domingo 29 de junio de 2014, 09:31h
La
vida es un largo sueño estropeado, cómo no estar de acuerdo si
siento la literatura como voz de ese sueño. La infancia es nuestro
mundo mágico, es una isla de la que de pronto te expulsan. Busco
alrededor algo en lo que poder escribir lo que oigo en el tubo
fosforescente. Apenas encuentro nada, tengo que rajar un sobre que
contiene los tristes balances que me envía el banco, y luego coger
una pluma que está despidiéndose de sus últimas gotas de tinta.
¿Por qué se pierde la ilusión? Porque no nos morimos sino que nos
mueren. Lo de afuera, la vida, los otros, van quemando las blancas
sombras del gozo, van encontrando en nuestro más profundo interior
las negras sombras del dolor inesperado. El viento de junio, que
todavía no arde, entra suave por la ventana. El frescor de la siesta
mantiene despiertas mis neuronas, sujeta mis párpados para que pueda
seguir mirando.
Ser
escritor es una forma de ser, de estar en el mundo (otra cosa es ser
bueno o malo), de mirar distinto intentando encontrar lo que se
pierde o lo hermoso o trágico o lo que tiene que ser descubierto. Un
rayo de luz poderoso despierta el polvo de la mesa. Es un maravilloso
indicio de que afuera sigue la vida. La existencia es una hebra de
luz, un intento de romper la oscuridad. Las ciudades son como seres
vivos, las vivimos y nos viven, nos envuelven y luminosas u oscuras
pueden ser como nuestra segunda piel. Los tejados de mi ciudad
esperan tranquilos el regreso de la noche serena. Mientras la pluma
se queda seca intento mantener en mi mente cada una de las palabras
que escucho.
El
amor es ir más allá de uno mismo. Cuando de verdad se siente el
amor uno conoce, siente, que es mejor persona, que hay un sentido
claro en las cosas y el viento puede limpiar el alma. El sol de la
tarde comienza a buscar su esquina de destierro. Oigo afuera las
risas y los gritos juguetones de unos niños jugando o charlando en
la sombra. Teclean en una tableta y se abrazan. Como decía los niños
nos recuerdan que un día fuimos hijos de la magia, porque la
infancia es el territorio de la magia, y esa magia, por mucho que la
olvidemos, siempre nos acompañará.
Creo
en mí, porque algún día seré todas las cosas que amo, dice
Cernuda. Y cuando ella expresa la cita una terrible bondad la domina.
Sus canas brillan y sus blandas arrugas reposan con ternura. Aprieto
mi cerebro para que nada se me escape. En la carta del banco respiran
todavía sus palabras. La muerte es el vacío más grande, pero no
puedo creer que después no haya nada. Todo lo que he amado, sentido,
en alguna parte estará. Querría seguir viviendo en cada uno de mis
libros, dice Ana María Matute en una entrevista que grabó para que
la pusieran después de su partida.
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Comentarios
Últimos comentarios de los lectores (1)
28849 | Rosa Paredes - 29/06/2014 @ 10:35:04 (GMT+1)
¿Por qué no nos morimos sino que nos mueren? Efectivamente. Algunos nacen para hacer morir a otros y esa es la gran pena y tragedia porque esos malditos malnacidos que nunca tendrían que haber visto la luz del día, ahí están. No conocen más que la sed ardiente de la venganza, la maldad, el acoso, el robo de la intimidad, los actos delictivos de todo tipo, son seres tóxicos y los causantes de que lo más hermoso que puede tener una persona como es la ilusión por vivir, se escurra de las manos y se llegue a experimentar el vació más profundo. Siempre he dicho que para mí la felicidad significa no perder la ilusión por la vida... si ello acontece, nada que hacer.
Manuel, menciona Vd. la magia de la infancia. ¿de que magia hablamos? Imagino que se referirá a la suya y por ello, le felicito porque siempre tendrá recuerdos agradables en los que pensar de esos días de niño que se han quedado relegados a lo que fúe y ya no está. Por mi parte, no he sentido esa magia infantil. Al contrario. Viví más malo que bueno e intento, dentro de lo posible, olvidar esa memoria que no quiero recordar. ¡Paradojas que tiene la vida! Otros quisieran recordar la memoria olvidada...
Por otro lado y pensando que la muerte es el vacío más grande, como dices Manuel, disiento de ello. Se puede vivir estando muerta. Y cuando ello acontece, es entonces cuando se siente ese gran vacío.
La escritora Doña Ana María Matute, sigue viviendo entre las páginas de sus libros y no se ha ido de la vida. Permanece. Ha dejado a través de su profundo pensamiento, una huella imborrable en ese largo caminar...
Sr. Julíá, se trasluce a través de tu interesante artículo, mucha melancolía y nostalgia. Por lo menos es lo que yo percibo leyéndole. Procura que la tinta de tu pluma no se seque. Sería triste dejar de leerte.
Saludos
Rosa
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