En 1963, cuando solo tenía 30 años, moría
Piero Manzoni, un artista italiano que revolucionó la concepción del arte y, con su actitud, llegó a tambalear los cimientos teóricos sobre los que se sustenta. Hasta tal punto quiso poner en un brete a todos los elementos necesarios para la subsistencia del arte (artistas, marchantes, compradores y estudiosos) que, con su actitud, obligó a reflexionar acerca de sus fundamentos, al llegar a firmar con las huellas dactilares de sus pulgares unos huevos duros que se comieron los asistentes a una galería de arte, y en otra firmando en los cuerpos desnudos de personas (con certificado de autenticidad), porque con ese gesto los convertía en obras de arte. Pero su mayor provocación fue meter sus propias heces en noventa latas de metal, etiquetadas bajo el título «
Mierda de artista».
Sin salirse del ámbito de lo escatológico, "Si el arte es una mierda, la mierda es también arte". Este ha sido el punto de partida, el motivo de inspiración que ha levantado un musical del mismo nombre escrito por
Ferrán González y
Joan Miquel Pérez y dirigido por
Alicia Serrat, que estos días se representa en los Teatros del Canal.
Además de Ferrán González y Joan Miguel Pérez -quien, además, integra la banda que toca en directo durante todo el musical, junto a
Eloi López y
Paco Weht- están también sobre el escenario
Gemma Martínez, Xenia Reguant, Frank Capdet y
Nanina Rosebud.
En "Mierda de artista", a través de un humor fácil, sencillo pero eficaz y con una partitura pegadiza, los autores han conseguido construir un musical entretenido, divertido y correcto, en la interpretación dramática, y brillante en su parte musical.
Un libreto que mueve a la risa con mucha facilidad, en un tema -el de la naturaleza del arte- que da y para mucho, en el terreno intelectual del que han huido deliberadamente sus autores. No así de otros factores que también están presentes en torno al artista: intereses, frivolidad, dinero,vanidad ...
Los actores y cantantes, con grandes voces conjuntadas y armónicas, despertaron varias veces los aplausos del público, especialmente en la segunda parte, que, como es natural, elevó el tono de la historia y llenó de emoción la Sala Verde de los Teatros del Canal.
En todo caso, el público asistente a la función sale la mar de satisfecho por haber pasado casi dos horas y media de sonrisas, provocadas por un humor fresco, explícito y eficaz, integrado con música en directo a lo largo de toda la obra, escenas y coreografía que llegaron muy pronto al público.
Sin la profusión de lo escatológico, la efectividad del mensaje probablemente no calaría tanto entre un público mayoritariamente joven que llena las salas de los Teatros del Canal. Una situación, por cierto, muy frecuente en las salas que dirige
Albert Boadella, motivado por la variedad de la programación, en primer lugar, y, en segundo, por la diversidad de descuentos a los que tiene acceso prácticamente todo tipo de público para acudir a cualquier espectáculo programado en ellas.
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