El miedo a la libertad pasea a Jano por el Congreso
miércoles 11 de junio de 2014, 13:17h
Mirar y ver lo que ocurre cada día en la vida política es
constatar que nuestros elegidos para gestionar los asuntos públicos tienen
miedo a la libertad y son incapaces de enfrentarse a sus propias
organizaciones, a través de las cuales les hemos votado en la creencia de que
nos representaban. El último ejemplo lo han dado sus señorías en el Congreso
bajo la experta dirección de ese Jano bifronte en el que se han convertido
Mariano Rajoy y Alfredo Pérez Rubalcaba.
Mantenemos con todos ellos una relación en la distancia.
Cada cita con las urnas se produce el acercamiento tal y como si de un acto
animal y amatorio se tratara; y una vez consumado, se alejan y se encierran en
su propio mundo del que no se atreven a salir por mas que se reclamé su
presencia y por mas que se les diga que están para llevar las opiniones,
anhelos, sueños y deseos de los ciudadanos a las distintas esferas del poder, y
no para defender sus privilegios y sus compromisos de grupo.
No se cuantos de ellos habrán leído el ensayo que publicó
en 1941 el pensador alemán Erich Fromm con el mismo título de este artículo y a
quién se los he tomado prestado, pero se lo recomiendo a todos, a los que
estaban este miércoles en el Hemiciclo del Congreso y a los que estaban fuera,
ya sea apoyando o criticando lo que allí se discutía y que no era sino un
ejemplo más del miedo que los " trabajadores" del actual sistema
democrático tienen a la libertad.
Escrito por Fromm para explicar el comportamiento de
las nuevas sociedades que estaba
alumbrando el siglo XX y los bueno y lo malo que tenían el llamado socialismo
real, por un lado, y el capitalismo más salvaje, por otro, el libro se
convirtió en un clásico dentro del pensamiento que tras la II Guerra Mundial
quiso unir marxismo y psicoanálisis, por algo su autor era judío , discípulo de
Weber y enconado disidente de las ideas de Marcuse y Adorno, los otros dos
grandes exponentes de la Escuela de Frankfurt que emigraron a Estados Unidos
tras la llegada del nacionalsocialismo a Alemania de la mano del partido nazi
de Adolf Hitler.
Pretender que los pactos que se establecieron en 1978 al
redactar la Constitución son eternos es un disparate jurídico, político,
económico y social que sólo puede engendrar decepciones y violencia. Lo mismo
que decir que la España de 2014 es la misma que la de hace 36 años. Las
condiciones de nuestro país, para mejor en la mayoría de los casos, han
cambiado tanto respecto a la España que salía de la Dictadura, con los tanques
adormilados en los cuarteles y unos cuantos nostálgicos del régimen franquista
soñando con parar la historia, que intentar convertir la dinámica ciudadana en
estatua de sal es un objetivo condenado al fracaso.
El miedo a la libertad es muy poderoso y un arma
infalible para el poder que de forma sistemática nos traslada su defensa del
individuo, su respeto al ciudadano, su deseo de singularidad para al mismo
tiempo - tal y como describe Erich Fromm a lo largo de su libro pero sobre todo
en el último capítulo - obligarnos a refugiarnos en la masa, a cambiar esa
misma libertad por la aparente seguridad que proporciona el sentirse miembro de
un grupo, convertida la libertad de elegir en capacidad para consumir todo
aquello que se nos ofrece por los medios de comunicacion y hoy, por ese inmenso
almacén donde todo se compra y se vende sin apenas capacidad de análisis que
son las redes sociales.
España, la España de todos con todas nuestras diferencias
y sentimientos de pertenencia cultural, social, económica o política está
gritando que quiere libertad. Libertad para elegir a los que nos gobiernan de
otra manera, libertad para decidir en que queremos que se gasten e inviertan
nuestros impuestos, libertad para decir si y no y para acertar o equivocarnos,
libertad para ser mayores de edad y que no nos traten como niños
indocumentados. Y en ese deseo estaba ayer en el Congreso, de forma muy clara,
la necesidad de abordar un nuevo equilibrio constitucional, un nuevo acuerdo de
convivencia. No se trataba, ni se trata, creo yo, de una ruptura con estos
últimos 39 años, ni siquiera una ruptura con
u estar larga historia. Se trata de que los que mandan nos dejen caminar
junto a ellos en la edificación de la España del siglo XXI, que posiblemente
acepte la Monarquía como fórmula de convivencia, que acepte que es mejor estar
juntos que no partidos en pedazos, pero que no le tenga miedo a la libertad. Si
Felipe VI quiere que su hija Leonor le suceda un día en el trono y la
institución que representa sirva para la convivencia de los españoles, la
lectura del texto del pensador alemán, que se vio obligado a huir del nazismo
para sobrevivir, le puede servir para
que al reinar y no gobernar se convierta en un estímulo de libertad. Lo contrario
será partir en dos al país y regresar a lo mismo que denunciaron Ortega,
Marañon y aquellos paisanos nuestros que
vieron y denunciaron la decadencia de España.