Su independencia y su libertad le han llevado a estar contra Franco, a ser perseguido por la Iglesia, los militares, Pujol, y ahora por todo el nacionalismo catalán, hasta el punto de tener que soportar improperios de alguno de sus paisanos cuando se acerca por su propia tierra y a su propia casa. Y, aún así, o precisamente por ello, Albert Boadella -erre que erre- no renuncia a su condición de catalán y de español, a la vez. Director durante 50 años del mítico grupo teatral Els Joglars, dirige ahora los Teatros del Canal, dependientes de la Comunidad Autónoma de Madrid desde hace cinco años.
Boadella, el director, actor, dramaturgo e intelectual catalán no defrauda nunca. Esta vez no iba a ser menos. Para empezar, ni siquiera nos pide cuestionario previo para realizar la entrevista. ¡A ver si aprenden nuestros prohombres (y promujeres) públicos. Sentados en torno a una mesa de reuniones, sin papeles delante y, lo que aún es más raro, sin miedo y sin tiempos marcados, Albert -genio y figura- subraya lo coherente de su postura: "Yo tengo la costumbre de utilizar siempre la libertad como moneda de cambio constante con el público; por tanto, poner límites a esta libertad no es mi trabajo. Es posible que los políticos tengan otros intereses, pero, desde luego, no son los míos. A mí me interesa escudriñar hasta los últimos límites la libertad". Una libertad que -según declara a Diario Crítico- no se ha esparcido por el campo de la cultura.
JMV.-: Comencemos por la actualidad, ¿cree que este "terremoto" político que ha supuesto la modificación del mapa en el Parlamento Europeo tras las elecciones del 25 de mayo va a tener también alguna consecuencia inmediata en el terreno de la cultura?
AB.-: Que las cosas, políticamente hablando, tengan movimiento, es siempre de agradecer. Encontrarse en la situación -como muchos países europeos se encuentran- de alternancia permanente entre dos grandes partidos, sin que haya posibilidad de que, al menos un tercero irrumpa también, creo que no es bueno. De todas formas, no creo que la situación de bipartidismo que vivimos en España se vaya a destruir fácilmente pero, al menos, sí que se ha conseguido inquietar a los dos grandes partidos. Por un lado, al conservadurismo, al liberalismo de la derecha, y, por otro, al idealismo mitificado de la izquierda. Ahora bien, dudo mucho que esta inquietud generada llegue a trasladarse también al resultado de unas elecciones generales internas. Esta facilidad con que un buen número de electores (más de un millón doscientos mil) ha votado a un nuevo movimiento político, es al mismo tiempo una demostración de la facilidad que una parte del electorado tiene para cambiar de orientación y, por otra, a cierta frivolidad del mismo. Esto sucede porque, en cierto modo, el electorado sigue percibiendo a Europa como algo alejado, como algo no enteramente propio. Los experimentos se hacen con Europa, pero se vota de otra forma cuando se trata de unas elecciones municipales, en donde lo que prima es la persona, o en unas generales, en donde cada elector vota a una opción que entiende que no va a perjudicar sus intereses concretos... Las autonómicas son otra cosa, están más bien para sustentar los delirios...
P.-: ¿Hay relación directa entre sistema político y nivel cultural de un país? R.-: Yo creo que, concretamente España, tiene un problema muy serio con el conjunto de la cultura y las artes. No con el simple mercado cultural del entretenimiento, sino de aquellas actividades que tienen cierto peso, cierto contenido cultural, que en nuestro país ofrece un interés solo minoritario, incluso vergonzosamente minoritario. Hay una responsabilidad política muy seria en este asunto. Por poner un ejemplo, yo no he visto nunca al presidente del gobierno asistir a una obra de teatro, ni a un concierto de música clásica, si no es porque ha tenido que asistir por obligación del cargo. Pero esto no solo sucede ahora, también sucedía con presidentes anteriores. El mundo de la política es de tal ignorancia cultural espectacular. Y esa falta de ejemplaridad genera esta falta de atención por parte de la población a lo que yo diría que es la forma más barata de alcanzar la felicidad de un individuo, la cultura.
