martes 24 de junio de 2014, 13:53h
A Carlos III le retrataron muchas veces desde que nació en la Corte de
Felipe V, su padre y primer Borbón en la Corona de España. Elegir uno de
los que existen en nuestro país para que presida su despacho de trabajo
en el palacio de La Zarzuela es toda una declaración de intenciones
por parte de Felipe VI, sobre todo porque sustituye al que colocó Juan
Carlos I y que era y no por casualidad uno de los hermanos pequeños del
que la historia considera el "mejor alcalde de Madrid", un título
circunstancial y que oscurece la labor del gran transformador del estado
español en la segunda mitad del siglo XVIII.
Cuando se convierte en Rey de España tras la muerte de sus dos hermanos
mayores, Carlos III tenía 43 años y una amplia experiencia de gobierno
en Italia, primero como duque de Parma, Plasencia y Castro, y luego como
Rey de Nápoles y Sicilia. Sabía lo que quería hacer y lo hizo entre
muchos aciertos y unos cuantos errores de importancia, sobre todo en
política exterior, siempre aliado de Francia y con Gran Bretaña como
enemiga.
Si Felipe VI lo ha colocado a su espalda, como una sombra que desde 1759
a 1788 modernizó el anquilosado país que recibió como herencia, debe
tener en cuenta que su nivel de exigencia es muy alto, que las
necesidades de la España de 2014 no son menores que la del siglo XVIII y
que los adversarios a los que debe enfrentarse son los mismos o muy
parecidos a los que combatió Carlos III, desde la Iglesia a los
banqueros, desde la nobleza a los gremios, y que sí expulsó a los
jesuitas como responsables de los motines contra su ministro Esquilache,
tal y como quiso demostrar Campomanes, mantuvo a los gitanos en un "
apartheid " social. Todo eso y mucho más lo pudo hacer gracias al
absolutismo monárquico y " liberal" que practicaba al estar aún muy
lejos el parlamentarismo que cambiaría en el siglo XIX las monarquías
europeas.
En el retrato que preside el despacho de Felipe VI, el antiguo Rey tiene
puesta una bruñida armadura, cuando podía nuestro recién estrenado
monarca haber elegido a su antepasado de civil y hasta de cazador. Es
el primer detalle a considerar en esa declaración sin palabras, en ese
gesto de cambio que envía al resto de los españoles. Es un Carlos III
imperial y militar, poderoso y seguro tal y como lo pintó Mengs durante
su estancia en Madrid entre los años 1761 y 1769. Es el monarca seguro
de si mismo, capaz de cambiar todas los reglas del juego imperante en la
Corte y en el estado, desde los impuestos a la educación, desde las
carreteras a la cultura. Un Rey que quiso conquistar Gibraltar y no
pudo, pero que recuperó Menorca y ayudó a Estados Unidos a
independizarse de Inglaterra.
No lo tuvo fácil Carlos frente a los viejos y egoístas poderes de una
España agraria, atrasada y en decadencia. De igual forma no lo va a
tener fácil Felipe frente a los poderes de unos partidos políticos que
se han burocratizado hasta la exasperación ciudadana, frente a una
tensión independentista en Cataluña y Euskadi, frente a unos poderes
financieros que son incapaces de apostar por el país a imagen y
semejanza de lo que hacen sus colegas del resto de Europa. Si entonces
eran urgentes los cambios, urgentes son ahora las modificaciones que
pide nuestra Constitución y con ellas el resto de instituciones que
conforman la estructura orgánica de España.
Carlos III reinaba y gobernó ayudado por Esquilache, Aranda, Campomanes,
Floridablanca y Bernardo Tanucci, su asesor personal en la sombra y al
que se trajo desde Italia donde lo había utilizado para su reformas en
Sicilia y Nápoles, hombres de estado que supieron servir al Rey, como
era entonces su obligación, pero también servir a España y soportar los
ataques que recibieron de los estamentos más egoístas y retrógrados de
aquel siglo. Felipe VI reina pero no gobierna, su capacidad de
influencia es limitada y los éxitos y fracasos serán del Gobierno,
primero, y luego y en mucha menor escala, de él en cuanto establezca una
ejemplaridad que se le demanda y acierte en ese papel moderador que le
asigna la propia Constitución de 1978.
Juan Carlos I retiró de su despacho un enorme tapiz con la Corona para
colocar al cuarto hijo de Felipe V y fundador de la dinastía Borbón-
Parma, tal vez como mensaje a los partidarios de la misma y para dejar
claro que en su persona se " juntaban" todas las ramas Borbón que
podían aspirar a la Corona de España. Era una opción familiar,
dinastica. Felipe VI ha optado por el gran reformador de su familia, por
el antepasado que puso en marcha una nueva forma de ejercer el poder
desde el absolutismo. Veremos hasta donde le dejan llegar los mismos
poderes que se enfrentaron a su tatatarabuelo hace 255 años.