jueves 19 de junio de 2014, 14:37h
Era un tipo larguirucho, serio, muy preocupado en mostrarse
sobrio y que descomponía levemente el gesto dibujando una tímida sonrisa que denotaba un cierto
corte por presentarse en público y una incruenta
pelea interior por mostrase cercano sin
perder la compostura. Ahora intenta ser un Rey prudente, que quiere entrar sin
que apenas se note para que no se soliviante el personal pero y que está deseoso
de que el traspaso en la corona sirva para librar a la institución de toda la
porquería y el descrédito que se había echado encima a causa de su hermana, de
su cuñado y también, en bastante medida, de su padre. Por eso es relevante,
aunque resultaba obligado, su compromiso expresado ante las Cortes Generales de
ser "íntegro, honesto, transparente y ejemplar". De puertas adentro tiene el
reto de que la Monarquía, que es constitucional pero que no levanta para nada
entusiasmos en la sociedad, al menos no
resulte ni gravosa ni rancia. Lo tiene difícil porque sustituye al Rey Juan
Carlos, su padre, un hombre que era
carismático y tiene un pasado casi glorioso, pero cuyo presente se acercaba
casi a lo patético. Hacia fuera el objetivo número uno del nuevo monarca es la
estabilidad, que con la que está cayendo el país no se meta en otra crisis a
causa de la jefatura del Estado. De ahí
que haya llegado casi de puntillas, sin demasiada pompa y boato, y con un
discurso inaugural de reinado políticamente correcto. No ha faltado nada ni ha
sobrado nada durante los 25 minutos que ha empleado en leerlo. Sus asesores se
han ocupado de que no pueda provocar rechazos y que de alguna manera todos se
puedan sentir aludidos, ya sean mujeres, investigadores, parados, víctimas del
terrorismo, estén preocupados por el medio ambiente, pertenezcan a los emprendedores,
sean jóvenes, estén angustiados por la unidad de España o les ponga de los
nervios que no se acepte que hablen otra lengua o que quieran más autogobierno.
Tan prudente ha querido ser Felipe VI en las primeras horas de su reinado que ha
eludido cualquier pretensión de liderazgo, de intentar motivar y arengar a los
ciudadanos, de ilusionar a la ciudadanía para seguir apretando los dientes y
plantarle cara a esta maldita crisis de nunca acabar. Es muy consciente de que
ni es exactamente lo suyo -eso de moderar y arbitrar que dice la Constitución
habrá que saber cómo se hace- ni aún se ha
ganado la autoridad moral suficiente para convocar al personal. Sin embargo ha
tomado un par de decisiones que inauguran la nueva etapa con buen rollo. El Rey
Felipe ha querido que los fastos en su
proclamación hayan sido mínimos para no herir la sensibilidad de los
contribuyentes que tanto sufren las continuas dentelladas de la crisis. Y
también ha sido un acierto personal evitar "santificar" su llegada al trono con
un solemne acto religioso por respeto a la laicidad del Estado. Aunque me
malicio que también habrá querido eludir la pesadilla de sufrir una homilía ejecutada
por el ultramontano Rouco Varela, que
inevitablemente se hubiera llevado puesta de acudir al altar de la catedral de
la Almudena para te deums o misas del
Espíritu Santo. Pero pasaran las horas y los días de los fervores populares y
del continuo agitar de las banderitas por las calles, desaparecerán las banderolas,
colgaduras y reposteros de las fachadas y hasta se guardarán y coleccionarán
las revistas de papel couché llenas de solemnidades y de sonrisas de sus rubias
e infantiles altezas. Y el Rey se encontrará solo ante un país de descreídos y
sin esperanza, de ciudadanos que creen que hay un enorme abismo entre ellos y
los políticos y las instituciones -la casta a la que alude con fortuna Pablo
Iglesias-. Deberá ser consciente de que el ocaso del estado de bienestar ha
dejado millones de ciudadanos en la
pobreza y hasta la desnutrición y de otros tantos que se sienten desamparados.
Y entonces será importante que el Rey políticamente correcto al menos no
moleste. Pero además Felipe VI bien podría buscar la forma que le permita echar
una mano para, al menos, levantar la moral del personal y colaborar en darle la
vuelta como un calcetín a la Constitución y al actual sistema político. Y mira
que lo tiene difícil.