando éste era ministro de Información y Turismo. También participó en la fundación del partido Reforma Democrática. También ha escrito varios libros, tales como 'Así habló Don Quijote', 'Sed de Dios', 'Diktapenuria', 'La vocación política', 'Fraga y el eje de la transición' o 'Canalejas o el liberalismo social'.
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elorriagafernandezhotmailcom/18/18/26
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