Falsas reformas constitucionales
lunes 14 de julio de 2014, 09:37h
Una
imprecisa reforma constitucional figura en la verborrea de políticos de todas
clases como sucedáneo de las reformas sociales y económicas que preocupan al
pueblo y que sus representantes no parecen capaces de programar en plazo ni en
forma. Es posible que toda Constitución necesite reformarse para subsistir y es
cierto que toda Constitución y, entre ellas la nuestra, incluye procedimientos
de reforma fundamentados en grandes acuerdos mayoritarios y ratificaciones
populares proporcionadas al gran consenso original. Pero no parece que las
razones que se alegan reiteradamente sean asuntos urgentes, esenciales y
emanados de preocupaciones populares.
Se
suelen mencionar como ejemplos de materia reformable cuatro temas de escasa
repercusión. Uno es corregir la preferencia del varón en la sucesión a la
Corona, tema sin incidencia inmediata cuando se da la circunstancia de que los
derechos de sucesión actuales recaen en personas del género femenino y que, en
todo caso, no parece un tema apasionante para presuntos republicanos. Tampoco
parece que el presunto republicanismo emane de una pasión popular para que un
interino e irrelevante personaje partidista ostente con mayor prestigio y
mejores relaciones internacionales la representación histórica del Estado. Otro
tema es incluir en el texto constitucional la mención a los nombres de las
Comunidades Autónomas, asunto bastante ocioso cuando sus nombres son bien
conocidos y sobradamente ratificados en los correspondientes Estatutos que son,
en sí mismos, ramas de la Constitución. El tercero es incluir referencias a la
Unión Europea que es una entidad supranacional consolidada por tratados
internacionales y que, en sí misma, hasta la fecha, no ha querido o podido
transformar su estructura convencional en una Constitución Europea. También se
incluye en el repertorio la desaparición de algunos aforamientos, como si el
pueblo no supiese que las garantías de independencia de sus parlamentarios son
una consecuencia clásica y universal de la democracia al depositar la soberanía
nacional en unos representantes de la voluntad del pueblo que no deben quedar a
merced de que cualquier individuo delirante consiga colar una querella
torticera en un juzgado de su pueblo. Lo que le molesta a la gente no es el
status jurídico de sus representantes sino la impunidad de corruptos
ostentosos, violadores en vacaciones, ladrones de cuello blanco, atracadores de
barrio, destrozones callejeros, terroristas peripatéticos, reincidentes profesionales
y sindicalistas coactivos.
Pero
los que hablan de reforma constitucional no suelen referirse a estos temas sino
a los otros. Solo flota un asunto de mayor calado: convertir a España en una
federación. Esto no sería en ningún caso una reforma sino un cambio de
Constitución, lo que es un aventurerismo peligroso. El objetivo de tal cambio
no reside en las maravillas que para el pueblo derivarían del paraíso
federalista sino en conllevarse con los problemas territoriales suscitados por
algunos partidos llamados nacionalistas que proponen la fragmentación de
España, cuando la clave del federalismo es construir una sola nación con las
partes federadas. Lo inútil de tal propuesta reside en que la hipotética
federación no sirve en absoluto para satisfacer unas pretensiones separatistas
que estarían más oprimidas por un sistema federal e igualitario reforzado con
un nuevo consenso nacional que por su actual "status quo" como autonomías
asimétricas. Es decir, que no sirve para eliminar el ridículo "choque de
trenes" con que amenaza ese megalómano Artur Mas que no es capaz de entender
que solo sería el choque de un tren con una tartana.
La
única reforma constitucional que entendería la ciudadanía sería la que taponase
cualquier rendija por la que nadie con cargo constitucionalmente ratificado
pueda promover impunemente la ruptura de la unidad nacional. Una reforma que
borrase la desigualdad de los territorios. La que restringiese el despilfarro y
la proliferación burocrática de las autonomías. Una reforma en sentido
contrario a la que proponen algunos políticos blandengues para intentar
congraciarse, sin éxito, con otros colegas locales. Una reforma justiciera que
robusteciese la operatividad de los tres poderes del Estado -ejecutivo,
legislativo y judicial- y armonizase una cultura y educación cívica general en
todos los territorios del Estado realizada con lógica histórica y capacidad de
cohesión social. Las otras reformas accesorias no son sino una especie de
"tiquitaca" electoralista con que juegan unos y otros partidos a engañarse con
juegos terminológicos vacíos de sustancia.
Ex diputado y ex senador
Gabriel Elorriaga F. fue diputado y senador español por el Partido Popular. Fue director del gabinete de Manuel Fraga cuando éste era ministro de Información y Turismo. También participó en la fundación del partido Reforma Democrática. También ha escrito varios libros, tales como 'Así habló Don Quijote', 'Sed de Dios', 'Diktapenuria', 'La vocación política', 'Fraga y el eje de la transición' o 'Canalejas o el liberalismo social'.
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elorriagafernandezhotmailcom/18/18/26
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