P.-: Pero, ¿a qué llamamos cultura? Vargas Llosa ha denunciado en su último ensayo lo que llama "banalización" de la cultura.R.-: Es cierto. Y un puro consumo cultural que no va más allá del entretenimiento, que no busca ni por asomo cultivar los sentidos, la sensibilidad, las emociones. Es, casi, un atontamiento del ciudadano. Pero este fenómeno no se da solo en España, está generalizado en todas partes y a ello contribuyen, sobre todo, los medios audiovisuales, en concreto las televisiones.
P.-: Si hace 10 años alguien me hubiera dicho que Albert Boadella iba a acabar dirigiendo los Teatros del Canal de Madrid, probablemente me habría provocado una ligera sonrisa, de cierta condescendencia y, sin embargo, hoy está Vd. aquí... R.-: Yo fui el primer sorprendido. Vine a parar aquí en el momento en que me desentendí de todo lo que sucede en Cataluña y tengo que marcharme de allí. No es que me marchara físicamente, porque todavía sigo residiendo allí, pero sí desde el punto de vista de encontrar un lugar en donde integrarme como artista. Todo eso coincide con un ofrecimiento que me había hecho mucho antes de que esto sucediera, la entonces presidenta de la Comunidad de Madrid, Esperanza Aguirre. Entonces le dije que no, porque en aquel momento mis relaciones con la sociedad catalana eran más o menos soportables. Pero más adelante acepté su nuevo ofrecimiento porque vi claro, desde el primer momento, que iba a tener la posibilidad de hacer un teatro público como a mí me habría gustado que hubieran sido esos teatros públicos en los que yo muchas veces actuaba, y que no me gustaban porque estaban "teledirigidos" desde la política, y, además, porque también estaban orientados por el gusto personal del director y no por las necesidades del contribuyente y del público, que es quien finalmente lo paga. Lo que yo hice es invertir este juego: en primer lugar, me garantizaron una libertad total, que confirmo que en los cinco años que llevo al frente de los Teatros del Canal es absoluta. En ninguna de las cinco temporadas que he hecho la programación, nadie me ha dicho nunca nada, ni ha sonado nunca el teléfono ni para darme, ni siquiera insinuarme, la más mínima recomendación. Lo que he tenido que hacer, obviamente, es ajustarme a unos presupuestos... Y, por otro lado, he hecho un teatro, que no siempre es de mi gusto, pero he pensado que los espectadores debían conocerlo y, otras veces, porque era de su interés que -repito- no siempre coincide con el mío. Este ha sido el teatro que se ha hecho desde el Canal, que va desde la comedia ligera hasta el teatro de vanguardia... Y ha sucedido una cosa formidable que, aunque la esperaba, no creía que fuera a darse tan pronto, y es que hay una especie de contaminación entre los públicos, es decir, quien viene a ver una comedia, un día prueba con un ballet contemporáneo por el mero hecho de considerar que los Teatros del Canal son ya su casa Eso ha traído consigo una variedad extraordinaria de público y esto me ha llenado de satisfacción.
P.-: Y después de cinco años, ¿mantiene intacta la ilusión, la emoción, la pasión que debe despertar un proyecto tan ambicioso como este? R.-: Cuando uno pierde la juventud, pierde también la insensata alegría de hacer las cosas sin pensar, con esa insensatez que da la ignorancia. Eso, a veces, lo añoro. Me refiero a ese movimiento espontáneo, fresco, directo que uno tiene en la juventud y que luego los años reprimen por un sinfín de cosas: tienes más sentido del ridículo, has adquirido más compromisos vitales (aunque yo he tratado de adquirir los mínimos, los tengo también...). Pero también hay que encontrar alguna ventaja a esto de tener más años, y es que las ves venir y esto te evita muchos batacazos, muchas sorpresas, porque, generalmente, ya sabes de qué va el asunto. Con todo, si pudiera escoger, retrocedería 30 o 40 años, sin duda.
