Entre
los muchos problemas que sufrimos los españoles cabe destacar que
parece que el que más chilla y más ruido hace, lleva razón. Sin
duda, hay que protestar todo lo que se pueda ante las injusticias,
manifestarse para defender los propios derechos e intereses y
reivindicar todo aquello que sea lógico e, insisto, evite
injusticias. Otra cuestión es pensar o imponer que las protestas de
unos cuantos miles de ciudadanos implican o representan a la gran
mayoría. Craso error que padecen sociedades árabes o ucranianas,
por citar ejemplos recientes. El respeto que merecen las minorías y
su derecho constitucional a manifestarse no debe interpretarse como
una expresión rotunda de la voluntad de la mayoría de la sociedad.
Por supuesto que hay que tener en cuenta el termómetro de la calle
por muy instrumentalizado y politizado que esté en cualquier
sentido, pero de ahí a crear un estado de opinión en contra o a
favor de una determinada institución o programa político o
económico o social debe ir un gran trecho. Uno de los criterios
fundamentales en una sociedad democrática para definir la
importancia, relevancia, trascendencia de cualquier iniciativa y,
sobre todo, su índice de representatividad son los medios de
comunicación y los periodistas verdaderamente profesionales. Hay
más, pero en el mundo de la comunicación y de las nuevas
tecnologías en el que nos encontramos es sustancial la opinión que
se trasmite por los medios de comunicación.
La abdicación del rey
Juan Carlos y la llegada al trono de su hijo
Felipe de Borbón es un
acontecimiento histórico y vital para la estabilidad, progreso y
futuro de la sociedad española. Una sucesión que debe producirse
sin complejos, una renovación positiva para España que no hay que
esconder y un cambio que ya está poniendo en valor todo el reinado
de Juan Carlos I por encima de algunos lamentables avatares de los
últimos años como el caso
Urdangarin. Plegarse a celebrar una
ceremonia con muy bajo perfil para la llegada de Felipe VI a la
Jefatura del Estado es un error que puede transmitir a la ciudadanía
falta de identidad, confianza y convicción de la clase política en
el sistema que la gran mayoría queremos gracias al papel de árbitro
y moderador demostrado por el Rey y que mantendrá, sin complejos, su
heredero.
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