jueves 05 de junio de 2014, 11:03h
¿Qué
habría pasado si Madrid hubiese sido sede de los Juegos Olímpicos de 2016 en
vez de Río de Janeiro? Pues que estaríamos en un proceso de retraso de obras,
sobrecostes, mayor corrupción y protestas populares, como le sucede a Brasil en
vísperas del Mundial de fútbol.
La
aparente paradoja es que esto ocurre cuando el país sudamericano está mejor que
nunca. A diferencia de la terrible represión militar de los años 60 y 70 del
siglo pasado, Brasil lleva tres décadas de democracia y de crecimiento
económico continuado: su PIB ha aumentado un 75% en los últimos diez años.
¿Por
qué, pues, tanta sensibilización social, tantas algaradas, tanta oposición
callejera al sistema político-económico? Pues precisamente por eso, por la
percepción de que el bienestar está repartido desigualmente, que mientras unos
se benefician exponencialmente de él, muchos más permanecen en la marginalidad,
la exclusión y la miseria.
Lo
mismo sucedió cuando el boom de la
sociedad de consumo hace medio siglo: el activismo de entonces de los
estudiantes franceses con Dany
Cohn-Bendit, de los alemanes occidentales con Rudy Dutschke, o de los norteamericanos con Jerry Rubin no fue más que la rebelión para disfrutar de una parte
mayor del pastel.
Esa
es la legítima pretensión de todas las sociedades en desarrollo económico. Y lo
mismo que ahora a Brasil, le puede suceder mañana a China y pasado mañana a
Sudáfrica, por ejemplo.
El
caso de la Europa bienestante, incluida España, es similar. Venidos
permanentemente a menos a causa de la crisis económica la seguridad y el
bienestar del que disfrutaban sus ciudadanos, éstos se rebelan ante la
degradación de sus expectativas y la desigual repercusión de los efectos de la
crisis.
Por
eso debemos tomar nota de lo que está sucediendo en Brasil. Y, en particular,
si la selección española de fútbol frustra la ilusión de los aficionados: su
desencanto, entonces, podría desviarse hacia la situación socioeconómica y
nadie puede prever qué pasaría.
Diplomado en la Universidad de Stanford, lleva escribiendo casi cuarenta años. Sus artículos han aparecido en la mayor parte de los diarios españoles, en la revista italiana Terzo Mondo y en el periódico Noticias del Mundo de Nueva York.
Entre otros cargos, ha sido director de El Periódico de Barcelona, El Adelanto de Salamanca, y la edición de ABC en la Comunidad Valenciana, así como director general de publicaciones del Grupo Zeta y asesor de varias empresas de comunicación.
En los últimos años, ha alternado sus colaboraciones en prensa, radio y televisión con la literatura, habiendo obtenido varios premios en ambas labores, entre ellos el nacional de periodismo gastronómico Álvaro Cunqueiro (2004), el de Novela Corta Ategua (2005) y el de periodismo social de la Comunidad Valenciana, Convivir (2006).
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