¿Quién
marca la agenda del rey? Sea quien fuere, y sospecho que algo tiene que ver en
ello el nuevo jefe de la Casa,
Jaime Alfonsín, he de reconocer que me está
sorprendiendo gratamente. El príncipe de Asturias, que no cometió apenas un
solo error mientras fue el heredero, sigue acertando en sus primeros pasos como
Felipe VI. Lo digo aún impresionado por la actuación del jefe del Estado en su
primera visita como tal a Cataluña. Y no solamente por su mensaje y por haberlo
pronunciado en catalán; he recogido reacciones bastante favorables en ámbitos
nacionalistas catalanes (y, por cierto, vascos): claro que
Artur Mas el
empecinado y su camarilla no están entregados a la dialéctica de Felipe VI,
porque ni siquiera ha habido tal dialéctica. Pero no
han tenido más remedio que considerar un buen acercamiento, en el fondo
y en la forma, esta visita al epicentro del volcán, que abre, ni más ni menos,
una nueva era en las relaciones entre la 'Cataluña
oficial' y la oficialidad del resto de España.
Y ese es el tema: que se abre una nueva era. En la principal
institución del país, en el principal partido de la oposición, quizá en el
partido que aún es socio de Convergencia Democrática en Cataluña. Pero ni en la
propia Convergencia, ni en el Partido Popular que gobierna en España se sienten
involucrados por el afán de cambio y de mejora que anida entre el resto de los
españoles. Artur Mas, a quien vuelvo a llamar el empecinado, parece querer el
suicidio colectivo de los catalanes, un viaje en el que muchos de ellos,
increíble pero cierto, le acompañarán gustosos; Mariano Rajoy parece desear ese
suicidio, que conducirá a Esquerra Republicana al gobierno y a la apertura
abierta de hostilidades 'con Madrid', o sea, con España. Ya sé que
el presidente del Gobierno central actúa movido por una estrategia regida por
el buena voluntad y el patriotismo; pero, a mi juicio, esta 'estrategia de
no mover ficha', está táctica de esperar a que todo lo malo se pudra, no son,
ahora y aquí, las correctas.
Se necesitan dos gestos, procedentes de La Moncloa y de la plaza
de Sant Jaume. Pero, mientras a
Rajoy le viene bien, en el resto de España, la
política de dureza, a Mas le conviene una similar estrategia de cerrazón de
cara a su propio electorado. Nada bueno puede salir de ello, y ambos harían
bien en observar con altura de miras el ejemplo dado por el rey, a quien ni se
le caen los anillos por ir a Barcelona y sentarse en la mesa de Mas, ni por
hablar en catalán de acercamiento, de diálogo, de unidad en la diversidad y
todas esas cosas que gustan a los oídos nacionalistas, y ¿por qué no? El padre
del rey dijo, tras encontrarse con el entonces presidente del
Parlament, Ernest Benach, de la 'línea dura' de ERC, que "hablando
se entiende la gente". Su hijo, Felipe VI, ha recogido el testigo de la
mediación que ya su padre no podía seguir manteniendo.
Pero, claro, esta labor moderadora, de acercamiento entre
posturas encontradas, que lleva a cabo el jefe del Estado, tiene que encontrar
correlación en las fuerzas políticas. El Partido Popular, en lo que se refiere
a ofensivas políticas, está como desaparecido, en momentos en los que el PSOE
está sin liderazgo. Vivimos un momento de indudable trascendencia histórica, y
no estoy seguro de que podamos permitirnos este inmenso vacío que la clase
política nos propicia. Desde luego, el jefe del Estado, pedaleando en
solitario, no puede llenarlo.
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El blog de Fernando Jáuregui: 'Cenáculos y mentideros'>>