Cultura y clientelismo ideológico
P.-: En estos últimos años, en el terreno de la cultura en general, y del teatro en particular, ¿qué cosas deseaba que sucediesen y no ha podido ver materializadas?R.-: Al mundo de la cultura no ha llegado la expansión de la libertad. Este mundo, hoy por hoy, está usufructuado por un grupo de gente que se dirige siempre al mismo grupo de gente. En otras palabras, que hay una especie de clientelismo ideológico en el cual el principio de libertad, el constante ataque, o sátira, a los tabúes que la sociedad va colocándose, no se ha producido. Hay una especie de endogamia cultural por la cual, y en el caso del teatro, los actores, los autores, los críticos se dirigen siempre a sus correligionarios. Todos ellos parecen estar de acuerdo en los principios fundamentales y eso los convierte en un mundo endogámico, cerrado, que fabrica los tabúes pseudoprogres que mueven la cultura, y que son siempre de la misma tendencia política. En definitiva, que yo pensaba que la cultura se oxigenaría más, que surgirían más personalidades cultas en el mundo conservador y eso no ha sucedido porque hoy la cultura está usurpada por un cierto núcleo ideológico.
P.-: El teatro, en concreto, no parece atravesar un mal momento, ¿no?R.-: El teatro no está en crisis. El teatro siempre será minoritario. Ya en Roma, por ejemplo, los teatros tenían 1000 o 1500 localidades, mientras que el circo contaba con 80 o 100.000. El teatro es y será siempre cosa de ciertas élites porque constituye una mirada profunda sobre la realidad de las cosas, y la realidad no gusta al común de los ciudadanos, que prefieren dirigir su atención hacia la fantasía. Esta élite puede suponer un grupo de 100, 200 o 500.000 personas, a quienes se dirigen muchos actores, muchas compañías...
P.-: Actores y compañías que apuntan hacia ese 21 por ciento de IVA, como causante de que no crezca el número de espectadores...R.-: El problema no es el IVA, sino la falta de valoración de los espectadores hacia el teatro. Hay espectadores que pagan precios altísimos por una entrada en el Bernabéu o en el Nou Camp y que, sin embargo, cuando vienen al teatro buscan todo tipo de descuentos y, si pueden, buscarán también que los invites...
P.-: Si Carlos Marx levantara la cabeza, creo que reformularía su axioma y ahora diría que el opio del pueblo no es la religión, sino el fútbol...R.-: Sí, desde luego... Lo que sucede en este país con el fútbol es incalificable. Hay otros países, como Francia por ejemplo, que aguantan mucho mejor la convivencia del fútbol con el interés por la cultura. Hace poco más de un mes que buscaba localidades para ciertos espectáculos en París, para dentro de 15 días y he tenido que buscar influencias para poder adquirirlas porque ya no había localidades prácticamente en ninguno de los teatros, ni en la ópera, ni el ballet. Esa sería aquí una situación envidiable. Es evidente que París es una ciudad turística por excelencia y que hay una parte del mercado que consume este tipo de esparcimientos, pero no deja de ser sorprendente poder ver esto, ya que aquí no sucede de ninguna manera. España tiene un importante déficit cultural en este aspecto.
P.-: Un hombre público y polémico como Vd. tiene muchos aduladores y muchos detractores, ¿tiene idea, en su caso, hasta qué punto la balanza está más o menos equilibrada?R.-: (Entre sonrisas) Depende del territorio. Si nos vamos hacia el Mediterráneo, yo creo que hay más gente que me abomina, mientras que si nos venimos a Madrid, probablemente hay mucha más gente que me considera...
