Pasó el 18-J, el triste día de la gran decepción en el que "la roja" se
convirtió en "la coja", y pasó el 19-J, la fecha señalada para el
histórico relevo del Rey
Don Juan Carlos. Ha sido ésta una semana
densa en la que los españoles hemos sido protagonistas, para bien o
para mal, de las portadas de buena parte de los medios de comunicación
de todo el mundo. En ambos acontecimientos hay cierta similitud. La
selección española de fútbol, que ha conseguido en la última década lo
inimaginable, dos europeos y un mundial, ha acabado estrellándose en la
catedral del fútbol universal, el Maracaná de Río de Janeiro, ante una
selección de medio pelo "la rojita" de Chile, a la que, en
circunstancias normales, le habríamos endosado una goleada. Pero los
años no pasan en balde y los
Iniesta,
Casillas,
Xabi,
Villa,
Alonso, Ramos,
Silva,
Torres,
Piqué y
compañia que eran los "jugones" que habían asombrado al personal hace
un lustro, han llegado pasados de rosca y se han estrellado
estrepitosamente. El relevo era pues necesario y debería de haberse
hecho antes de afrontar este mundial de Brasil. En eso,
Don Juan Carlos nos ha ganado por la mano y nos ha dado un ejemplo palpable y fehaciente de oportunidad abdicando del trono en su hijo
Felipe VI antes de que las circunstancias lo pudieran dejar en evidencia, como le ha ocurrrido a la selección.
Del Bosque tenía
que haber hecho m´s o menos lo mismo, empezando por su propia persona, y
habernos evitado así al resto de los españoles un bochorno y un
ridículo de tamaño XXL como el que hemos hecho.
Dejando a un lado
el mal rato que pasamos todos ante el televisor en la noche del
miércoles, quiero centrarme en las ceremonias institucionales que
rodearon el jueves la toma de posesión de
Felipe VI como nuevo
Rey de España, unas ceremonias que, dicho sea de paso, y dado el
excesivo, cansino y repetitivo despliegue televisivo, llegaron a aburrir
a las ovejas por muy trascendentales e históricas que fueran. Con todo y
le pese a quien le pese, los españoles, empezando por los Reyes
Juan Carlos y
Sofía,
hemos dado un ejemplo de normalidad democrática que muchos agoreros de
las desgracias no esperaban. Es verdad que muchos de los miles que
acudieron a la Plaza de Oriente a aplaudir a los nuevos Reyes,
Felipe y
Letizia,
no se cortarían un pelo a la hora de hacer lo mismo con un supuesto
presidente de la República, pero eso es algo consubstancial con el
veleidoso carácter de los españoles.
Pero a lo que iba, que de
las más de veinte horas de emisión televisiva con las que nos
bombardearon el jueves todas las cadenas, de las miles y miles de
imágenes que contemplé a lo largo del día, me quedo con tres
correspondientes a otros tantos actos institucionales de la
entronización de
Felipe VI, Al margen del discurso del Rey, de las alusiones a sus padres, de los arrumacos de
Doña Leticia y de lo bien que tenían aprendido el papel las dos infantas, estas son las imágenes que se me quedaron grabadas.
La primera es la de la
Doña Leticia recibiendo
en el Salón de los Pasos Perdidos del Congreso de los Diputados el
saludo de las autoridades. Le juro que llegué a ponerme nervioso con ese
empeño la nueva reina de hacer de tapón al presentarle a la
Infanta Leonor a todos aquellos que saludaban a sus padres. "Mira, hija, este es
Eduardo Madina,
un diputado que aspira a ser el nuevo secretario general del PSOE si la
señora rubia esa que te presenté antes y que es presidenta de
Andalucía, le deja". "Y este es el lehendakari de Euskadi,
Iñigo Urkullu, y
ésta.es Susana Díaz,
la presidenta de la Junta de Andalucía, y éste..Y la Infanta, ante tal
volumen de información en vena, se quedaría la pobre con un enorme lío
en su cabecita de menos de diez años. Porque, claro, que te digan quien
es uno, vale, pero que te detallen hasta la saciedad el curriculum de
más de quinientos invitados raya en lo sádico. Ya tendrá tiempo la
Infanta de conocer a todos los miembros de la clase política cuando
alcance su mayoría de edad. Si yo hubiese sido la Infanta le habría
dicho, "ya vale, mamá, ¿me quieres dejar tranquila de una vez?".
La segunda imagen fue la cara que puso
Felipe González cuando observó que sus vecinos de tribuna, los presidentes de Cataluña y el País Vasco,
Arturo Mas e
Iñigo Urkullu,
se negaban a aplaudir el discurso del nuevo Rey y permanecián
inmutables mientras el resto de los presentes aplaudía. Si hay miradas
que matan, la del ex presidente del Gobierno dejaba bien a las claras su
intención ante la falta de educación y de respeto institucional de unos
impresentables líderes políticos que se creen por encima del resto de
los españoles.Es la gran diferencia entre los mediocres y los políticos
con talla de estadista.
La tercera y última fue la frase del
Rey Juan Carlos a su hijo
Felipe VI después
de saludar desde el balcón del Palacio Real a los que acudieron a
vitorear el nuevo Rey. Un escueto y drástico, "yo ya me voy" ponía
tierra de por medio y punto y final a casi cuarenta años de reinado en
el que, por muchos sombras que haya habido y por más piedras que le
hayan puesto en el camino, el pulso de
Don Juan Carlos no ha
temblado lo más mínimo a la hora de defender la democracia y representar
dignamente a un país y a un pueblo que nunca ha valorado
suficientemente el ímprobo y magnánimo esfuerzo del monarca. Sólo cabe
esperar que el nuevo Rey siga los pasos de su padre y sepa capear los
grandes problemas que se le van a plantear a la vuelta de la esquina.