lunes 16 de junio de 2014, 09:44h
La
proclamación de un nuevo rey no es un simple relevo personal sino un
acontecimiento con repercusiones históricas. En esta ocasión, D. Felipe VI
llega al trono tras el trascendental reinado de D. Juan Carlos I que abarcó nada
menos que treinta y nueve años. Nuevas generaciones, nuevo panorama
internacional, diferente coyuntura socioeconómica, redes informativas más
densas, configuran un paisaje distinto al que encontró D. Juan Carlos al
iniciar su reinado. Es cierto que la política es siempre una actividad dinámica
que evoluciona día a día, pero los grandes hitos, marcados por el empuje del
cambio en la titularidad de la Corona, son un estímulo sicológico a la
renovación de la vida pública.
El
sentido de la prudencia y la moderación característico de las monarquías
parlamentarias evita reacciones directas apresuradas pero abre espacios a la
reflexión en todos los niveles del Estado. Las relaciones entre la Corona y la
Presidencia del Gobierno no son una excepción. Cuando Juan Carlos I inició su
reinado el, entonces, presidente D. Carlos Arias Navarro le presentó su
dimisión, pero fue inicialmente confirmado. Las circunstancias eran muy
diferentes. El Presidente del Gobierno, de acuerdo con la legislación anterior,
debía ser cooptado por el Jefe del Estado entre una terna propuesta por una
institución, hoy inexistente, que se llamaba Consejo del Reino. El Rey tenía,
después, un papel activo y determinante, al manifestar su preferencia entre
tres candidatos. Así fue nombrado presidente Adolfo Suárez en su primer mandato
y, por ello, Torcuato Fernández Miranda, Presidente de las Cortes y de dicho
Consejo del Reino, pudo pronunciar aquella célebre frase: "Estoy en condiciones
de presentar al Rey lo que él me ha pedido". Lo cual, en sentido estricto,
quería decir que ya había conseguido que el Consejo del Reino le presentase una
terna concreta. En aquellas circunstancias había una intervención directa de la
Corona que suponía un grado de preferencia y que, por tanto, hacía inexcusable
poner el cargo a disposición del monarca para permitirle ejercer su derecho a
optar. En el segundo mandato de Adolfo Suárez ya no se daban aquellas
circunstancias pero, sin embargo, presentó su dimisión al Rey cuando lo
consideró conveniente, antes de abrir la puerta del Congreso para que este
eligiese a Leopoldo Calvo Sotelo. Esta elección fue interrumpida por un asalto
al Congreso y continuada, una vez recuperada la normalidad con la intervención
del Monarca.
A
partir de la Constitución democrática de 1978, elegir presidente de Gobierno es
una competencia del Congreso de los Diputados, como institución depositaria de
la soberanía nacional que ejerce colectivamente por mayoría. El Rey sanciona la
elección del Congreso y su sanción no tiene ningún efecto selectivo sino que,
simplemente, garantiza la conformidad arbitral de que la elección se ha
realizado con arreglo a la legalidad constitucional vigente. Con esta
estructura constitucional, el presidente no estaría obligado formalmente a
presentar su dimisión al Rey sino, quizá, recabar la confirmación de su
confianza al Congreso o, en caso de causa mayor, convocar elecciones generales.
Cualquiera de los dos caminos serían un proceso para regenerar el mandato con
la sanción del nuevo Jefe del Estado a las actuaciones que van a desarrollarse
bajo su reinado, poniendo el interés público por encima del interés personal.
No sabemos, en estos días de proclamación de un nuevo monarca, que
conversaciones se habrán mantenido entre el nuevo Rey y el actual Presidente.
Es de suponerlas armoniosas y razonables, dado el clima y valor de la
estabilidad imperante y el carácter sereno de las personas citadas. Pero no parece
lo más correcto que se produzca un relevo en la Jefatura del Estado y el poder
ejecutivo se limite a tomar nota, como si aquí no hubiese pasado nada. Es un
error confundir estabilidad con continuismo. La sucesión por abdicación, con el
respaldo legal mayoritario de los representantes del pueblo, es un acto de
estabilidad constitucional pero no es un acto de continuismo. Por el contrario,
es un estímulo al cambio y regeneración bajo el empuje de una Institución sin
vacios que, por ser estable en sí misma, permite circular los aires de mudanza.
Las expectativas de nuevo impulso que
simboliza, por sí misma, la imagen de un nuevo Rey no deben ser borradas por un
continuismo tecnocrático sin reflejos. De alguna manera, la Presidencia del
Gobierno debe demostrar que ha entendido el mensaje en una coyuntura que,
afortunadamente, solo se produce en una monarquía parlamentaria cada cuarto de
siglo, como mucho.
Ex diputado y ex senador
Gabriel Elorriaga F. fue diputado y senador español por el Partido Popular. Fue director del gabinete de Manuel Fraga cuando éste era ministro de Información y Turismo. También participó en la fundación del partido Reforma Democrática. También ha escrito varios libros, tales como 'Así habló Don Quijote', 'Sed de Dios', 'Diktapenuria', 'La vocación política', 'Fraga y el eje de la transición' o 'Canalejas o el liberalismo social'.
|
elorriagafernandezhotmailcom/18/18/26
|