P.-: Por cierto, lo mismo hay también quien intenta engañarle. ¿Es fácil detectar a un impostor?R.-: Es difícil, muy difícil detectarlos. La publicidad es un medio formidable para trucar las cosas. No hay nada más falso que la fotografía, aunque pueda parecer lo contrario. La gente solo se cree de verdad lo que ve en una foto, y no se para a considerar que es muy fácil distorsionarla, trucarla. Con las palabras, la gente siempre considera que puede haber un cierto grado de manipulación, pero con las fotos creen que no puede haber engaño. ¡Vaya si lo hay! Recuerdo una foto que trataba de denunciar la indiferencia de Occidente hacia los emigrantes. Aparecía una pareja en la playa con pinta de estar pasándoselo muy bien, y unos metros más allá un hombre muerto, al borde del agua. Lo que no se veía en la foto era a las personas que estaban alrededor del cadáver (policía, jueces, etc.)... Vamos, quiero decir que ahora es muy fácil ser impostor.
Promoción y publicidad de sus obras P.-: Hablaba antes de que, con la edad, se va perdiendo cierta espontaneidad y frescura. En otras palabras, cierta valentía que, sin embargo, yo creo que hay que tener para presentar ante el público un nuevo trabajo, una nueva obra...
R.-: A mí, la promoción es la parte de la puesta de largo de una obra que menos me gusta. Tener que hacer publicidad de una obra mía, me resulta la mar de desagradable. El lado mediático no me gusta nada. Lo que me entusiasma de verdad es construirla. Me encantan los ensayos. Cuando acabo el último ensayo general es el momento decisivo. Ver lo que está bien, lo que está mal... ¡Es muy emocionante! Ver luego la reacción del público también lo es, aunque de una forma distinta. Lo primero es más personal, lo segundo es como si te desprendieras de ella... Pero todo lo que envuelve esto, el tener que buscar la frase oportuna para "vender" la obra, es muy pesado. Si pudiera encontrar un doble que lo hiciera por mí, le pagaría a precio de oro. He tenido que hacer un montón de triquiñuelas, de números, para intentar vender mi obra y, al final, aparece un tercero que hace ciertos comentarios en un periódico que te hace decir "¡pero qué bien me cuenta mi obra!".
P.-: ¿Qué personaje cercano le ha impresionado más, positiva o negativamente? R.-: Hay dos personajes extraordinarios para mí, que además los junté en una obra Josep Pla y Salvador Dalí. Pla me parece un hombre formidable. Su pensamiento, su forma de entender la vida, su forma de ver a los demás, de describir su entorno, es una auténtica maravilla. Creo que no es solo un escritor sino también un verdadero filósofo. En general, a mí los filósofos me dan mucha pereza, pero cuando hacen de su vida y de su arte una forma de filosofía, me parecen envidiables... El otro personaje, Dalí, representa la parte que yo me he reprimido en mi vida. Me habría gustado hacer muchas de las cosas que Dalí era capaz de hacer. Esa facilidad para seducir diciendo lo que le pasaba por la cabeza en cada momento, y sin la menor autocensura, esa sensación de libertad y de inteligencia... Siempre he tratado de situarme entre estos dos personajes y, curiosamente, mi casa está situada justo en medio de las casas de estos dos personajes.
P.-: ¿Qué debilidad humana perdona usted con mayor facilidad?R.-: (Piensa un poco la respuesta...) Todas las debilidades del amor y del sexo. (Sonríe). En el fondo no son debilidades porque forman parte de la propia naturaleza. Si no hubieran existido estas debilidades, no existiríamos nosotros como especie.
P.-: ¿Dónde le gustaría pasar el resto de su vida y dónde no volvería jamás?R.-: Me entusiasma Italia, sobre todo el centro del país (Toscana o Umbría). Siempre he dicho que me hubiera gustado vivir en el Renacimiento, pero con la tarjeta de la Seguridad Social, por los cuidados paliativos, porque el Renacimiento debía ser muy duro en muchos aspectos. Es, probablemente, la época en que más brilló la inteligencia de los individuos, la sensibilidad, la emoción. Me gustaría vivir allí, pero no lo veo posible, por muchas razones... Y un lugar donde no me gustaría nada volver a vivir es Barcelona. Es una ciudad que se me ha vuelto detestable.
