Llevo bastantes años recorriendo, como el mirón que es uno,
los pasillos del Congreso. No he conseguido acostumbrarme a ciertos espectáculos
de incompetencia, pereza, negligencia y mal funcionamiento que nos ofrece el
Legislativo, pieza clave en toda democracia. Nunca he entendido que un
Ejecutivo trate de gobernar mediante decretos-ley, cuando la función del
Parlamento es precisamente la que su nombre indica: parlamentar, dejar que la
oposición trate de mejorar las leyes que propone el Gobierno, o de tumbar
aquellas que parecen inconvenientes. Ahora nos encontramos ante un nuevo caso
de 'decretazo' que me cuesta comprender, por cuanto el Partido
Popular, que ha acertado en la confección de algunas las medidas legislativas
del viernes, ha deslucido la faena permitiendo que toda la oposición, toda,
hable de 'cacicada', por recoger aquí el término más suave de los
que se están utilizando.
Siempre he temido al mes de julio, que es cuando
presidentes, ministros y clase política en general se sienten más cómodos para,
casi impunemente, cuando la ciudadanía está más relajada, arbitrar medidas que
pueden ser impopulares, arbitrarias o, simplemente, injustas o abusivas. No lo
era, hasta donde se me alcanza, ninguna de las más de cuarenta normas que
modificaban veintiséis leyes de nueve ministerios aprobadas el pasado viernes
por el Consejo de Ministros, entre las que se encontraba alguna, como la que
incentiva la contratación de jóvenes, francamente alentadora. De otras ni se
habló en la rueda de prensa posterior al Consejo.
Meter en un solo decreto recetas económicas, como la que
comento, y las disposiciones más dispares en materia de cine, transporte aéreo,
drones, ayudas a los daminificados de Lorca y qué se yo cuántas cosas más, para
aprobarlas de una sola tacada en un 'pleno escoba' extraordinario -julio
no es, en teoría, un período hábil parlamentario, cosa que también podría ir
corrigiéndose, aunque implique una reforma constitucional- resulta,
simplemente, un dislate, a mi juicio. Al menos teóricamente, porque el Gobierno
y sus portavoces han sido incapaces, hasta ahora, de explicarnos
satisfactoriamente las razones de esta cabalgada en Cortes, aludiendo tan solo
a que la oposición 'torpedea' las medidas 'beneficiosas para
todos' salidas del Consejo de Ministros.
Menos mal que, azuzado por los grupos de oposición, el grupo
'popular' admitió la posibilidad de que, allá por el otoño, estas
medidas, que ahora deben discutirse en bloque, en un tiempo récord -la mañana
de este jueves--, se tramiten por la vía 'normal', como proyectos
de ley. Pero ya habrán entrado en vigor, y
Rajoy comprobará, a su costa, que,
en política, las formas valen tanto como el fondo. Y que el Parlamento es un
instrumento que ha de usarse con la mayor intensidad posible, si queremos profundizar
en nuestra democracia, algo, a mi entender, muy necesario.
Claro que también la oposición merece una parrafada en el
capítulo del surrealismo parlamentario. Porque negarse, como protesta ante la
arbitrariedad del Gobierno, a que se celebre la sesión de control al Ejecutivo,
no parece sino una pataleta que, afortunadamente, corrigió el grupo 'popular'
manteniendo, con su mayoría absoluta, que lo mismo sirve para un roto que para
un descosido, la sesión. Comprenderé si usted, amable lector, me dice que no ha
entendido muy bien los vericuetos de este comentario mío. Yo, la verdad,
tampoco entiendo ya casi nada.
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