Ya
sé que muchos consideran que 'good news, no news'. O sea, que algún
lector se puede sentir desalentado al leer el título de este comentario.
Pero el crítico solo adquiere plena credibilidad cuando también incluye
en sus análisis aquellas situaciones en las que las cosas van bien. O,
al menos, mejoran. Y, todo comprendido, me parece que algo, algo,
mejoran en este secarral político en el que nos desenvolvemos.
Conste
que no hablo solamente, al mirar la botella medio llena, de las cifras
del desempleo en los últimos meses: el crecimiento de las contrataciones
y la bajada en el total de parados -que no es lo mismo, claro-nos
indican que la situación laboral en España no es tan angustiosa, aunque
siga siéndolo. Y aunque la calidad del puesto de trabajo sea, claro
está, muy diferente: si no fuese por el aumento de trabajadores
autónomos y de los emprendedores que se arriesgan, casi nada habríamos
avanzado. Pero la estructura laboral, guste o no a los sindicatos -que
no les gusta--, se ha modificado tal vez definitivamente en España, para
bien o para mal. O para bien y para mal. Mire usted los datos del
servicio público de Empleo de este miércoles para comprobarlo.
Pero
cuando sugiero que esto mejora me refiero también a las buenas
intenciones con las que vienen quienes están tomando el relevo en las
instituciones -
Felipe VI-y en política -veremos qué ideas nuevas y,
quiero creer, refrescantes aporta el debate entre los tres candidatos
socialistas el próximo lunes-. Y me refiero también a ese anuncio, como
de pasada, hecho por
Mariano Rajoy hablando de la puesta en marcha de
medidas de regeneración política. Creo que el presidente del Gobierno,
cuyo dinamismo renovador es, cuando menos, cuestionable, se ha
percatado, al fin, de cuál es la situación global de nuestro país, y de
la propia Europa. Yo creo que hemos de ver incluso -incluso-cambios en
el elenco ministerial, además de las nuevas medidas legislativas que se
propugnan, que, serán más o menos discutibles, que siguen siendo
insuficientes, pero que, en todo caso, evidencian una intención de que
algo 'se mueva' tras el paréntesis de las vacaciones veraniegas.
Figuro
entre los optimistas que creen que la corrupción pasada no podrá volver
a repetirse a día de hoy, no, al menos, en sus formas más groseras: se
acabaron, pienso, las filesas, los gürtel -a ver cuándo concluye la
instrucción, por cierto--, las cacerías de elefantes, los tesoreros
impúdicos y los yernos/hermanos aprovechados. Ha habido una vacuna
general y tendremos menos aforados, vigilaremos mejor las concejalías de
Urbanismo y ni partidos, ni sindicatos ni ciertas instituciones podrán
repetir sus fechorías de antaño. Puede que inventen otras modalidades,
pero no estas ya conocidas y condenadas.
Ya
sé, desde luego, que el optimismo inteligente debe estar siempre
entreverado de una cierta dosis de escepticismo. Uno siempre se queda
con la sospecha sobre el grado de veracidad con el que los propósitos
reformistas se pronuncian, de la misma manera que uno no está siempre
seguro de lo que se oculta en realidad tras las buenas cifras
macroeconómicas, que tanto tardan en reflejarse en el bolsillo del
ciudadano de a pie.
Sin embargo, debo
decir que ahora percibo como un sonido diferente en las palabras de
algunos de nuestros representantes más recalcitrantes a abrir el melón
del cambio, incluyendo las reformas constitucionales, que tanta falta
hacen. Cierto que eso que, algo injustamente, ha dado en llamarse
'casta' política -menudo favor le estamos haciendo a 'Podemos' entre los
turiferarios y los detractores más virulentos-empieza a ver las orejas
al lobo: la oreja del referéndum en el que se sigue empecinando
Artur
Mas; y la oreja de los resultados electorales del 25-m, que están
haciendo reflexionar al bipartidismo. Es decir, sálvese quien pueda.
Pero eso no me importa: sea por convicción o por necesidad, la pared del
inmovilismo, sin embargo, se mueve. Galileo tenía razón: había
movimiento, aunque decirlo casi le cuesta la hoguera.
-
El blog de Fernando Jáuregui: 'Cenáculos y mentideros'>>