P.-: Ha hablado de un escritor y filósofo, de un pintor, pero ¿en el teatro, quién es su Dios? R.-: Tengo varios dioses. Depende del momento. Por ejemplo, Aristófanes, Un hombre que vivió hace más de 2300 años y que ahora podría, perfectamente, vivir entre nosotros, comprendería todo lo que nos sucede y haría unas comedias magníficas. Añoro personajes así, tan extraordinariamente dotados, como Moliére. Desde que empecé a trabajar en los Teatros del Canal me siento especialmente identificado con él. Decía que trabajaba para Luis XIV, y yo decía que trabajaba para Esperanza Aguirre (Sonríe abiertamente). El dramaturgo francés decía que trabajaba para el Estado y yo, en cierto modo, me encontraba en la misma situación y me he acordado de él con frecuencia... Hay gente, además, del mundo del teatro por la que tengo verdadera devoción, como Peter Brooks, un hombre que es la esencia del teatro, que lo ha hecho todo, prácticamente con nada: un actor solo en el escenario desnudo, que es capaz de todo únicamente con la palabra y el espacio. Hay mucha gente que admiro, pero también hay mucha que detesto, claro.
P.-: Las nuevas tecnologías, que tanto daño han hecho a otras ramas del arte (música, cine, literatura...), al teatro, sin embargo, creo que no le han afectado en absoluto. ¿Lo ve usted también así?R.-: Eso es verdad. El mejor teatro de la historia se hizo con dos docenas de velas y unos bancos de madera. La tecnología tan sofisticada que puede utilizarse ahora, desde luego, no le ha perjudicado, y hay cosas que, seguramente, no habrían podido conseguirse sin ella. Pero, esencialmente, el teatro sigue siendo un arte donde un actor solo, con una camisa y un pantalón, en medio de un escenario en donde prácticamente no hay más que unas cortinas negras, es capaz de inducirnos enormes emociones y pasarnos de un mundo a otro, de un planeta a otro si quiere. Puede hacernos pasar dos horas de una realidad auténtica, porque la vida y la muerte son más vida y más muerte en el teatro que en la vida real, tienen más potencia emocional, y eso se parece a lo que era el teatro griego. Cosa que no se puede decir de la escultura, de la pintura, la arquitectura y de otras artes, cuyo parecido con lo que hacían en la época griega hoy es pura coincidencia. Yo me siento muy satisfecho de estar en el arte que se ha mantenido la tradición y que la modernidad no lo ha destrozado, sin dejar de ser actual. Nos mantenemos con esa misma tradición que ya es milenaria. Quizás junto a la literatura, que básicamente, utiliza el alfabeto, la palabra...
Adiós tauromaquia, adiós
P.-: Hablemos de otro arte más reciente, y muy controvertido en estos últimos tiempos: la tauromaquia. ¿Sigue diciendo que sí a los toros? Si es así, ¿de quién se encuentra más cerca, de Manolete o de Chicuelo, de Talavante o de José Tomás?R.-: Sí, estoy cerca de Manolete y, por tanto, estoy también cerca de José Tomás. Talavante en una época era una especie de espejo de José Tomás, pero ahora se ha separado de esa línea, cosa que está muy bien. Tomás es uno de los grandes toreros que han existido en el mundo, es un caso especial. Pero yo soy también un gran admirador de Enrique Ponce, un hombre que conoce el toro en profundidad. La tauromaquia ya sabe usted que está dividida entre los partidarios del toro y los del torero. Ponce es de los primeros hasta el punto que ha indultado muchísimos (creo que unos 40)... Ahora, la tauromaquia no creo que acabe existiendo cuando acabe el siglo. Puede sobrevivir algún sucedáneo, pero no tal y como hoy la conocemos. Quizás algunas partes o aspectos de la tauromaquia, como los recortadores...P.-: ¿Como consecuencia de la presión de los movimientos antitaurinos o por algo más?R.-: Creo que más bien como consecuencia de vivir en una sociedad... digamos blandengue en todas estas cuestiones. Animalísticas. El otro día veía una foto de una mujer con lo que yo pensaba que era un niño en brazos. Cuando me acerqué a verla, comprobé que no era un niño, sino un animalito. Era una foto de propaganda del Partido en defensa de los animales. Me pareció un poco como la Virgen María con el Niño... Creo que este partido ha obtenido cerca de 200.000 votos. Ese dato es muy significativo. Porque la educación que se da a los niños en relación a la naturaleza y a la defensa de los animales es una educación de ficción con la naturaleza; se cuentan unas cosas a los niños y se tiene una relación con los animales que no tiene nada que ver con lo que realmente son, ni con la relación que debe tener el hombre con ellos. Por supuesto que el hombre debe de protegerlos, como ser que se siente superior a ellos, pero lo que no puede hacer es convertirlos en personas. Esto es un insulto a las personas y una vejación a los animales. Este sentimiento se está cociendo cada día más en todas partes y por eso digo que es muy probable que este sentimiento se extienda hasta el punto de acabar con la tauromaquia.
P.-: Cambiemos de tercio. La vanidad, la fama, el reconocimiento social es, quizás, uno de los motores más potentes para el artista, ¿ lo cree usted así?R.-: Sí, podemos decir que esto es un incentivo pero no es el fin último. El objeto final del arte es la complacencia, la transmisión, el placer de "tocar" al otro. Hay, en este sentido, un aspecto casi de intromisión en la mente del otro. Se trata de conseguir emocionarlo, divertirlo, hacerle llorar. Este es el máximo placer del artista. Po tanto, sí tiene que ver con el reconocimiento. Lo peor que puede pasarle al artista es la indiferencia; el reconocimiento forma parte de la provocación que tú has ejercido. Mi trabajo es la provocación.
P.-: Una última pregunta: ¿le tiene miedo a la muerte?R.-: Sí, claro. Trato de pensar mucho en ella para que no me sorprenda... Lo que más miedo me da de la muerte es el dolor y la degradación, acabar convirtiéndote en una auténtica piltrafa mental, que constituyas una carga para los demás. Convertirse completamente en majara es una defensa, pero si eres consciente de que tu mente va y viene, debe de constituir una tortura horrorosa. Quien diga que no tiene miedo a la muerte tiene un subconsciente suicida. No es mi caso, de momento, no la deseo para nada.
P.-: Los artistas son casi dioses: nunca mueren...R.-: Me siento constructor de obras de teatro, no creador... En estos tiempos se utiliza el concepto creación aplicado a casi todo. Pero, si vamos al diccionario de la RAE, vemos que el concepto de creación solo es aplicable a partir de la nada. Sería una facultad que solo posee Dios, pero no un artista. ¿Cómo voy a decir yo que hago algo a partir de la nada? Teatro ya hacía Aristófanes hace 2400 años. Yo no hago creaciones; construyo obras de teatro, un pintor pinta cuadros, no los crea... Hay, incluso, una palabra que es mucho más exacta: desvelar. Poner luz a ciertas cosas que el resto de la gente no ve o les pasan por alto, o las tiene oscurecidas... En fin, digamos que mi actividad es la de constructor de obras de teatro.
En estas mismas páginas electrónicas, hace un par de años decíamos de él que "
Es, posiblemente, el ejemplo vivo más patente e imitable para las jóvenes generaciones de lo que supone ser un intelectual, con todas las letras y con todas las consecuencias" . Si alguien albergaba alguna duda al respecto, hoy ha podido despejarla. Boadella es una de las mentes más lúcidas y libres del panorama intelectual español.